miércoles, marzo 26, 2014

OTRA TOCADA MÁS



Otra tocada más*
Jorge Antonio Díaz Miranda
Marzo 2014

Si hubieses atravesado el océano a nado y mirado allí el infinito,
habrías visto amontonarse ola sobre ola aunque el pánico de la muerte te dominara.
Habrías visto algo… habrías visto en el verde y tranquilo mar, pasar los delfines;
habrías visto nubes, sol, luna y estrellas; pero nada verás en la lejanía eternamente vacía.
No oirás tus propios pasos ni hallarás nada firme en que descansar.
Goethe

No es más que otra tocada más,
El mismo viejo rock and roll,
A mi ni me preguntes porque nunca sé nada
No es más que otra tocada.
Todo es mentira, nada es verdad,
Todo es así del color del cristal.
No es más que otra tocada más…
Puede pasarnos todo
Puede no pasar nada
No es más que otra tocada…más
Alejandro Lora.    

Miré, la verdad no recuerdo cómo llegamos a Neza-York para ver el concierto del Tri de Alejandro Lora, pero lo que es seguro es que viajamos toda la noche en tren como polizontes, el Juanelo y aquí su servilleta, él mismo que está pergueñando confusamente estas líneas, mientras padece bochornos de madrugada. En aquel tiempo tenía como trece años y la vagancia era una opción decorosa en medio de una vida que de otra manera sólo ofrecía una montaña de aburrimiento.  Era 1984 y ya me había especializado en el roll que era cosa de largarse, conseguir un aventón, llegar a cualquier lugar, ponerse a talonear para no morir de hambre, conseguir unos compitas con una covachita extra para relajar el esqueleto, azotar el cuerpo o tenderse como Dios manda, “a pierna suelta” y sin que la tira te haga bascula en la callecita, que dizque por faltas a la moral (¿pos cuál?). La mera neta es que siempre me era fácil conseguir alojamiento porque llegaba a las casas que me recomendaban los conectes, tirando rollo directo a los meros jefes y me ponía a hacer talacha, pintando muebles aquí, haciendo mandados allá, haciéndole al macuarro más pa´ allá o cargando bultos con tiliches de todo género como buen tameme. Eso sí, siempre llevaba alguno que otro libro para pasar el rato y una reserva de pesitos extras por si las flais. El sabadito era para caguamear  y los domingos para pachuquear en el zocalito de la comunidad tirándoles rostro a las chunditas al son de  buenas carnes tenga aste´ y mejor las pase. Más yo no era pasilla con las chiquitas, ni gandalla, ni barbaján, puro verso libre de arrímese mi vida, deme acá la prueba de su amor y vamos ahí. En una de esas giras conocí al Juanelo, un compa que se pasaba volado 24 horas al día con carrujos de Juanita y cuando perdía altura (porque no conseguía la bacha nuestra de cada día), se curaba el bajón con litros de ron o borlas impregnadas con flexo para aterrizar soft. Era buena persona el re-cabrón, pantera pa´ los putazos, solidario con los cuates y bien chambeador. Le tupía sabroso como herrero estrella del taller de su padrastro, quien lo explotaba cañón para que –dizque- se le quitara lo vicioso. Pero la verdad es que el ruco se pasaba de lanza y un buen día el Juanelo decidió huir del chante maternoso para dedicarse al noble arte de rolling stone. Viajamos juntos tres a o cuatro veces en la bestia de hierro,  repleta de pura raza centroamericana, donde años después, según me contó,  conoció a Gladys una hondureña “sedosa” que lo redimió con cuatro hijos… de otros, pero él ni en cuenta, hasta la fecha está re feliz con su morena “catracha”, siguiendo fielmente el apotegma mexica de que “todo lo que esté dentro de tu corral es tuyo”. Bendito sea. Pero esa es otra historia. Volviendo al año 1984, nos encontrábamos en el tren viajando de moscardones y como ya nos conocían los ferrocarrileros, nos recibieron complacidos porque siempre les trabajábamos duro en la limpieza de los vagones, cada que el tren hacía paro en las desoladas rancherías serranas no-le-digan-a-mi-madre-a-donde-chingados-ando. Pero en esa ocasión no seguimos hacia Veracruz como era la costumbre, decidimos desertar en Toluca para movilizarnos a Neza-York y caerle al concierto del agüelo Lora y su banda itinerante. De ese municipio del Estado de México sólo conocíamos dos cosas: la fama de los puticlubs que regenteaba la familia del profe Carlos Hank, y, que era tierra consagrada de los ñeros punketos más marginados de éste país, que se la rifaban en los toquines weekend con estoperoles y greña mohicana, parando sus pelos de alambre con aceite de carro  o gomina barata. Neza-York City también era tierra de hoyos fonkis, es decir, míticos basureros, solares o baldíos que prestaba el municipio para que en ellos la chaviza y la momisa descargaran adrenalina y pelusa, respectivamente. Amenizaban Mara, el Tri de Alex “Loro”, Bostick, el bardo urbano Rock-drogo González, el grosso Javier Bátiz, los súper des-madrosos ruquitos Xochimilcas, Gerardo Enciso… a las descargas solían llegar todo tipo de personajes públicos y aunque usted no lo crea, uno que otros  “televiso” como el pendejísimo de Luis de Llano que se iba a dar las tres con la naquiza. ¿O sea, cool no? Llegados pues a la capital del chorizo –pase  usted a sentarse que falta todavía un buen para que this tale over-, tomamos el guajoletero hacia Neza York City e hicimos como dos horas de viaje urbanos por barriadas destartaladas, ciudades perdidas y hediondos “rellenos sanitarios”,  ayudando al cobrador para que no se le fueran lisos los cábulas que no querían liquidar la payola. Finalmente, llegamos a Nezita-my-love, donde nos dio la bienvenida un acendrado olor a letrina que casi nos hacía devolvernos por “los caminos del Señor”. Bajamos del urban crazy horse con el  trasero bien vapuleado por andar rebotando en los baches y la espalda jorobada porque los asientos tenían respaldos en forma de caparazón de tortuga.  El panorama que nos ofrecía la capital punketa en sus barrios populares era el típico de la provincia de aquellos añitos, es decir, un desmadre de calles mal trazadas, embotellamiento, hacinamiento, contaminación, basura, viejas vecindades apiñadas y ruido blanco que salía de los caseríos de los lugareños pues a todo volumen escuchaban a Rigo Domínguez, los Bukis, Bronco o la Internacional Sonora “Pedorrera” (como era conocida ahí la fosilizada Santanera). En la terminal preguntamos por el Cortijo y nos dijeron que nos fuéramos por la calle Constitución y contáramos siete cuadras,  luego diéramos vuelta a la izquierda y camináramos todo derecho hasta la Chingada –textual-, que era la cantina más respetada del rumbo, después de la cual encontraríamos la arena de lucha libre y al final el esperado Cortijo que era una plaza de toros abandonada (todavía con redondel y gradas). Unas cuadras antes de arribar al fonki hole encontramos por el camino a una carnalita que conocía el Juanelo, la chava iba bien mona con un vestidito guapachoso hecho de gaza, que dejaba ver hasta los holanes  de sus coquetos mini choninos y unas piernas de fantasía que hacían juego con el péndulo de sus amplias caderas. La “mona-lisa” en cuestión se dedicaba a menudear mois de Acapulco con colita de borrego y como conocía a mi cuachimalfais le facilitó una cantidad copiosa de hierbita mágica que al menos en las siguientes dos semanas –de acuerdo al rápido cálculo mental que hice-, le alcanzaría para alunizar en el mismísimo “Mar de la tranquilidad”. Además nos convido cuatro cigarritos a cada uno, con la única condición de que los fumáramos con ella mientras esperaba a su novio. Tres cigarritos después nos despedimos de la chavita no sin antes haber combinado canabinol con lúpulo espumoso de unas güeras bien sudadas y recetarle a nuestra anfitriona, entre cada trago y fumada,  unos besitos en su boca, carnosa y húmeda, con un discreto pero inconfundible sabor a thinner. Finalmente, fumados y con la panza llena de cerveza, llegamos al toquin y el personal ya estaba entrando. Los gorilas de seguridad con pinta de ser carne de presidio, exhortaban a la broza punketa con una voz que revelaba que ellos también llevaban lo suyo entre pecho, bofe y espalda:
“¡En santa paz genteeeeeeee, cero broncas, cero broncas, no tenemos que empujarnos. No somos animales. Aguante bandaaaaaaa, aguanteeeee. Formaditos se ven más bonitos cabroneeeees. Ya llegó el pinche Tri,  niños y viejitos primero. Haber esas carnalitas de allá no se metan ahí,  ya saben que las tortitas por la derecha por-faaaaaa¡”.

Ahí nos dimos cuenta que los menores de edad que no iban acompañados de sus papis los regresaban a su casita con todo y humillante jaculatoria moralina a la sazón de “¿Cómo crees chamaco?, todavía hueles a pañal”. Era obvio que el Juanelo y yoni seríamos bateados de la misma humillante manera con la estatura de 1.50 y nuestros rostros de ángeles pen-tizos. Salimos de la formación donde la banda hacía cola, buscamos una posible salvación y dimos una vuelta por la plaza para ubicar alguna entrada de contrabando. Nada. Pero sin esperarlo y ya casi derrotados, encontramos al mismísimo Alex “Loro” echándose una cascarita con unos joys que a leguas se les notaba lo proletario. Nos acercamos al veterano “Esclavo del Rock and Roll” y le cantamos directo para que nos diera un pase sin escalas al backstage. Nos miró de arriba abajo y nos preguntó nuestra edad. Trece dijimos al unísono. Él nos contestó “Ok. ¡Síganme los niños¡”. Dejó la cáscara y nos llevó a un camión donde sus roadies descargaban los micrófonos. Les dijo: “denle unas cajitas a estos chamacos para que entren a rockanrolear, por cortesía del Tri”. Pasmados por la generosidad de la leyenda rucanrolera ni pío pudimos decir. Entramos por una puerta especial reservada al talento con las cajitas vacías, directamente al backstage y ahí las dejamos. Una edecán nos ofreció botana y fruta, refresco y agua…”por órdenes del Alex”, dijo. Claro que nosotros comimos y bebimos, todo lo que la niña nos ofreció. Lástima que eso no incluía ni cerveza ni el wiskito que barruntaban una hielera, por ello de que éramos menores de edad. De todas formas le dimos las gracias por la generosidad del agüelo Lora y descendimos al nivel de la raza que ya estaba haciendo desmadre para que el concierto iniciara. Una hora después los chiflidos y las mentadas estaban a todo trapo con una lluvia de botellas de plástico y bolsitas rellenas con líquidos de dudosa procedencia, que sin duda mancharía el honor de cualquier cristiano al que le cayeran de lleno. El Juanelo y yo nos alejamos de la zacapela y mirábamos cómo el personal se despeñaba. Justo en ese momento la mois alcanzó su efecto más pronunciado y mezclada con el lúpulo de las chelitas que conseguimos de contra, logramos una euforia ad hoc al desmadre que se avecinaba. Salió el Tri y la raza rugió complacida. El buen Alex, gritante de la banda,  salió bien “cuete” y lo primero que le dijo al personal fue con su horrorosa voz de temprana andropausia: “los tiras han llegado a parar el toquin, así que banda, por favor: ¡miéntenles su puta madre¡“. Y la banda desde luego que eso hizo, pero no sólo, una lluvia de rocas y botellas cayeron sobre los pitufos que al ver la reacción de la turba se largaron del lugar con el rabo entre los nabos. Yeah¡. En seguida comenzó el toquin y se fueron sucediendo las rolitas clásicas de la banda con un rhytmin and blues vertiginoso, con largos solos de guitarra que gemía con notas glissadas haciendo alucinar cañón a la barra brava: Chavo de onda, Oye cantinero, Perro negro y callejero, ADO... Al llegar esa rola el Juanelo y yo entramos al slam bien prendidos… y por poco no la contamos. Como pueden imaginar el Juanelo y yoni teníamos cuerpos escuálidos y estatura de enanos, frente a los punks de 1.70 o más que se empujaban con fuerza para fundirse en la vorágine eufórica de la danza, y, las chavitas le entraban aún más duro. Total que nosotros éramos un par de mocosos pendejos “metidos entre las patas de los caballos”, jaloneados por aquí, aventados por allá, remolidos y casi aplastados más acá. De milagro los punketos que esnifaban durísimo de bolsitas rellenas con FZ10, formaron un círculo alrededor de nosotros. Pero la cosa se iba poniendo peor y aquello se convirtió en un vendaval demoniaco. Ya casi para morir aplastados en medio de la masa más que enardecida, sentí que unos brazotes me levantaban en vilo y luego sólo veía el techo del cortijo y por debajo sentía muchas manos que me paseaban de un lado a otro… ¡habíamos inventado el hand surfing¡. Voltee hacia un lado y para mi consuelo ¡ahí estaba el Juanelo¡, levantado también en todo lo alto por los danzantes heavy-nopal. La rola seguía frenéticamente y el Tri la extendió un par de minutos más, para nuestra zozobra. Y ahí seguíamos llevados de aquí a allá “zarandeados como navíos trémulos en medio de la más brutal de las  tempestades”. A punto del desmayo, nos detuvieron en un punto y los amables punks y chavitas que los acompañaban, comenzaron a lanzarnos hacia arriba y entonces entendí la frase lapidaria de los Corintios: “Conocerás a Dios en tierra de extraños y será amargo”. Después de otros segundos eternos, depositaron nuestras asustadas zaleas en el escenario, con el trasero en una sola pieza aunque magullados de todos lados, manoseados, nalgueados, pitorreados, empapados de todos los líquidos que el personal nos lanzó de todas direcciones… pero vivos gracias a la Divinidad. El Alex comenzó la siguiente rola dedicándola a nosotros, lo que le agradecimos con el clásico gesto de los cuernitos heavies (como los que hace ahora Kid Buttowsky, medio doble de riesgo y héroe cartoon de mi hijo). Pero nosotros todavía seguíamos asustados y mirándonos perplejos uno al otro. Ahí nos quedamos, flojitos y cooperando pues habíamos probado la lumbre del infierno y por muy poco no estaría contando esto. 

*La canción salé en el cuarto disco homónimo del grupo de Alejandro Lora, en 1988. Se tomó el nombre de la canción para titular lo que aquí se narra.   

No hay comentarios.:

Publicar un comentario