LA SOMBRA
DEL CAUDILLO
ALGUNAS
NOTAS PERSONALES
Jorge
Antonio Díaz Miranda
12 de septiembre
de 2012
Fue a mediados del año 1980
cuando leí por primera vez el libro La Sombra del Caudillo de Martín Luis
Guzmán, a instancias de mi profesor de quinto grado de primaria, Lic. Basilio
Ortega Zamora después de hacerle un par de preguntas concernientes a la
historia de la revolución mexicana. Después de habernos contado los avatares
del movimiento armado de 1910, el profesor Basilio dio por terminada la clase
de aquel martes de un febrero particularmente caluroso, yo levanté la mano para
preguntar un par de cosas. Primero, no entendía por qué los bandos
revolucionarios que estaban de acuerdo en derrocar la dictadura de Porfirio
Díaz, habían terminado por enfrentarse entre ellos, asesinando hombres como
Felipe Ángeles, Emiliano Zapata o Francisco Villa. Segundo, por qué hombres revolucionarios (en
apariencia) como Venustiano Carranza al llegar a la presidencia del nuevo
gobierno, demoraron tanto y en algunos casos ni llevaron a cabo la entrega de
las tierras a los campesinos. Recuerdo la reacción de mi profesor que me miró
un tiempo que a mi me pareció muy largo, con una intensidad que yo interpreté
como un mal augurio, la sombra de algún castigo como barrer mi salón o limpiar
el pizarrón por una semana. Nada de eso sucedió. Sin embargo el maestro se
quedó callado y luego se levantó pesadamente de su silla, gesto inequívoco de
fastidio –así lo creí yo en ese momento-, ante la insolencia de un niño
marciano irreverente, que había herido el flanco más débil del inmenso cariño
que el profe Basilio sentía por la historia patria. Se despidió diciéndome
directamente que él no conocía todas las respuestas de la historia mexicana,
pero meditaría algunas respuestas para mi, auxiliado por las alas de un humilde
coctel de aspirinas... Eso dijo. Una
semana o dos semanas más tarde –no recuerdo bien-, cuando yo ya había olvidado
el incidente, me pidió quedarme en el salón para hablar conmigo, y empecé a
sudar frío pues el día anterior nos había encontrado a mis compañeros y a mi en
los lindes de Chapultepec – lo que hoy en día es Jungla Mágica-, fisgoneando
los arrumacos que una maestra prodigaba a su novio. Pero para mi alivio, de lo
que quería hablar era de aquella clase de historia. Comenzó por ofrecerme
algunas explicaciones para distinguir la justicia y la política, de los hombres
que las manejan. Mientras aquellas eran figuras que en letra y contenido
contenían nobles aspiraciones de gentes virtuosas como Benito Juárez, los políticos
pueden interpretarlas mal o hacer un uso indebido de estas. Luego, me reitero
que no sabía todas las respuestas, pero en vista de todo lo que pasó después
del movimiento armado, la revolución mexicana de 1910 había sido una luz
pasajera de otro México posible, más justo y humano en donde la gente humilde
tuviera voz y voto, y que sin embargo cabría acepta que como movimiento social había
fracasado. Luego me enseñó una edición en gran formato de La Sombra Del
Caudillo, ilustrada y con letras como de periódico, y me encargó leer algunos
fragmentos de la tragedia personal y política del Gral. Ignacio Aguirre y la de
su amigo Axkaná. Esta encomienda de mi profe sí la consideré como un castigo en
vista de lo que diez páginas eran para mi en ese momento, mucho tiempo
concentrado en estudiar abandonando el futbol callejero con mis amigos y
vecinos, que cada tarde se ponía más y más emocionante. Pero ni hablar, mi bocota me había merecido el
comedimiento de mi profesor que prodigaba mis dudas con algunas páginas de gran
formato, para mi ilustración. Pero un mes y medio más tarde no sólo había leído
las páginas encomendadas sino toda la novela dividida en seis libros y 36
capítulos. Primero fue tortuoso y no entendía nada, pero después de aclarar
algunas situaciones del libro con mi gran profe de quinto año (que me acompañó
en toda la lectura de la novela), ya no hubo nada que detuviera mi lectura. Desde
entonces he leído la novela de Martín Luis Guzmán unas cuatro o cinco veces. Vuelvo a ella para entender lo
que pasa hoy en México. Vuelvo a ella para intentar establecer una génesis de
cómo se ha instalado en el poder político una raza de políticos disfuncionales
que explotan el cascarón de la Revolución Mexicana. Vuelvo a ella cada vez que
tengo incertidumbres de cómo paso nuestro país de una dictadura dura a una
dictadura blanda y luego a una dictadura televisada para volver a la era de los
“grandes saurios”…La impresión que me dejó el tono de la novela era de
pesimismo sobre la revolución mexicana, pesimismo y cinismo que ilustraba las
“formas” en que el poder aplastaba a sus opositores. No podía creer en mi época
de niño que un solo hombre pusiera en peligro los estamentos de la nación
mexicana, y me daba convulsión y asco cómo el caudillo tejió alrededor del
general Aguirre una red de intrigas que involucró a la cargada, a la policía
secreta, a la cámara de diputados; y cómo ante este acoso los “amigos” de
Aguirre se fueron alejando de él intentando preservar los favores del caudillo
(que después comprendí era una mezcla literaria de Plutarco Elías Calles y
Álvaro Obregon), en un círculo de colusión, servilismo y elogio desmedido. Guzmán
esbozó con maestría literaria un atisbo del futuro (recordaos que la novela fue
compuesta hacia 1927-1928), describiendo las prácticas del PRI durante setenta
años de dictadura perfecta. Letra por letra, libro por libro, capítulo tras
capítulo, Martin Luis Guzmán describiría lo que a la postre sobrevino a México
con el ascenso de las “nuevas generaciones pos revolucionarias”, políticos
profesionales que hicieron de la revolución una red de clientelismo, corrupción
y criminalización-persecución de los opositores políticos, con la prensa
comprada y controlada, las policías en función de secuestradores y torturadores,
los sindicatos y los sectores productivos manejados por líderes que se venden
al mejor postor…
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