El cacareo estadounidense se intensifica en los últimos días, lo mismo que los mugidos europeos y sus roncos graznidos. En la superficie la preocupación por los derechos humanos de los libios. En el fondo la repartición de los yacimientos petroleros de Libia y los fabulosos negocios inmobiliarios y de todo tipo que se pueden hacer con los lugartenientes aún más corruptos, que pudieran ocupar el puesto de Muammar al Kadaffi. La sombra de la intervención militar crece y decrece al vaivén de las bombas que caen sobre los rebeldes, pero eso funciona politicamente como el torniquete de chantaje para obtener mayores concesiones para Shell y las otras grandes petroleras que tienen sus manos metidas en el desierto libio. Las leyes emergentes que promueven politologos estadounidenses y europeos, columnistas y profesores de toda calaña, pretenden configurar una legitimación artificial a la hipocresía yanqui propugnando el castigo mayor para dictadores no alineados como Kaddafi y siendo tolerantes con dictadores de igual baja estofa que Hosni Mubarak. Lo que es un hecho es que la séptima flota estadounidense no puede ofrecer paz ni estabilidad en una región lastrada por la inestabilidad, en esa región de grandes desequilibrios sociales, políticos, económicos, democráticos, etc. La OTAN tampoco puede afrecer grandes cosas y menos aún la ONU que se inclina a los decires de los poderosos. El manoseo estadounidense lo único que traera es más muerte para los civiles y mayor poder concentrado en los Kaddafi o los lugartenientes que ellos asignen.
Jorge Antonio Díaz Miranda.
08 de febrero de 2011.
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