Dormías. La brisa entraba suavemente, filtrada por las cortinas blancas. Y dormías.
Afuera, la ciudad y sus ríos de luz. Adentro, como un oleaje discreto, el olor mistral de tú piel iba y venía con la fuerza de la marea.
Soñabas. Creo que soñabas. Y era tan agradable verte soñar que yo pasé la noche mirandote desde mi desvelo.
Afuera, una ciudad de luz. Adentro, furtivas caricias de aliento en las dunas de tú cuerpo. Mis manos descendieron a la seda de tú piel nadando convulsas en sus ríos eléctricos.
Afuera, el viento arrastraba rumores de la ciudad líquida. Adentro, la alcoba iba cubriéndose con el palio de sombras. La brisa filtrada olía a espuma de mar.
Soñabas. Creo que soñabas con caracolas, elevados navíos y travesías por islas hechizadas.
Afuera, la bahía extensa, los jardines de la ciudad y el rumor de agua que bajaba de la montaña. Adentro, el misterio de soñar sintiendo ser otro, en otra vida, en otro tiempo...
Mientras tu soñabas con arrecifes de coral, mi aliento beso el perfume mistral de tú piel. Mis manos se posaron en el nido de tú vientre...
Soñé que soñaba con otra vida, otro tiempo.
Cuando los ríos de luz de la ciudad inquietante se fueron apagando y la fría sirena del faro hizó un alto de silencio, besaste mi cuerpo aterido. En esa hora la niebla descendió hasta la bahía, tejida por el húmedo aliento de la montaña. Y Te sentí desde dentro, siendo tu otra y yo no siendo el mismo. Fui de alguién más, de alguién distinto, el tiempo que duró la madrugada.
Desperté al medio día de una vida extraña, no siendo yo, quizá siendo un niño, alojado en el húmedo nido de tú vientre todavía aterido por la oscuridad que se retiraba.
Soñabas. Soñaba. Creo que soñábamos con un rumor de ángeles en guerra, apostados en legión en los portales de nuestro mutuo deseo, estallarón en risas y cantos por el amanecer de esta parte del mundo.
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