BESTIARIO
MEXICANO III
LA NOTA ROJA
“levantola,
violola, matola y decapitola ”
Jorge Antonio
Díaz Miranda
Agosto de 2013
Si la imagen vale más que mil palabras, los medios
impresos que venden escenografías de la violencia, desde hace por lo menos
siete años, son los que mejor han comprendido la intención del refrán. En el
camino, todas las palabras se hicieron añicos, las interpretaciones desechadas,
los cuerpos quebrados y todos perdimos la guerra ante lo que Hannah Arendt
definió como la banalidad del mal. Ciento cincuenta mil muertes después, las
imágenes y crónica de la nota roja siguen pesando a este país no sólo por la
inmoralidad de su alevosía sangrienta sino precisamente por las ganancias
fabulosas, los tirajes magnificados, la cima de la vulgaridad y el fondo que
tocamos cuando la tragedia nos arrolló con sus beligerantes tropas de asalto. Y
así la sociedad fue levantada, torturada, ejecutada y decapitada simbólicamente.
Neutralizada, paralizada, desorganizada y dispersada por el miedo, la sociedad y
sus instituciones no opusieron resistencia al embate de las tribus descarriadas,
que perfeccionaron el teatro del terror y la galería gore. Siempre tan
artistas, las cabezas desfilaban una a una o en grupos macerados, colocadas en
los capós de autos desvalijados, banquetas, puentes y callejones para que
estuvieran expuestas al flash de cámaras aviesas. En miles de hogares se
acumularon los pasquines de marras y el comentario entre vecinos siempre
comenzaba con la pregunta de a cuál de los coetáneos había visitado la Santa Muerte.
La explotación comercial del morbo y lo grotesco, más que el deseo de informar,
fueron los motivos que dinamizaron el –hasta antes del 2004- aletargado
panorama editorial de la “prensa roja”. Los tabloides sensacionalistas son
diferentes del periodismo de nota roja aunque frecuentemente se nutran de lo
mismo, pero en la perspectiva de las editoriales que son empresas de negocios,
una misma casa editorial suele sostener medios diversos conviviendo en el
“mismo espacio común”, diluyendo la tenue frontera en la danza de los intereses
económicos. En el sexenio de la guerra fallida ALARMA¡ alcanzó 2 millones de ejemplares semanales, El Gráfico alcanza un tiraje promedio
de 60 mil ejemplares de lunes a sábado, Metro
saca 195 mil periódicos diarios, El
Extra de Morelos tiene un tiraje de 300 mil ejemplares (y es el periódico más vendido en el estado). Ante la inesperada bonanza, muchos medios “serios” cedieron
a la tentación de someter la nota policiaca a un tratamiento similar de nota de
entretenimiento y reubicaron la sección erótica para asociar artificialmente
violencia y sensualidad, lo que a la postre fue un exitoso hit de marketing. Así irrumpió por todos lados
la estética gore, adjetivada y sustancializada por el estupor moral cuya
expresión, ya se sabe, mantiene disimulada una condena tremendista:
“Chacal”,
“Hiena”,
“¡Brutal¡”,
“Una rata menos”,
“Halcones de cacería”,
“Ya la debía”,
“Quien
a hierro mata…”,
“La patrol les dio su bendición”,
“Menuderos cazados como
moscas en Tepisur”, “Ex polis piden comisión a comercios”,
“En malos pasos
andaba”,
“Castigo por Sancho”,
“Era cocodrilo y lo ejecutaron”,
“Ratas en fuga”,
“Ya duerme en chirona temible violín”,
“Le reventaron el cacumen”,
“Cuerpos sin
cabeza”,
"Descuartizados y con tiro de gracia”,
“No para la carnicería”,
“Policarpos piratas”,
“Juanes drogos”,
“Niños sicarios”,
“Le quemaron el
camarón”,
“Colgados con narcomensaje”,
“Galería del horror en Cuernavaca”,
“Madreados y humillados por no pagar la merca”,
“Lo sorprendieron como al tigre
de Santa Julia”,
“Mujercito ejecutado”,
“Mocháronle la choya”,
“Macabro
hallazgo”,
“Amante asesina”,
“Despechado a salto de mata”,
“¡Pozole con seres
humanos¡”,
“Al fin confesó la bestia inmunda”,
“Tamales regios”,
“Bella en capilla”,
“Se lo llevó patas de cabra”,
“Metiche y encajoso, al joyo”,
“Levantón de
universitarios”,
“Encobijados en la carretera”,
"torturado y muerto por el
ejército”,
“Pozito mortal”,
“Le quitaron el rostro…¡aún vivo¡”,
“La maña se
llevó a sus hijas”,
“Cachitos de cristiano con narcomanta”,
“A glamorosa güera
le robaron los silicones”,
etc.
Por vía directa o indirecta, pero siempre
cooptados y atrapados por la amoralidad del beneficio comercial, la prensa
escrita fue invadida por el huracán de la violencia de la violencia, el cual
despedazaba poblados en Michoacán, barrios populares de Tijuana, Ciudad Juárez,
Guadalajara, Cuernavaca, Oaxaca, el Estado de México, Jalapa, Acapulco, etc. Un
muerto por cada quince minutos en promedio, o sea, seis mil muertos por cada
unos de los 26 capos atrapados o abatidos;
con el premio a los más escatológicos, horribles y escalofriantes que,
de acuerdo al consenso de los medios, se le puede otorgar a los ex militares de
fuerzas especiales, “cuyo nombre nomás de evocarlo perturba”, según una fuente castrense
que pidió el anonimato.
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