JORGE
ANTONIO DÍAZ MIRANDA
Octubre
2013
“Fue el trabajo más duro que he realizado,
el más terrible, el más desgastante. Creo que si hubiera sido el primero que
hago, quizá hubiera sido el último. En eso pienso a veces y las imágenes me
atormentan por la impotencia de ver apagarse una hermosa vela prematuramente, sin
poder hacer algo más que contemplar horrorizada los oscuros golpes de la
fatalidad…” Quien así habla es la fotógrafa Renée Byer que a lo largo de un año retrató la vida de una madre
soltera con su hijo enfermo de cáncer. A
Mother´s Journey, fue el amplio reportaje que publicó sobre la tragedia
familiar, con el que logró el premio Pulitzer en 2007. Las fotografías fueron
realizadas en blanco y negro en casa de la pequeña familia compuesta por la
madre y tres hijos, uno de ellos con cáncer terminal. Si bien la madre se
esforzaba por colaborar, la relación con el pequeño fue más difícil pues se
negaba a las fotografías o cuando era sorprendido por el frío ojo de la lente volteaba
la cara con una atormentadora señal de disgusto. Pero la enfermedad del niño no
era el domus idilium del reportaje
sino todo el cuadro de complicaciones psicosociales que suele arrastrar consigo
la enfermedad, como una avalancha demoledora del equilibrio familiar. Si ya de
por sí era brutal la presencia de un status
agónico en un niño pequeño, los problemas económicos aparejados apenas dejan un
respiro para cuidar a los otros hijos y ni que decir de la vida personal de la
madre que se esforzaba por no perder la razón en medio del dolor. Como en
muchas otras familias el patrón era el mismo, la madre luchando sola sin el
compañero biológico porque él estaba demasiado ocupado –o acobardado- para
hacer frente al ángel oscuro que torturaba al pequeño con los flagelos que, al
final, abreviaron su estancia en este mundo. Con el reportaje publicado por
entregas en el diario The Sacramento Bee,
la familia consiguió dinero para sus gastos y creó la Fundación Dereck Wish (www.derek-wish.com) para
ayudar a otras familias con enfermos terminales. La historia de Derek Madsen,
el niño enfermo quien murió en mayo de 2006, fue un desafío emocional para la
fotógrafa Byer, que le exigió replantear su trabajo desde la paciencia, la honestidad,
el respeto y la compasión, pero sobre todo -y he ahí lo más desgastante para
ella-, dejar fluir la “cotidianidad familiar” sin intervenir, sin poder sugerir
o ayudar en los duros momentos de emergencia (que fueron los 365 días de ese
año), para registrar con “objetividad” las dimensiones reales del sufrimiento
humano.
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