lunes, agosto 25, 2014

LA GRANDE BELLEZZA



La Grande Bellezza
De Paolo Sorrentino

Jorge Antonio Díaz Miranda
Agosto 2014

“Grandilocuente y petardera, una joya de la decadencia”, leo en Stern la impresión que la última película de Paolo Sorrentino ha dejado en los críticos alemanes. “Indolente y cínica, el desencanto y la decadencia puesta en lenguaje cinematográfico”, según New Yorker de Estados Unidos y más o menos lo mismo dicen Times de Londres, O´globo de Brasil, El Clarín de Argentina, L´ Diplomatic de Francia y L´Expresso de Italia. No es por menospreciar el punto de vista de lo reseñado, pero lo menos que uno espera de las publicaciones más importantes del mundo es que el profano encuentre indicaciones instructivas de cómo disfrutar el cine y no etiquetas vaporosas acuñadas por supuestos especialistas, que huelen justamente a eso que critican: petardos huecos y grandilocuencia. Cerrando pues el inútil recuento de opiniones podemos centrarnos en el último intento de Sorrentino por darle continuidad a la saga del Gran Cine Italiano, aunque sea la posteridad la que diga la última palabra si es que el director italiano logró o no tal propósito. La historia que nos cuenta La Grande Bellezza está centrada en Roma, durante el verano en que se reúne la alta burguesía en recintos señoriales y mansiones, para llevar a cabo happening interminables de drogas, alcohol,  Drum´ and Bass,  Rave y relaciones sociales inconsistentes. En el centro de semejante burbuja irreal, nos encontramos a Gep Gambardella de 65 años (interpretado magistralmente por el maestro en actuación Toni Servillo), un escritor que dejó tal oficio después de publicar su primer libro, para ir por la vida disfrazado de playboy, trotamundos, periodista y crítico de arte. Gambardella está dominado por el desencanto, la indolencia y la decepción. Se sienta en medio de la desolación para ver desde su palco lujoso el desfile de personajes poderosos, decadentes, huecos y deprimentes, políticos criminales, damas martirizadas por el tedio y obsesionadas con la pureza y a sus entrañables amigos que son atrapados en el sinsentido y la doble moral. Una serie de cuadros de época van apilándose hasta conformar una sinécdoque del malestar de la alta cultura, que se expresa en el cinismo más descarnado y la prisa que llega con la edad cuando el teatro de las vanidades está cerrando el telón. Pero la mirada de Sorrentino no se posa solamente en las ruinas humanas. La nostalgia lo hace mirar los mausoleos, los bustos, las efigies grecorromanas, los decorados rococó, las piedras talladas a lo Bernini, las hermitas, los puentes, los jardines imperiales del caput  mundi,  las majestuosas fuentes di  Albano, los hermosos mármoles veteados, las columnas con capiteles primorosos, los arcos del coliseo, los miradores panorámicos, las plaza de alabastro, los relieves renacentistas, los acueductos romanos; como si el lenguaje arquitectónico desplegará para él y sus espectadores otra historia trascendente totalmente rehusada al reduccionismo turístico… ¿Pero quién era Gep Gambardella? Un artista condenado a la sensibilidad que llora, al igual que el bardo Calderón de la Barca,  la ida sin retorno de los días de gloria de Roma, que hoy está habitada –se lamenta el escritor- por seudo-artistas amateurs que no saben ni para qué cojones sirven las palabras. En efecto, Gambardella se queja amargamente que la cultura moderna de Italia derive en un país de entrevistados que no saben historia del arte, ni la definiciones de su oficio sensible y menos aún los conceptos que han de delimitarlo.Tras 65 años de vida refinada, el descubrimiento mundano más sólido que él ha hecho, es el de no perder  el tiempo con cosas que no quiere hacer. En la deontología de la mundanidad, que él funda, admite haberse precipitado muy tempranamente al vórtice de la epifanía con el doble propósito de ser el rey de las fiestas y el protagonista central en la demostración de  la fatuidad epicúrea-dionisiaca. 


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