LOU REED
(1942-2013)
(1942-2013)
In
memorian
JORGE ANTONIO DÍAZ MIRANDA
Octubre
2013
Más de
cuarenta años de fecunda carrera artística y las discusiones sobre sus
distintos sentidos no pueden agotarse solamente en la accidentada relación que
tuvo Lou Reed con la Factory de Andy
Warhol, su juvenil exhibicionismo homosexual-heroinómano, o, en el lado salvaje de su peculiar relación con
los extraordinarios músicos minimalistas de la Velvet Underground. Mucho menos en la copiosa discografía que,
acompañado o solista, de estudio o aquellos que registran estimulantes
recitales alrededor del mundo, reunidas en grabaciones oficiales o piratas; y, que, en buena medida
ilustran la evolución musical de Reed con sus descarnadas visiones de crooner neoyorkino, a un tiempo apocalípticas
y nihilistas, con los ecos sonoros de una moderna ciudad multicultural que
se avejenta cada día por la densa polución fotoquímica.
Porque
todo lo anterior no es más que la cima visible de un mega-volcán submarino, en
cuyo interior se alojan las vetas riquísimas de materia incandescente, que,
contienen las claves del mejor rock contestatario de la segunda mitad del siglo
XX y de principios del XXI, el cual, a través de la visión artística de Reed,
incorporó las bellas letras y la poética a su repertorio expresivo. No por nada Francia otorgó al músico la máxima distinción como representante de la
legión de honor en letras y artes. Lou Reed tuvo una intensa
relación con el mundo literario estadounidense, interactuando y participando activamente en su
re-producción-recreación sonora. Recuérdese a este respecto, la recreación de
los cuento de terror de Edgar Allan Poe, reunidos bajo el disco The Raven, realizado en 2003, en el que Reed actualiza y adapta (con
la colaboración de sus amigos escritores, actores y músicos), el contenido
literario en función de la atormentada realidad cultural de Estados Unidos en
el presente siglo, caracterizada por sus profundas contradicciones sociales, su
ambigüedad política, su racismo, su enajenación, su estupidez, su belicismo
banal, su desdén hacia la naturaleza, el bandidaje financiero internacional;
pero también por su multi-culturalidad, sus espléndidas bibliotecas y museos, los
hombres y mujeres que han forjado desde su militancia política, intelectual y
sobre todo su quehacer docente o tecnológico, los valores democráticos, de
defensa de los derechos civiles, la solidaridad internacional, el bilateralismo
y la cooperación internacional.
En ese
sentido militante y abierto, tolerante y solidario, contestatario y
propositivo, ético y estético, apocalíptico pero integrado, se inscribe el
trabajo artístico del último Lou Reed, maduro y centrado, más reactivo que
nunca, firme y digno frente a la locura de los políticos que siguen siendo una
raza de hijos de puta. Las dosis de desconsuelo que comunica Reed en sus discos
New York, Set the Twilight reeling y Ecstasy, no provienen sin embargo de un
fatalismo derrotista o de solo conformarse con la contemplación de la sangre en
las manos o e l dolor por los muchos
amigos que se han ido con las pandemias de fin de siglo (pasado). Provienen de
una renovación vital que propone en primer lugar exterminar la exagerada
centralidad del yo, luego sustituir la sensación del momento para pensar
reflexivamente en un futuro donde no estaremos pero estarán otros que heredaran
el mundo, y finalmente disolver la perspectiva de lo que urge o de lo inmediato
para centrase en la canción de lo trascendente, es decir, la belleza natural
preservada, la justicia y la dignidad humanas,
y la gran aventura de la ciencia y los saberes materializados en
tecnologías de exploración. Si bien la realidad humana es aún de miseria y
odio, Reed piensa (por ejemplo Set The
Twilight reeling) que son los hechos de la gente cotidiana las que frenan
las maldades de las grandes corporaciones al desensamblar las pendejadas de los
chinga madres. El opio del pueblo debe eliminarse desenmascarando la tecnología
del yo de la culpa y la confesión porque, salvo los casos extremos, la
naturaleza humana es un despliegue complejo de cognición, alma y
espiritualidad. No por nada Reed, en su disco New York, hace morir de
nuevo a Cristo en la catedral de San Patricio (uno de los anacronismos
arquitectónicos más bellos de Manhattan), sugiriendo la validez de la idea del
sacrificio individualista en pos de la sobrevivencia de la comunidad. En Ecstasy vuelve la vitalidad de la
tradición para tender un puente con las nuevas generaciones, no obstante la
danza de la muerte. Esta es una de las vetas hermenéuticas que abren las
aportaciones de Reed al mundo artísticos contemporáneo, pero como esas hay
muchas más que requieren estudiarse y preservarse y retomarse para su
actualización.
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