martes, abril 12, 2011

LA DEMOLICIÓN DE LA CIUDADANIA

El reguero de estiércol está puesto al día en la competencia de ineficacia política y nula gobernabilidad. El diálogo en el limbo del poder nada tiene que ver con las penurias de los ciudadanos o con sus necesidades más apremiantes. El reclamo social al gobierno de mayor seguridad está asentado en un argumento realista aunque ingenuo, pues hoy por hoy el Estado no puede ofrecer ninguna garantía vital a los ciudadanos en ninguno de sus niveles, poderes o jurisdicciones. La percepción entre ciudadanos y gobierno, o entre aquellos y las élites, o con los representantes sociales que ocupan encumbrados puestos políticos, es francamente irreconciliable. En los ágapes del poder el interés se enfoca en los movimientos y reacomodos resultantes, en el gran bisnes y el dispositivo de poder que habrá que activar para conseguir el mayor beneficio, y nadie o casi nadie tiene tiempo de mirar abajo. Y aunque el terror haga presa de la gente, éste solo es considerado en la medida de su peso específico para continuar con el control social aunque sea indirectamente, porque ya se sabe que los medios no importan mientras el poder se conserve "haiga sido como haiga sido". Pero abajo La percepción y la situación es otra: en los últimos meses se agudiza la impunidad y la corrupción, cada día crece la aritmética de asesinatos y geométricamente los métodos para inducir el horror. Abajo la percepción de miedo y terror se impone entre la gente y esta sensación opera para demoler colateralmente el tejido social. Aquí abajo crece la certeza de que en el carrusel de la violencia desatada, todos somos blancos posibles, nadie está a salvo. Lo que arriba aún es tema de debate jurídico sobre su probable incurrencia, abajo es una desagradable certeza de colusión entre criminales que está haciendo picadillo la democracía, los derechos humanos, la organización social, la participación y la autogestión, etc. Abajo está operando una silenciosa desbandada de la identidad nacional al mejor estilo de sálvese quien pueda. La sangre corre en calles y avenidas, y salpica los sitios cotidianos de aforo social vinculante, es decir, escuelas, plazas públicas, lugares de recreación, casas habitación, edificios de gobierno, etc., colocando a la gente en una encrucijada de sangre y fuego, en la que ya se sabe que no habrá justicia para los inocentes o las víctimas (culposas o no). El flácido músculo del Estado encarnado en el ejército y la marina agudizan más que solucionan los problemas de la seguridad, y las policías padecen una metastásis terminal de corrupción infiltrada, sin dejar de mencionar el grosero sistema judicial que deja a los indiciados empoderados o apadrinados libres para seguir en sus crueles tareas. Sí en verdad como ciudadanos pensamos sobrevivir esta situación, más valdría reconsiderar la autoorganización y la gestión social vecinal para defendernos como podamos de esta marea de estúpidez incróspida de un gobierno que no es y de un Estado que ya no funciona, además de enviar a la mierda a los políticos y su chachara de mentiras.     

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