Jorge Antonio
Díaz Miranda
Noviembre 2013
Aunque usted no lo crea he aquí un film estadounidense
independiente, con un presupuesto reducido y un argumento de primera.
Demostrando que se puede hacer buen cine sin la hueca parafernalia holiwoodense.
Un film cuya caracterización emotiva y discursiva sale directamente de las
entrañas de los protagonistas. El plató se despliega en un sitio platónico,
literal y metafóricamente, uno de los más bellos litorales de la costa griega frente
al histórico y apacible Mar Egeo. Ethan Hawke y la hermosa Julie Delpy, dan
vida a Jesse y Celine (escritor y ama de casa con trabajo esclavizante), que
montan un soberbio duelo de improvisación histriónica y dialéctica, para
ilustrar con durísima elocuencia los vericuetos del matrimonio moderno,
saturado de ambigüedades, contradicciones, malos entendidos, insatisfacción,
culpa (que no responsabilidad) y amargos resentimientos por infidelidades
reales o imaginarias. La crisis de una pareja madura que comparte antecedentes
devastadores de mutua inquina, sospecha y paranoia. En una villa frente al
Peloponeso, la pareja afronta su enésima crisis replanteando el pasado,
cuestionándose el devenir del presente y echándose en cara la incertidumbre de
envejecer juntos o separados. Solos o con amigos, acompañados de sus hijos o
solos, cada uno tiene frente a sí, un conjunto de decisiones que pesarán en el
corto y mediano plazo: a él con respecto a su relación con el hijo adolescente
de su primer matrimonio y a ella con un trabajo en puerta que le permitirá
desarrollar al máximo su potencial profesional. El dialogo construido entre
ambos está poblado de fantasmas alcoholizados, impulsos lujuriosos, soledad,
desencanto y desesperanza. En los portales de la añeja ciudadela matrimonial, se
encuentran ya estacionados los oscuros jinetes del apocalipsis que traerán
ruina física y moral. A lo que se agrega la habitual presión de sus respectivas
profesiones, el plus de estrés por su respectivo rol paternal, las cuentas
bancarias que no dejan de llegar, los horarios de trabajo compulsivo y los
prejuicios que cada uno arrastra respecto de la nacionalidad del otro (ella
francesa y por tanto “puta”, él estadounidense y por tanto “macho ignorante sin
pizca de educación”). La pareja describe con lenguaje directo que el camino de
la vida conyugal está pavimentada de ronquidos, desvelos, mal olor y rutina
aburrida de sexo rápido, antinatural y predecible. El marco de la discusión
será la inacabada e inacabable conflicto inter-género donde unos y otros se acusaran
de las peores miserias: you know Darling,
the woman crossing the great auto-sacrifice valley, forever. Y así hasta
completar el perverso eterno retorno de lo habitual con su vesánica rutina que
nos hace desembocar en el lost paradiso de
Milton, es decir, ese lugar que no es ningún lugar, donde ya derrotados nos
consolamos con sentir empatía por los perdedores. Vale la pena pues revisar
este film por su carga humana, demasiado humana quizá para los gustos de la
época. La dirección de Richard Linklater y las locas improvisaciones de la pareja
Hawke-Delpy, harás las delicias de maduros y súper rucos que en la actualidad
digital aún disfrutan del placer anacrónico de dialogar face to face, sin caer en el kitsch
cursi, el vulgar chantaje sentimental o el mobbing
inhumano de la decadente e impersonal comunicación virtual-remota. En la época
de los talk shows he aquí uno que no
tiene desperdicio, una terapia de pareja pública en tiempo real, sin censura ni
cortes publicitarios. Al final, una fina filigrana dramática que tiene
reminiscencias teatrales a lo Enrik Ibsen, y, citas fílmicas al estilo intenso de
un Ingmar Bergman o de un Volker
Schlöndorf.
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