MADREADOS Y GENTRIFICADOS,
ESTUPRO EST.
by Jorge Antonio Díaz Miranda
2012-05-29
“Crees
que tu vida se vino abajo. Que las cosas ya no son igual que al principio y por
ello quieres quedarte en casa, sin hacerte notar, resguardado y recluido en la
oscuridad. Te sientes perseguido, apaleado como un animal. Utilizas tus últimas
defensas para no desplomarte. Crees que estas acabado y eso lo sientes como
verdad… Y es verdad mientras te quedes ahí. Entonces me conoces y todo cambia.
Te identificas conmigo. Crees en mí. Adoras lo que yo te digo porque lo que
digo es lo que quieres escuchar. Pero jamás te preguntas quien soy, por qué hago esto, ni cómo. Tu mente no ve. ¿Quieres saber por qué? Porque soy un
mentiroso. Si, Soy mentiroso. He raptado tu alma, le prendí fuego para fumarla
como un cigarrillo. Acaso, ¿no ves lo
que tienes delante de tus ojos, no ves lo que soy? No quieres ver, no quieres
saber nada. Sólo quieres verdades a medias. Quieres un cambio pero sin
involucrarte. Te aferras a tu mundo de ilusiones. Por eso no ves lo que soy. No
ves lo que soy. Soy un mentiroso. Me gusta ser un mentiroso. Y una vez más te
digo mentiras y no las ves. Te digo que voy a cambiar. Te prometo que estoy
arrepentido de lo que te hago y me crees. No ves lo que tienes delante. No
quieres ver. Me crees y vuelves a entregarme tu alma… Jajajajajajajajajajaja.
Eres un enfermo. Estás muy enfermo. No ves que soy un mentiroso. Me gusta. Me
siento Bien. Soy mentiroso, sí, un mentiroso y no lo ves. Yo soy quien mueve la
máquina trituradora de carne. El que enciende el fuego del infierno. El
responsable de tu miedo. El que te lleva a propósito por el camino de la
derrota y la auto humillación. ¿No ves lo que soy, no quieres ver? Soy un
mentiroso, me gusta, me siento bien. ”
Improvisación sobre
la base de la canción Liar
de Henry Rollins y
la Rollins Band
La ciudadanía tampoco ha tenido en los últimos cinco
años la mejor de las respuestas, paralizada en la indecisión, hemos visto cómo
el tejido social fue sometido por el Estado (intencionadamente o no) a una
lenta pero inexorable demolición. La ilusión pos revolucionaria terminó, el fin
de fiesta tiene un toque macabro y sangriento y un perverso retorno al oscurantismo de
una disfrazada represión que criminalizó la protesta social y lo antepuso al
espejo del terror. Las miles de imágenes que la prensa roja difundió en poco
más de cinco años, jugaron un papel que alimentó diariamente las pesadillas más
sobrecogedoras: ahorcados y colgados en puentes, torturados y baleados,
decapitados o descuartizados; cada escena dantesca decorada con mensajes terribles que revelaron la presencia
de un turbio poder que creció imparable y parece invencible. Mujeres, niños y
jóvenes, amenazados por el exterminio, atrapados en el fragor de la
metralla, atrapados en una lógica impía de competencia comercial en la que no importa
la destrucción de familias. Buenos y malos, policías y ladrones, militares y
paramilitares se funden en un solo bando y un solo apocalipsis now que atropelló a 75 millones de mexicanos pasmados por la danza macabra de 80 mil muertos, 100 mil desaparecidos y miles de desplazados. La violencia penetró directamente a los hogares de
las personas, a sus trabajos, a los hospitales donde llegaron los heridos de
bala (con los killers pisándoles los
talones para ejecutarlos ahí mismo frente a doctores, enfermeras y enfermos).
En el caos extendido, la familia y las instituciones vinculantes valieron
madre ante el paso del horror: niños sicarios, jóvenes sicarios,
secuestradores, torturadores, desmembradores, inocentes soldados que perdieron
el alma a cambio de un puñado de dólares. Mejor arder que consumirse. Mejor
vivir “bien” aunque sea por un tiempo para luego morir y dejar un cuerpo
bonito. Pero quiénes eran esos niños, esos jóvenes. Provenían de estratos bajos
de colonias populares, de la clase obrera o campesina, de zonas depauperadas y
dejadas al garete por el desarrollo. Provenían de las nuevas generaciones donde ni
el trabajo ni el estudio asomaron por falta de presupuesto o voluntad de los
políticos. Provenían de familias desintegradas de donde era mejor huir.
Provenían de sistemas carcelarios que en lugar de rehabilitarlos los envileció
aún más.
Pero ante semejante desmadre, dónde estábamos todos,
en qué país de mierda vivía la clase media, la clase política, la clase
intelectual, los estudiantes y sus universidades, los escribanos como el autor
de estas líneas. La sociedad tardó tanto tiempo en entender la magnitud del
problema y llegó a ello sólo cuando esté penetró a fondo y estalló, entonces
reculó y volvió sobre sus pasos aunque sin capacidad organizativa para resistir. La UNAM tardó cinco años en sensibilizarse a la ausencia de las victimas. El Estado declaró una guerra sin darse cuenta plena de los enemigos internos
ubicados en la alta burocracia: delatores y cómplices, infiltrados y
simuladores, policías que no eran policías, militares y soldados comprados, y
la inmensa corrupción e ineficacia de un sistema judicial que sólo atrapa a los
que no pueden pagar sobornos .
Pero aún así, todavía hay gente que no quiere saber
nada. Que no quiere cuestionarse. Que sólo atina a decir que los muertos se
merecían esa muerte de perro. Que las pilas de cadáveres son de aquellos cuyas
familias andan metidas en la delincuencia. Que el gobierno no es perfecto y que
está muy bien que haya comenzado por barrer la suciedad de casa. El problema de
estas posturas es que revelan por un lado, el estilo discriminatorio, oculto en
una sociedad aparentemente tolerante y pluricultural. Por otro lado, revela el
gusto por las verdades a medias. Nuestra comodidad de darle vuelta a la
realidad. La ilusión del mundo ideal sustituyó parte del horror.
Es deseable por tanto que este incipiente despertar de manifestaciones de hartazgo social, se sostenga y nunca más deberíamos estar dominados por el miedo. Eso no quiere
decir que hagamos caso alguno a la invitación del gobierno para delatar
delincuentes. Esa responsabilidad es del Estado y el Estado tiene la obligación social de garantizar la seguridad y generar las mejores condiciones para
fomentar la democracia, el desarrollo social y el bienestar. No importa que
esto vaya en contra de los modernos postulados que pugnan por el fin del Estado
benefactor. El capitalismo de renta, que es en realidad una sociedad de adictos
anónimos al padroteo del dinero y la cleptomanía, no ha demostrado ninguna
eficacia ni puede traer nada bueno al futuro de la gente. Si el Estado no
funciona en sus obligaciones, entonces, para qué lo queremos. Tengamos el coraje
de plantearnos otras alternativas y trabajar en ellas en beneficio común y no
para el enaltecimiento de una raza de políticos carroñeros que engordan en
tiempos aciagos. Comencemos por pensar que no necesitamos a esa estirpe de
vividores y sí volver a las victimas y entender por qué pasaron las cosas y
asegurarnos que al menos desde nuestros actos y no desde nuestra indiferencia, no volverán a pasar. Acosemos a los que gobiernan. Tienen que responder por lo
que han hecho y por lo que no han hecho.