lunes, abril 08, 2013

NI MURIENDO SE TERMINA EL ODIO



NI MURIENDO SE TERMINA EL ODIO*

Relato compartido por el Señor Agustín Cambray Uriostegui (†), vecino del municipio de Totolapan, Morelos. Las entrevistas, grabación magnetofónica, cotejo de datos históricos, revisión de documentos judiciales y una primera versión del manuscrito, fueron realizados por Jorge Antonio Díaz Miranda entre octubre y diciembre de 2011. La versión definitiva fue compuesta incorporando nuevos datos,  en abril de 2013, con la revisión de estilo a cargo de Atenea del Bosque A. C. Agradecemos a todos los informantes que prestaron su testimonio para precisar hechos y fechas. Para quien esto escribe, es una pena que el Sr. Agustín no haya podido ver ni la primera versión redactada de su relato, pues un mes después de la última  entrevista falleció.            

-        Todo comenzó a mediados de febrero de 1956.
-        ¿Usted se acuerda?
-        Sí señor. Me acuerdo, porque al siguiente año la cosa se puso peor y decidí salirme de ahí pa´ jalar rumbo a Iguala (Guerrero) y de ahí a Totolapan (Morelos) donde ahora vivo.
-        ¿Eso que me cuenta pasó en febrero de 1956?
-        Eso mismo le dije. Yo nací en la Tierra Caliente, pero luego que murió mi “agüelo” don Guadalupe Cambray, mis tíos nos llevaron al llano, cerca de la Sierra Negra. Y ahí crecí yo. Ahí me hice hombre. Trabajando en los alumbres, deslomándome en los campos y arreando la vacada de mi tío Cástulo, el mayor. Un tiempo me fui de bracero pero regresé pronto porque mi madre murió de repente. Ya no quise irme porque lueguito conocí a mi esposa Ifigenia, con la que viví todos mis años. Ella es la madre de mis ocho hijos. Justito cuando nació el menor, Severo, fue cuando comenzó el pleito entre esas familias.
-        ¿Usted recuerda exactamente cómo pasó?
-        Sí. Yo era el comisario. Durante algún tiempo quise detener los fragores de Marcial y de sus hijos, pero la mera verdad es que los de Rogel tampoco se sosegaban por más intentos que yo hice para aplacar los ánimos… Hasta metimos al bote a Marcelo por el borlote que armó en la cantina de don Plutarco. Pero ahí el pleito ya estaba picado.
-        ¿Pero cómo empezó todo, hubo algún lío de mujeres, deudas o despojos de tierra, qué fue?
-        No. Nada de eso. En ese entonces ni las tierras ni el dinero eran motivo de sangre. Las mujeres sólo suscitaban alguna que otra bravata pues los hombres se conformaban con hablar mal de ellas, burlándose de sus rivales y hasta ahí.  Pero una mala acción entre paisanos podía “desatar al Caín que todos llevamos dentro”, como decía el párroco Lazarito. En el caso de las familias que le relato, los rencores comenzaron por querer ganar la tranca principal de los pastizales. Esa mañana de febrero, los nietos de Marcial llevaban a los becerros a pastar. Iban gritando en el camino, como era costumbre del lugar,  para saber si había alguien más arriando ganado. Así podían determinar si eran los primeros en llegar al pastizal o tendrían que esperar. En verdad era una mala costumbre de aquellos tiempos, de jóvenes y viejos, que al gritar, dejaran ir majaderías, albures, retos, burlas, o recordatorios familiares.  Entonces el llano se llenaba de las voces de hombres que intercambiaban ofensas de todo tipo y carcajadas. Esa mañana los únicos que estaban en el llano eran, como le dije, los nietos de Marcial, y de parte de los de Rogel, Carmelo y Arnulfo... quizá también Márgaro. El caso es que intercambiaron burlas y mentadas entre ellos hasta que al llegar a una encrucijada se dieron cuenta que iban parejos en el camino, que iban a llegar pues al mismo tiempo a la tranca del pastizal. Los de Rogel apresuraron el paso de las reces y se adelantaron un trecho con sus cabezas de ganado, pero al ver esto los nietos de Marcial echaron a correr a los becerros, provocando una estampida general y un encontronazo cerca de la entrada. Carmelo, el más tranquilo de los Rogel, trató de detener la estampida del ganado lazando los toros de la vanguardia, pero en eso uno de los becerros de Marcial embistió su caballo haciéndole perder el equilibrio. Arnulfo sólo se quedó mirando como atropelló a su hermano un “endemoniado vendaval de cuernos”. El nieto mayor de Marcial, se asustó de lo que había hecho y espolió su cuaco para huir en dirección contraria, pero Arnulfo lo alcanzó “en tres  zancadas”, lo derribó de la montura y ahí mismo lo ajusticio con su verduguillo. El otro nieto de Marcial no huyó, se quedo ahí esperando a Arnulfo pero aquel ni siquiera lo miró, volvió donde Carmelo para levantar su cuerpo destrozado.
-        ¿Qué pasó después?
-        Cada familia enterró a su muertito en el panteón y casi se desata la escaramuza cuando acabó el santo entierro. El novenario por los difuntitos trajo consigo una tregua breve aunque amarga. Era triste ver el desamparo de la familia de Carmelo, como triste fue ver a Martina, madre del menor asesinado por Arnulfo, volverse loca de dolor, hasta que la encontraron días después del entierro, colgada del cuello en la viga del granero. En ese momento los jefes grandes de las familias trataron de parar la violencia, hablando con sus hijos y nietos,  y luego, buscando conciliar los desacuerdos inter familiares en la ayudantía. Un mes duró la calma y luego vino lo peor, la guerra directa sin cuartel, que involucró al grueso de las dos familias.
-        ¿La venganza fue el móvil de esta guerra?
-        Sí. La venganza. Hubo golpes y enfrentamientos en el llano y los cerros, con machetes y cuchillos, palos y piedras, pecho contra pecho en el fragor de las balaceras. Y luego, dos meses después del suicidio de Martina, el otro de los nietos de don Marcial, también hijo de la suicida, apareció muerto en los lindes del pastizal. Dos días después, Arnulfo fue emboscado en el río y muerto a tiros por el padre de los chamacos asesinados, viudo de la mujer suicida. Por eso le digo que cuando pasó lo de la trifulca de la cantina, provocada por Marcelo, ya no había vuelta atrás, los odios estaban sembrados. De modo que siguieron las balaceras y los muertos y los funerales. Caían hombres, jóvenes y niños, hasta que las mujeres agotaron las lágrimas de tanto llorar. A las balaceras siguieron los asaltos, las violaciones y los raptos. Era el exterminio traído por el odio. Era la desolación traída por las alas de la violencia más despiadada…
-        ¿Pero por qué la autoridad no paró la espiral de asesinatos?
-        En ambas familias había miembros con influencias políticas y fueron ellos los que alentaron el enfrentamiento. Por eso los rurales ni se metían. Por eso el municipio ni caso me hizo cuando yo solicité una guarnición de soldados. La gota que derramó el vaso fue cuando Matías Rogel contrató pistoleros para acabar con los últimos hijos de don Marcial. Ya no quise saber más. Yo y mi familia estábamos más que cansados del matadero y los desvelos en espera de los cuerpos para dar fe de la forma en que los asesinaron.
-        ¿Sabe cómo terminó la guerra entre las familias?
- No lo sé. Pero las viudas de ambos bandos huyeron del pueblo llevándose a sus hijos e hijas más pequeños. Los viejos fueron abandonados por sus nueras y murieron en una larga agonía de tristeza y enfermedad. Las casas cayeron en ruina y hasta hoy están abandonadas. Según me cuenta mi compadre Jacinto, nadie quiere vivir ahí. Nadie quiere pisar las guaridas de los asesinos donde se ve un pulular nocturno de fantasmas. Otros dicen que en el granero han visto el fantasma de Martina, repitiendo su ahorcamiento con un gesto terrible en el rostro, clamando su ira, su odio, su desesperación…                       
*Por razones evidentes el nombre real de las personas, los apellidos de las familias así como las referencias geográficas precisas fueron modificadas para preservar la identidad e integridad de los descendientes. Los hechos narrados aquí son reales y forman parte de la tradición oral del pueblo en que sucedieron. Las fechas, el modo en que ocurrieron los hechos y la encarnizada batalla de las familias, fueron corroboradas en actas de la ayudantía, documentos de investigación policial y publicaciones de prensa; por lo que puede considerarse justificada su fidelidad histórica. El recuento de las víctimas asesinadas, según las actas ministeriales y periciales es de 25 personas, aunque se desconoce el paradero de los últimos combatientes. De acuerdo con algunos pobladores, testigos directos del final de la batalla inter familiar, todos murieron, excepto los ancianos y las viudas.      

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