martes, mayo 29, 2012

MADREADOS Y GENTRIFICADOS, ESTUPRO EST




MADREADOS Y GENTRIFICADOS,
ESTUPRO EST.

by Jorge Antonio Díaz Miranda
2012-05-29

“Crees que tu vida se vino abajo. Que las cosas ya no son igual que al principio y por ello quieres quedarte en casa, sin hacerte notar, resguardado y recluido en la oscuridad. Te sientes perseguido, apaleado como un animal. Utilizas tus últimas defensas para no desplomarte. Crees que estas acabado y eso lo sientes como verdad… Y es verdad mientras te quedes ahí. Entonces me conoces y todo cambia. Te identificas conmigo. Crees en mí. Adoras lo que yo te digo porque lo que digo es lo que quieres escuchar. Pero jamás te preguntas quien soy, por qué hago esto, ni cómo. Tu mente no ve. ¿Quieres saber por qué? Porque soy un mentiroso. Si, Soy mentiroso. He raptado tu alma, le prendí fuego para fumarla como un cigarrillo. Acaso,  ¿no ves lo que tienes delante de tus ojos, no ves lo que soy? No quieres ver, no quieres saber nada. Sólo quieres verdades a medias. Quieres un cambio pero sin involucrarte. Te aferras a tu mundo de ilusiones. Por eso no ves lo que soy. No ves lo que soy. Soy un mentiroso. Me gusta ser un mentiroso. Y una vez más te digo mentiras y no las ves. Te digo que voy a cambiar. Te prometo que estoy arrepentido de lo que te hago y me crees. No ves lo que tienes delante. No quieres ver. Me crees y vuelves a entregarme tu alma… Jajajajajajajajajajaja. Eres un enfermo. Estás muy enfermo. No ves que soy un mentiroso. Me gusta. Me siento Bien. Soy mentiroso, sí, un mentiroso y no lo ves. Yo soy quien mueve la máquina trituradora de carne. El que enciende el fuego del infierno. El responsable de tu miedo. El que te lleva a propósito por el camino de la derrota y la auto humillación. ¿No ves lo que soy, no quieres ver? Soy un mentiroso, me gusta, me siento bien. ”
Improvisación sobre la base de la canción Liar
de Henry Rollins y la Rollins Band

La ciudadanía tampoco ha tenido en los últimos cinco años la mejor de las respuestas, paralizada en la indecisión, hemos visto cómo el tejido social fue sometido por el Estado (intencionadamente o no) a una lenta pero inexorable demolición. La ilusión pos revolucionaria terminó, el fin de fiesta tiene un toque macabro y sangriento y un perverso retorno al oscurantismo de una disfrazada represión que criminalizó la protesta social y lo antepuso al espejo del terror. Las miles de imágenes que la prensa roja difundió en poco más de cinco años, jugaron un papel que alimentó diariamente las pesadillas más sobrecogedoras: ahorcados y colgados en puentes, torturados y baleados, decapitados o descuartizados; cada escena dantesca decorada con mensajes terribles que revelaron la presencia de un turbio poder que creció imparable y parece invencible. Mujeres, niños y jóvenes, amenazados por el exterminio, atrapados en el fragor de la metralla, atrapados en una lógica impía de competencia comercial en la que no importa la destrucción de familias. Buenos y malos, policías y ladrones, militares y paramilitares se funden en un solo bando y un solo apocalipsis now que atropelló a 75 millones de mexicanos pasmados por la danza macabra de 80 mil muertos, 100 mil desaparecidos y miles de desplazados.  La violencia penetró directamente a los hogares de las personas, a sus trabajos, a los hospitales donde llegaron los heridos de bala (con los killers pisándoles los talones para ejecutarlos ahí mismo frente a doctores, enfermeras y enfermos). En el caos extendido, la familia y las instituciones vinculantes valieron madre ante el paso del horror: niños sicarios, jóvenes sicarios, secuestradores, torturadores, desmembradores, inocentes soldados que perdieron el alma a cambio de un puñado de dólares. Mejor arder que consumirse. Mejor vivir “bien” aunque sea por un tiempo para luego morir y dejar un cuerpo bonito. Pero quiénes eran esos niños, esos jóvenes. Provenían de estratos bajos de colonias populares, de la clase obrera o campesina, de zonas depauperadas y dejadas al garete por el desarrollo. Provenían de las nuevas generaciones donde ni el trabajo ni el estudio asomaron por falta de presupuesto o voluntad de los políticos. Provenían de familias desintegradas de donde era mejor huir. Provenían de sistemas carcelarios que en lugar de rehabilitarlos los envileció aún más.

Pero ante semejante desmadre, dónde estábamos todos, en qué país de mierda vivía la clase media, la clase política, la clase intelectual, los estudiantes y sus universidades, los escribanos como el autor de estas líneas. La sociedad tardó tanto tiempo en entender la magnitud del problema y llegó a ello sólo cuando esté penetró a fondo y estalló, entonces reculó y volvió sobre sus pasos aunque sin capacidad organizativa para resistir. La UNAM tardó cinco años en sensibilizarse a la ausencia de las victimas. El Estado declaró una guerra sin darse cuenta plena de los enemigos internos ubicados en la alta burocracia: delatores y cómplices, infiltrados y simuladores, policías que no eran policías, militares y soldados comprados, y la inmensa corrupción e ineficacia de un sistema judicial que sólo atrapa a los que no pueden pagar sobornos .

Pero aún así, todavía hay gente que no quiere saber nada. Que no quiere cuestionarse. Que sólo atina a decir que los muertos se merecían esa muerte de perro. Que las pilas de cadáveres son de aquellos cuyas familias andan metidas en la delincuencia. Que el gobierno no es perfecto y que está muy bien que haya comenzado por barrer la suciedad de casa. El problema de estas posturas es que revelan por un lado, el estilo discriminatorio, oculto en una sociedad aparentemente tolerante y pluricultural. Por otro lado, revela el gusto por las verdades a medias. Nuestra comodidad de darle vuelta a la realidad. La ilusión del mundo ideal sustituyó parte del horror.

Es deseable por tanto que este incipiente despertar de manifestaciones de hartazgo social, se sostenga y nunca más deberíamos estar dominados por el miedo. Eso no quiere decir que hagamos caso alguno a la invitación del gobierno para delatar delincuentes. Esa responsabilidad es del Estado y el Estado tiene la obligación social de garantizar la seguridad y generar las mejores condiciones para fomentar la democracia, el desarrollo social y el bienestar. No importa que esto vaya en contra de los modernos postulados que pugnan por el fin del Estado benefactor. El capitalismo de renta, que es en realidad una sociedad de adictos anónimos al padroteo del dinero y la cleptomanía, no ha demostrado ninguna eficacia ni puede traer nada bueno al futuro de la gente. Si el Estado no funciona en sus obligaciones, entonces, para qué lo queremos. Tengamos el coraje de plantearnos otras alternativas y trabajar en ellas en beneficio común y no para el enaltecimiento de una raza de políticos carroñeros que engordan en tiempos aciagos. Comencemos por pensar que no necesitamos a esa estirpe de vividores y sí volver a las victimas y entender por qué pasaron las cosas y asegurarnos que al menos desde nuestros actos y no desde nuestra indiferencia, no volverán a pasar. Acosemos a los que gobiernan. Tienen que responder por lo que han hecho y por lo que no han hecho.  

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