CIERTAS MISERIAS DEBAJO DE
LA ALFOMBRA
by Jorge Antonio Díaz Miranda
Martes 2012-06-05
“Las
instituciones universitarias que imparten saberes, no son ajenas a las
tensiones sociales, tampoco a las correlaciones de fuerza de los intereses
contrapuestos en lucha por el poder. Las universidades mexicanas reproducen en
sus respectivas autonomías, formas organizativas centralizadas, nucleadas
alrededor de la figura del rector, que funge a lo largo de seis años como un
gobernador que concentra el mayor contrapeso político a la hora de tomar
decisiones estratégicas sobre la racionalidad burocrática, marco normativo,
procesos y procedimientos, presupuestario y sobre la delegación de responsabilidades. La
junta de gobierno es un enlace directo con el poder político de la sociedad, es
decir los tres poderes de la federación, en su expresión local y nacional. El
Consejo Universitario, conformado por profesores y maestros constituye un
dispositivo burocrático para la legitimación de las decisiones ejecutivas. La
federación de estudiantes y los sindicatos, conforman un bloque flexible que se
inclina hacia los beneficios devengados de la estructura centralizada, aunque
con un contrapeso mínimo y una acción de conciliación, canalización y contención
de desacuerdos potenciales; es decir, un mecanismo tripartita de desactivación
de conflictos”.
Hace rato que la Universidad Pública mexicana se
separó de la sociedad a la que dice servir, para cerrarse en un selecto
universo de élites académicas-administrativas concéntricas para la transmisión
de saberes y habilidades especializadas. Desde las postrimerías de los años 60´s del pasado siglo, las universidades públicas
fueron consideradas por el Estado mexicano, como áreas prioritarias de
observación y seguimiento, dentro de un esquema amplio de pacificación,
reorientación ideológica, control social y neutralización. De modo que fueron
sometidas a un escrutinio y fiscalización, presionando desde sectores bien
identificados con la comunidad de inteligencia adscrita al aparato represivo
del Estado. A la par de ello, los presupuestos fueron reducidos y etiquetados,
bajo el argumento de obligar a las universidades públicas a presentar resultados específicos como el
incremento de la matrícula o el mejoramiento de indicadores de eficiencia terminal. Este esquema de control
fue afinado como política pública de educación superior y alcanzó su máxima
expresión en la segunda mitad de la década de los noventa con la eclosión de la
“cultura de la calidad”, que es coincidente con los postulados de organismos
internacionales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Si
bien es cierto que este “proceso modernizador” mejoró aspectos tales como el
perfil del profesorado, el acercar la investigación a la docencia y la
modernización de la infraestructura de aulas, salas de medios, laboratorios,
auditorios y sedes deportivas; el rezago de la estructura organizativa universitaria
basado en una férrea centralidad fue más que evidente. De hecho ese centralismo
se sigue defendiendo como un bastión que apuntala la autonomía, la diversidad
de los saberes, la otredad tolerante y plural, así como el ethos humanista
supuestamente inmanente a la universidad. Por otra parte, este esquema de
modernización tampoco contribuyó con la equidad en la distribución de recursos
financieros. Hasta nuestros días el presupuesto de la UNAM es muchas veces
superior al presupuesto destinado para todas las universidades públicas del
país. La UNAM es un universo aparte y nada tiene que ver con el resto de las
universidades de provincia, vamos, ni siquiera con sus más cercanos
competidores como el Instituto Politécnico Nacional o la Universidad Autónoma
Metropolitana. Volviendo a la situación organizativa de las universidades
–incluida la UNAM-, la modernización no llegó a sus órganos de gobierno que
lamentablemente sigue estacionada en el centralismo rectorial con poco o nulo
margen de genuina expresión democrática. Aunado a lo anterior, las figuras oscuras del
porrismo y la fosilización estudiantil, la presencia de sindicatos voluminosos
y poco eficaces en términos laborales, los consejos universitarios controlados,
y, las pomposas-costosas-nuevas-burocracias del conocimiento (encarnados en la
difusa figura de Profesores-investigadores); conforman un inquietante universo
que se auto regula separándose del resto de la sociedad para gravitar en las
orbitas erráticas de los círculos políticos más conservadores y reaccionarios. La
convivencia del poder con las universidades no es nueva y forma parte de un
esquema de interlocución que es inaccesible al dominio público.
De lo anterior, se desprende una matización
necesaria concerniente a las manifestaciones de los estudiantes provenientes de
universidades públicas, adheridos al movimiento yo soy el #132 (que inició en
universidades privadas). La postura crítica de esos estudiantes, es
independiente de sus instituciones y no refleja la opinión de sus autoridades
ni del conjunto diverso que conforman escuelas, facultades, centros e
institutos de investigación. Si bien es legitima la demanda de mayor
democratización de la vida del país, también lo es para el ámbito de la Universidad
Pública, ya que su esquema organizativo actual beneficia y conserva al stablishment contra el que protestan
esos mismos estudiantes. La autonomía universitaria no puede ser un pretexto
para alejar el escrutinio público o un argumento para que la universidad no se
haga cargo de sus obligaciones sociales, o bien, para seguir dialogando en
secreto con los pontífices del poder en busca de cabildear prebendas, privilegios y ventajas de corto o mediano
plazo.
Si algo de lo anterior no es cierto, entonces que se
den a conocer las nóminas de los políticos habilitados como profesores que
cobran salarios que nada tienen que ver con la crisis financiera de la
universidad pública; amén de otros desfiguros que favorecen lo que una profesora
investigadora de una universidad de provincia llamó “el derecho natural del
profesor-investigador a la reproducción sociológica”, es decir, el nepotismo de
heredar a hijos, sobrinos o incluso nietos, puestos académicos inventados a
modo, becas y subsidios cuantiosos, convocatorias “públicas” con perfiles que
sólo cumplen selectos elegidos del dedazo, prestaciones de funcionari0s de
gobierno para un grupo reducido de burócratas alineados; y todo ello fundado en
una arbitraria prerrogativa dinástica.
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