¿NOSTALGIAS
DE LA CARGADA O
ACTUALIDAD
DE UN RITO QUE NO SE FUE?
Jorge
Antonio Díaz Miranda
Septiembre
2014
El
primero de septiembre es el día del presidente. Los cachorros de la revolución
lo instituyeron y fueron creando, a golpe de complicidad, su ritual orgiástico,
bacanal. Pare ello también inventaron los cochupos, la cargada, el moche, el
carro completo, el carrusel, el ratón loco, la tamalada, la corrupción
institucional, el besamanos, la alquimia electoral, el dedo, la entelequia
democrática y el crimen organizado;
porque “el partido debe sostenerse con las aportaciones de sus
miembros”. Ellos y sólo ellos, inventaron el presidencialismo, rito máximo de
pontificación del presidente de la república, la suma plurisecular de las
genuflexiones burocráticas que se hacen para que el titular en turno se crea el
cuento de que es una especie de dios. Casi en ningún otro lugar del mundo
existe un ritual equivalente, tal vez el beso al anillo en el rito de la
jerarquía católica al saludar los cardenales al papa, o los complejos
protocolos de las rancias aristocracias europeas al prodigar pleitesía al titular
de la corona real. En todos estos casos, la teatralidad y la pompa es un
mensaje de poder, en el que aplica el único sentido que pueden tener las palabras:
exagerado y grotesco. La sobredimensión de la imagen es un instrumento político
autoritario que da la impresión de unidad, fuerza e identidad. Es la repetición
de lo mismo y de los mismos, un reforzamiento de gestos y de entendimientos
entre la élite que regentea al país. En el caso de México, se trata de un
sistema monárquico sin una corona formalmente establecida, que emplea como
instrumento político autoritario y base material de su prerrogativa
plenipotenciaria al Estado, que no es otra cosa que el partido único-gobierno,
el invicto e invencible PRI. El PRI fue creado
por los peores herederos de la revolución mexicana: una casta de vividores
profesionales que a lo largo de nueve décadas han parasitado diligentemente
éste país con una sangría continua. El saqueo legal de los eternos triunfadores
de la clase política tiene siempre una coartada perfecta para no ceder el poder,
maquillando su autoritarismo con un boato de consensos y contrapesos
“representativos de todas las corrientes de las fuerzas vivas”, que simula
cierta operatividad democrática. Pero décadas de repetición de lo mismo no ha
podido ocultar que el PRI no es realmente un partido político, es el aparato
burocrático que utiliza el gobierno –emanado de ese partido- para abusar y
perpetuarse en el poder. Su élite está compuesta por escogidos arribistas y
tecnócratas que tienen en común la falta de escrúpulos, principios,
nacionalismo, y una codicia desmedida que los convierte en los peores
depredadores del país. La democracia sólo existe en los ritos oficialistas, en
septiembre, cuando todo el aparato propagandístico se activa para montar un
burdo ejercicio de revisión histórica, que tiene como propósito recordar dos
cosas:
1.
Que
el tiempo de los héroes y los cadillos es incompatible con la preeminencia
moderna del Estado y sus instituciones republicanas., y,
2.
Que la materialidad del patrioterismo sólo
puede degustarse en la mixtura de conocida marca comercial de cerveza y
experimentarse con los furores deportivos del bofe nacional (el boxeo) cuyos
campeones prefabricados se dedican a “noquear” rivales a modo.
En
las distinguidas fechas de ágape nacional, todas las fuerzas políticas se unen
para el besamanos tradicional, ceremonia en que el presidencialismo se enaltece como el
becerro de oro y las tablas de la ley, epítome encumbrado de la
institucionalidad y razón de ser de la obediencia debida que todos los
ciudadanos de segunda y tercera deben observar en estricto apego a la ley. Por esa razón los spots televisados se
vuelven virales, frecuentes y francamente vomitivos en cuanto a sobre
exhibir el héroe del momento de la historia actual del
México moderno, el presidente de la
república, “número uno en entrega y auto sacrificios para llevar a este país a
la respetabilidad del concierto de las naciones, impulsando con su amplia
visión, reformas estructurales para que este país al fin consiga una apertura
competitiva y modernizadora ante el mundo, que llegan, para infortunio de los
que menos tienen, con retraso, tras largas y tortuosas décadas de luchas
sociales y logros incontestables…etc., etc., etc.”
¿ Y el informe apá? Más de lo mismo. Enrique Peña Nieto en Campaña, anunciando harto dinero y obras y viejos programas con nuevos nombres como PROSPERA. Pura piña colada con atole, nada qué decir sobre el combate a la corrupción ni sobre la nueva oleada de violencia.
Posdata. Cada detractor a estas líneas dirá
que todo lo que se ha dicho ya se sabe, entonces, preguntarán, ¿para qué
reescribirlo desde una posición tan cómoda como la del supuesto crítico social?
La respuesta natural a esas interpelaciones peculiares es que si bien todo el
mundo puede saberlo, casi nadie se ha puesto a sistematizar y establecer el
peso específico de su influjo. Incluso en estos tiempos en que figuras
convocantes y aglutinantes como las de Andrés López Obrador, los ritos del
poder no se han detenido y son cada vez más desafiantes en cuanto a escándalo,
dispendio, despilfarro de recursos y opacidad financiera. La oposición del
partido del peje no ha sido en términos prácticos ni significativa, ni
determinante, si bien se registra un gradual aumento de participación que
pueden contarse en millones, esto no se ha traducido en mejor organización ni
en una estructura de participación descentralizada: todo está centralizado en
la figura del líder, todo debe pasar por él, él es el único que puede decir
cuál de los miembros tienen el pedigrí correcto de la izquierda endémica,
dinástica. , reproduciendo el único modo de hacer política y beneficiarse en el
intento. Lejos de erradicarlo de sus filas, la adoración popular que aísla al
líder de izquierda, es una micro-reproducción sociológica del rito mayor que es
el presidencialismo, cuyo objeto de deseo o figura de recompensa ideológica es
el presidente de la república.
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