viernes, noviembre 22, 2013

HEART OF DARKNESS





Heart of Darkness
Las pesadillas de Joseph conrad
A Ciento cincuenta y seis años 
de su nacimiento

Jorge Antonio Díaz Miranda
Noviembre de 2013

Crónica de un viaje desaforado
El joven Joseph Conrad viajó al Congo en 1890 contratado como capitán de un vapor por la compañía  que Leopoldo II de Bélgica formó para la agresiva explotación del caucho, la madera y el marfil. Ahí, Conrad contrajo la Malaria y la disentería, y vio cómo las potencias europeas y sus lugartenientes maltrataban a los nativos. Con su novela El corazón de tinieblas Conrad publica las dolorosas memorias de su viaje africano, de las que afirma pocos años después de su publicación: “navegando por el Rió Congo, dejé de ser un animal para convertirme en un escritor”. El horror de la opresión colonial provocaría este efecto de humanización y lo llevaría a describir de una forma minuciosa los engranajes y funcionamiento del criminal reparto del continente africano entre  las potencias europeas, planeado en la abusiva Conferencia de Berlín celebrada en 1884-1885.  El nivel más superficial de la novela de Conrad contiene un alegato político a favor de los oprimidos grupos tribales. El nivel más profundo, explora, ontológica y psicológicamente los rincones más oscuros de la vampírica alma aristocrática y decadente de las élites europeas.

El corazón oscuro de Laopoldo II de Bélgica
La forma de extraer las riquezas de las colonias  africanas por parte de los europeos, se basó en la utilización esclavista de la mano de obra nativa, llevándola a los límites compulsivos de la extenuación, la hambruna y la ruina física. Niños, jóvenes, mujeres, hombres y ancianos, eran obligados a trabajar de sol a sol con métodos rudimentarios y brutales, que alimentaron directamente la riqueza de las potencias europeas, cuyos activos subirían como la espuma. Para la administración de la mano de obra fueron contratados capataces árabes que impusieron una disciplina férrea consistente en trabajos forzados y sin paga los primeros siete años de servicio laboral de los peones. Si estos sobrevivían a la represión  de los crueles capataces o de la cavernaria policía real, el periodo de salario solía durar entre uno o dos años como máximo pues solían enfermar y morir extenuados. Todos los métodos imaginables fueron empleados para lograr los objetivos de la explotación colonial. La mayoría de los nativos trabajaban encadenados  y los esclavistas estaban autorizados a cortar las manos de los peones que no rendían lo suficiente e incluso matarlos. En muchas de las aldeas que bordeaban el río Congo, se exhibían las cabezas cortadas de los peones que huían del sistema esclavista, o que no habían tenido un desempeño rentable. Como era habitual las cabezas se dejaban expuestas hasta que se podrían como advertencia a los esclavos que tuvieran la misma inquietud fugitiva. En 1908 los devastadores efectos del sistema esclavista impuesto por Leopoldo II se hicieron públicos: de los 20 millones de nativos que había originalmente antes de la llegada de las compañías explotadoras, quedaban solo ocho.

El testigo atormentado
Joseph Conrad fue el cronista de aquella desaforada perversión esclavista, y la motivación de exponer esa barbarie residía según el escritor de origen ucraniano en: “Dotar los hechos sombríos de una resonancia pública, de una memoria colectiva sobre la tragedia humana provocada por la ambición y la inmoralidad de los poderosos”. La selva y el río tienen para Conrad una dimensión siniestra, de extravío y maldad, pero más denso aún e inquietante es lo que aloja el corazón humano abismado por su ambición, capaz de conmutar los mejores ángeles de nuestra humanidad en una multitud de demonios sedientos de infringir dolor y demoler la vida de los semejantes. “Vagabundos en medio de una tierra prehistórica”, puntualiza Conrad en su novela para subrayar que “aquellas soledades se abrían ante nosotros y volvía a cerrase como si la selva hubiese puesto poco a poco un pie en el agua para cortarnos la retirada en el momento del regreso…penetrábamos más y más en la espesura del corazón de las tinieblas”. Al final del viaje, Marlow, protagonista de la novela de Conrad que es él mismo, espera a ese hombre extraviado y moribundo, Kurtz, cuya alma “ha sucumbido a la fascinación de lo abominable”. Marlow describe los últimos días de ese hombre quebrado: “la selva había logrado poseerlo pronto…me imagino que le había susurrado cosas sobre él mismo que no conocía…hasta que la tierra lo desprendió de si mismo abismándolo sobre el vacío. Su  inteligencia seguía siendo perfectamente lúcida pero su alma estaba loca. Había perdido el juicio y condensaba su locura con una idea terrible, repetía una y otra vez, ¡el horror¡, ¡el horror¡, ¡el horror¡”.                                               

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