LA VIOLENCIA NO
SE IRÁ
JORGE ANTONIO
DÍAZ MIRANDA
Martes 27 de Noviembre de 2012
I.
Un tsunami de basura informativa y versiones
arregladas vomitan los principales medios de comunicación, sobre todo radiales
y televisivos, con contadas y notables excepciones claro. Pero la tesitura
dominante es de justificación y pontificación de las verdades a medias generadas
patéticamente por el gobierno perdedor que ya se despide. Mas la verdad es que
el fin de fiesta calderonista se realiza en medio de un coro de tragedia griega
con el telón de fondo de ciudades incendiadas y el cadáver de la miss Sinaloa
2012 asesinada en el fuego cruzado de militares y sicarios… Al mismo tiempo,
distintas voces disidentes van perfilando las verdaderas dimensiones del
fracaso del último sexenio panista con el Estado sobre endeudado, cuentas
publicas quebradas, estados y municipios sin dinero, sociedad demolida por la
violencia, el desempleo creciendo y por consiguiente la pobreza (PNUD, 2012),
la involución y el retroceso más que evidente del desarrollo social en combate
a la pobreza (informe CEPAL,2012) salud y educación. Pero eso no es todo.
Enmarcando el caos, la danza de la muerte cobra dimensiones catastróficas en el
fracaso inmenso de la “gran política de seguridad del sexenio que atacó los
efectos pero no las causas, con una vaguedad de alusiones pero no con la
certeza de un problema específico, definido y delimitado con una metodología
social objetiva” (Vid. Mauricio Merino y Fernando Escalante (2012) Crímenes
políticos y mal diseño de políticas públicas). La última cifra de decesos
vinculada al crimen nos la ofrece la organización
México Evalua, cuyo balance a noviembre
de 2012 es de 101,109 muertos con 300,000 victimas colaterales entre ellas muchos
huérfanos, 30,000 personas desaparecidas (de las cuales 6,000 son desapariciones
forzadas, es decir con un algún grado de participación de las fuerzas de
seguridad del Estado mexicano de acuerdo a Santiago Corcuera, HRW & IA) y
más de 450000 personas desplazadas por el vacio de autoridad en distintas zonas
de conflicto. Estas cifras ponen a México en la misma categoría de violencia
que alcanzaron en su día la guerra de los Balcanes -cuando la desintegración de
la ex Yugoslavia-, o, de la segunda guerra del Golfo en Irak, con más de cien mil muertos
respectivamente. La guerra no declarada del valiente cruzado Calderónico-el-puro,
hizo blanco principal en la sociedad y afectó todos sus aspectos vinculantes,
perturbando, inhibiendo o neutralizando con el terror cualquier intento de
oposición o resistencia. Si bien los derechos humanos fueron multicitados como
motivos discursivos para legitimar la política beligerante del conservadurismo
de la última presidencia panista, en la práctica los poderes ejecutivo y
judicial se encargaron de acotarlos severamente, reduciéndolos a una categoría
más de indefensión jurídica. Pero he aquí lo central: el cacareo y la
consternación hipócritamente simulada del conservadurismo gobernante no
pudieron ocultar el hecho de que la guerra calderónica no se hizo para
solucionar el problema de la producción, acopio, trasiego, distribución o
consumo de drogas ilegales; se hizo tan sólo para reorganizar el mercado y
conectar las élites políticas, financieras, empresariales, burocráticas,
militares y policiacas, a la cuantiosa repartición de utilidades del gran
negocio ilegal. Peor aún, tras el aparente éxito punitivo del proceso de persecución
del crimen organizado –signifique lo que signifique para el gobierno federal-,
la verdad se impone: poco o nada afectó descabezar a los cárteles pues la
prosperidad del negocio está intacta, así como su expansión económica o incluso
su diversificación. En este sexenio de supuesta guerra contra los criminales,
malosos, la mafia o la insurgencia criminal., el tráfico de drogas ilegales se convirtió en
un negocio trasnacional con presencia en los principales mercados
internacionales. Los muertos y víctimas no formaron parte significativa del
cálculo de conveniencias políticas puesto que la economía del país, primero y último
objetivo de la racionalidad neoconservadora, estuvo fuertemente asentada en la
liquidez financiera, provenga de donde provenga, “haiga sido como haiga sido”,
su gestión, generación, obtención, concentración o circulación. Así las cosas, no es de extrañar que el
balance final del parte de guerra del felipato, únicamente se celebre la
captura o eliminación de 27 de los 31 principales jefes de los cárteles
mexicanos de la droga, omitiendo por supuesto lo incómodo, es decir el costo
social, pues al relacionar el número de capos detenidos o asesinados con la cifra total de muertos se obtiene un
indicador terrorífico: por cada jefe atrapado o asesinado murieron 3744
personas.
II.
Mucho se ha insistido en la presente semana sobre
los excesos del estado mayor presidencial en el operativo desplegado alrededor
del Congreso de la Unión para garantizar la seguridad en la ceremonia de trasmisión
de poderes del presidente electo Enrique Peña Nieto. Los vecinos de las
colonias aledañas al recinto fueron tomados por sorpresa y de la noche a la
mañana despertaron en medio de un cerco militar que impuso medidas excesivas
que van desde la detención arbitraria hasta la revisión obligatoria de bolsos y
mochilas, sin mencionar la desviación vial o la interrupción incluso de la ruta
del trolebús. El reclamo de los actores políticos de izquierda se ha tornado
intenso por la aparente indignación y la solidaridad con los ciudadanos
afectados. Las patéticas explicaciones de Pedro Joaquín Coldwell o José Murillo
Karam, han dejado en suspenso a la población en general que ve fortalecida la
sospecha de la continuidad del enfoque beligerante por parte del presidente
electo Enrique Peña Nieto y con ello el desfondamiento de la esperanza social de
parar la violencia a través de un cambio radical de estrategia del nuevo
gobierno. No se debe olvidar el origen priista del presidente electo, de cuyo
presidencialismo emanó las directivas de guerra sucia en un período largo de la
historia reciente 1964 a 1982, de ahí el perfil represivo de Enrique Peña Nieto
ya se ha manifestado en el pasado en el caso Atenco y que los excesos de los
manifestantes fueron contrarrestados eficazmente con los aún mayores excesos
policiacos consistentes en golpizas, violaciones, torturas, desapariciones
forzadas, procesos judiciales sin defensoría legal, persecución facciosa, estado
de sitio a la población y linchamiento mediático. Un hecho significativo que
fue anunciado en las últimas semanas fue la desaparición de la Secretaría de
Seguridad Pública dirigida por el super policía del panismo Genaro García Luna,
que será incorporada en el nuevo esquema de gobierno a la Secretaría de
Gobernación. Desde luego que es prematuro adelantar los escenarios ante este
cambio pero sin duda no es ocioso y mucho menos desdeñable elaborar hipótesis
de sus implicaciones a mediano y largo plazo. Un primer aspecto a leer en ese
sentido es el desconocimiento por parte del gobierno electo de todos los
acuerdos que el felipismo estableció con los grupos criminales a los que no
atacó frontalmente en su sexenio, quedando en el aire una re negociación de
pronósticos reservados y alcances potenciales que incluye en sus probabilidades
una escalada mayor de violencia y muertes. Un segundo aspecto que puede
desprenderse de lo anterior es la inestabilidad que seguirán padeciendo ciertas
zonas en conflicto mientras se vuelven a reorganizar y reagrupar las células
criminales ante la desaparición o detención de sus jefes. Reorganización que
puede tornarse en un pacto de estabilidad y colaboración, o bien de acciones
terroristas ante la insistencia del Estado en reducir la presencia de los
grupos delictivos y sus respectivas células. La reorganización de los grupos
delictivos está también condicionada por la presión estadounidense que en
ciertos estados legalizó la mariguana, principal producto de exportación de los
cárteles mexicanos, lo que obliga a una diversificación hacia otros mercados y
otros productos y servicios.
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