I.
La veleidad es moneda corriente en el tráfico de caricias. La economía de las emociones inicia y termina en el dejar hacer o el dejar pasar. El libre juego interactivo no apuesta por los beneficios a largo plazo, sólo le interesa satisfacer lo del día. En la senda complaciente de subidas lúbricas, la intensidad y no la duración es lo que rifa. Eso es lo que hay en el fondo del enamoramiento: una mezcla embriagante de química hormonal, neuronas trabajando al tope para fabricar su propia realidad y el hechizo de palabras que catapultan sentimientos desnudos. La razón está fuera del circuito de esta montaña rusa. También podríamos decir que esta fuera de todo cálculo letal y ello a pesar del saber tácito de que el amor mata con una sola bala.
II.
No hay pues algún refugio metafísico para explicar la fuerza de la pasión. Tenemos por tanto que renunciar a los absolutos imponderables, a la sustancialidad o a los imperativos categóricos. La única materialidad constante en esta erupción pliniana del alma y su pasión, es el cuerpo. El coño y el falo son los continentes del erotismo, las tetas y las nalgas los litorales. Más allá, en las profundidades de lo terrestre, está el sol negro del ano, el cual representa la antítesis de lo amatorio: recinto del instinto y la agresión, sede de la tentación y su condena, escisión de la pareja para ego-centralizar el placer. No obstante lo último, existe una res luxuris que coloca cada uno de los componentes enlistados en una misma categoría dual de continuidad/discontinuidad. El orgasmo es el paraíso de los amantes, pues consuma y vacía su desbordante pasión. Sin embargo el orgasmo no podrá ser activado sin la sinfonía precisa de las habilidades motrices, táctiles o bucales. Aquí, el beso profundo -no cualquier beso-, enlaza lo material y lo inmaterial que se aloja en la mente de los amantes. El beso profundo es, desde un aspecto simbólico un beso de sangre que concita sed y hambre, entrega y abandono, muerte y transfiguración, es un alimentarnos de la carne del otro cediendo al mismo tiempo nuestra parte que le corresponde al otro. Y es tan intensa la sensación que suscita este tipo de beso que la penetración del falo es más deliciosa aún. La veleidad sensual es moneda corriente entre los amantes, su única moneda para traficar las emociones… sin la promesa de una incierta y vaga felicidad antinatural.
III.
Si de todo lo anterior trasciende una relación de compromiso... el desastre hijo mío.
Claro,cuando alguien busca una razón del fracaso amoroso, se encuentra con respuestas tan insignificantes como las tuyas. Aquí estás dando prueba de una veleidad que sólo tú conoces, porque, desde mi punto de vista, el hecho de identificar los besos profundos como el alimento de las pasiones, no explica ni lejanamente, qué pasa en la mente de los amantes. Si fuera sólo una activación del orgasmo dada por correspondencia recíproca, qué pasa entonces con las angustias que provoca la falta del objeto del placer, ¿acaso también hay química en la mente del que, desengañado, no encuentra la manera de sustituir esta carga hormonal con otra cualquiera?
ResponderBorrarPues bien, uno debe buscar la fuente de la alquimia pasional en otra sustancia que trascienda la angustia, para que ya no intervenga la mente del afectado...
Me parece que cualquier explicación ´que tenga una razón ficticiamente científica de estos hechos, es sólo una de las miles "chaquetas mentales" que uno se hace para definir lo indefinible.