miércoles, septiembre 03, 2014

¿NOSTALGIAS DE LA CARGADA O ACTUALIDAD DE UN RITO QUE NO SE FUE?



¿NOSTALGIAS DE LA CARGADA O
ACTUALIDAD DE UN RITO QUE NO SE FUE?


Jorge Antonio Díaz Miranda
Septiembre 2014


El primero de septiembre es el día del presidente. Los cachorros de la revolución lo instituyeron y fueron creando, a golpe de complicidad, su ritual orgiástico, bacanal. Pare ello también inventaron los cochupos, la cargada, el moche, el carro completo, el carrusel, el ratón loco, la tamalada, la corrupción institucional, el besamanos, la alquimia electoral, el dedo, la entelequia democrática y el crimen organizado;  porque “el partido debe sostenerse con las aportaciones de sus miembros”. Ellos y sólo ellos, inventaron el presidencialismo, rito máximo de pontificación del presidente de la república, la suma plurisecular de las genuflexiones burocráticas que se hacen para que el titular en turno se crea el cuento de que es una especie de dios. Casi en ningún otro lugar del mundo existe un ritual equivalente, tal vez el beso al anillo en el rito de la jerarquía católica al saludar los cardenales al papa, o los complejos protocolos de las rancias aristocracias europeas al prodigar pleitesía al titular de la corona real. En todos estos casos, la teatralidad y la pompa es un mensaje de poder, en el que aplica el único sentido que pueden tener las palabras: exagerado y grotesco. La sobredimensión de la imagen es un instrumento político autoritario que da la impresión de unidad, fuerza e identidad. Es la repetición de lo mismo y de los mismos, un reforzamiento de gestos y de entendimientos entre la élite que regentea al país. En el caso de México, se trata de un sistema monárquico sin una corona formalmente establecida, que emplea como instrumento político autoritario y base material de su prerrogativa plenipotenciaria al Estado, que no es otra cosa que el partido único-gobierno, el invicto e invencible PRI.  El PRI fue creado por los peores herederos de la revolución mexicana: una casta de vividores profesionales que a lo largo de nueve décadas han parasitado diligentemente éste país con una sangría continua. El saqueo legal de los eternos triunfadores de la clase política tiene siempre una coartada perfecta para no ceder el poder, maquillando su autoritarismo con un boato de consensos y contrapesos “representativos de todas las corrientes de las fuerzas vivas”, que simula cierta operatividad democrática. Pero décadas de repetición de lo mismo no ha podido ocultar que el PRI no es realmente un partido político, es el aparato burocrático que utiliza el gobierno –emanado de ese partido- para abusar y perpetuarse en el poder. Su élite está compuesta por escogidos arribistas y tecnócratas que tienen en común la falta de escrúpulos, principios, nacionalismo, y una codicia desmedida que los convierte en los peores depredadores del país. La democracia sólo existe en los ritos oficialistas, en septiembre, cuando todo el aparato propagandístico se activa para montar un burdo ejercicio de revisión histórica, que tiene como propósito recordar dos cosas:
1.    Que el tiempo de los héroes y los cadillos es incompatible con la preeminencia moderna del Estado y sus instituciones republicanas., y,
2.    Que la materialidad del patrioterismo sólo puede degustarse en la mixtura de conocida marca comercial de cerveza y experimentarse con los furores deportivos del bofe nacional (el boxeo) cuyos campeones prefabricados se dedican a “noquear” rivales a modo.

En las distinguidas fechas de ágape nacional, todas las fuerzas políticas se unen para el besamanos tradicional, ceremonia  en que el presidencialismo se enaltece como el becerro de oro y las tablas de la ley, epítome encumbrado de la institucionalidad y razón de ser de la obediencia debida que todos los ciudadanos de segunda y tercera deben observar en estricto apego a la ley.  Por esa razón los spots televisados se vuelven virales, frecuentes y francamente vomitivos en cuanto a sobre exhibir   el héroe del momento de la historia actual del México moderno,  el presidente de la república, “número uno en entrega y auto sacrificios para llevar a este país a la respetabilidad del concierto de las naciones, impulsando con su amplia visión, reformas estructurales para que este país al fin consiga una apertura competitiva y modernizadora ante el mundo, que llegan, para infortunio de los que menos tienen, con retraso, tras largas y tortuosas décadas de luchas sociales y logros incontestables…etc., etc., etc.” 

¿ Y el informe apá? Más de lo mismo. Enrique Peña Nieto en Campaña, anunciando harto dinero y obras y viejos programas con nuevos nombres como PROSPERA. Pura piña colada con atole, nada qué decir sobre el combate a la corrupción  ni sobre la nueva oleada de violencia. 


Posdata. Cada detractor a estas líneas dirá que todo lo que se ha dicho ya se sabe, entonces, preguntarán, ¿para qué reescribirlo desde una posición tan cómoda como la del supuesto crítico social? La respuesta natural a esas interpelaciones peculiares es que si bien todo el mundo puede saberlo, casi nadie se ha puesto a sistematizar y establecer el peso específico de su influjo. Incluso en estos tiempos en que figuras convocantes y aglutinantes como las de Andrés López Obrador, los ritos del poder no se han detenido y son cada vez más desafiantes en cuanto a escándalo, dispendio, despilfarro de recursos y opacidad financiera. La oposición del partido del peje no ha sido en términos prácticos ni significativa, ni determinante, si bien se registra un gradual aumento de participación que pueden contarse en millones, esto no se ha traducido en mejor organización ni en una estructura de participación descentralizada: todo está centralizado en la figura del líder, todo debe pasar por él, él es el único que puede decir cuál de los miembros tienen el pedigrí correcto de la izquierda endémica, dinástica. , reproduciendo el único modo de hacer política y beneficiarse en el intento. Lejos de erradicarlo de sus filas, la adoración popular que aísla al líder de izquierda, es una micro-reproducción sociológica del rito mayor que es el presidencialismo, cuyo objeto de deseo o figura de recompensa ideológica es el presidente de la república.       

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