lunes, enero 06, 2014

THE WOLF OF WALL STREET


Detrás de la faceta seria y pro documental se oculta una profunda ironía en este film que aborda la vida loca de los nuevos amos del universo que rigen desde su burbuja de oro en Wall Street. Recomendamos que previo a que Ud. vea la película, lea, amable lector o lectora (¡faltaba más primor¡),el delicioso texto de Tom Wolfe que consignamos a continuación para contextualizar el sentido y vigencia del film dirigido por el genio cinematográfico Martin Scorsese. Se trata de una versión actualizada,condensada y corregida de su libro The Bonfire of the Vanities (La Hoguera de las Vanidades), en el que se ilustra magistralmente hasta qué punto la fama y el dinero son inútiles cuando circunstancias desfavorables rodean a un individuo.

EUNUCOS DEL UNIVERSO

TOM WOLFE
2013


EE UU se tambalea al borde del abismo, y Tom Wolfe hace una mordaz acusación de nuestra inescrupulosa cultura financiera

Venga con nosotros; retrocedamos siete meses hasta la cúspide de la historia del capitalismo estadounidense del siglo XXI. Nos encontramos entre un enjambre de almas tan deslumbradas como nosotros en las afueras del hotel Sheraton en la Séptima Avenida en Manhattan, arremolinándose y retorciéndose para esquivar a un batallón de policías y un pelotón de agentes de seguridad enfundados en trajes grises y con pequeños tecno-pólipos blancos en los oídos, conectados a bobinas de cables de intercomunicación de color blanco tratando de mantenernos bajo control... mientras casi pisoteamos a los andrajosos miembros de los equipos de televisión y a cualquier otro perdedor que se interponga en nuestro camino.

¡Estamos ardiendo! —ardiendo de emoción, encendidos, anhelando poder ver al John Jacob Astor, el Andrew Carnegie, el E.H. Harriman, el John D. Rockefeller, el Henry Ford, el Bill Gates de nuestro siglo... ¡Y ahí está! ¡Mírelo! No lleva el cuello de ala de Astor, del que emergía una corbata de seda impecablemente anudada, ni tampoco el rígido sombrero de copa de seda, el chaqué con un clavel rojo en el ojal de la solapa izquierda y el par de pantalones rayados de John D., y ni siquiera el traje de chaqueta holgada de Joseph A. Bank que usa Bill Gates. No, nuestro hombre tiene apenas 27 años y viste como un magnate de nuestro tiempo... En lugar de camisa, lleva una camiseta gris, una de las aproximadamente 30 camisetas grises que tiene a mano para asegurarse de usar todos los días la misma vestimenta adolescente para desafiar a la moda... Y sobre ella, una chaqueta deportiva de color gris oscuro con capucha, una prenda conocida comúnmente como hoodie. A partir de ese día, el 7 de mayo de 2012, el hoodie se convirtió en su símbolo, su marca de fábrica, su estandarte de batalla.

Quince minutos después, estará dentro del salón de baile entre una exclusiva multitud de corbatas que sólo pudieron acceder por invitación y que conforman al grupo de posibles inversionistas más ricos de EE UU y, de hecho, del mundo entero, en la oferta pública inicial de un conjunto de acciones con un valor aproximado de US$104 mil millones en su compañía, una nueva adición a nuestra industria más moderna, conocida como TI, “Tecnología de la información”.

Como ya lo sabrá cualquiera que haya leído hasta aquí, su compañía se llama Facebook, y él es el primer magnate de la TI de nuestro siglo, Mark Zuckerberg. Hasta el 14 de mayo, Facebook tenía 901 millones de clientes, una de cada ocho personas sobre la tierra (y pronto tendrá mil millones, una de cada siete). Nadie había soñado nunca nada semejante, una “red social” que permitiría que personas de todo el mundo contacten gratuitamente unas con otras y compartan imágenes de ellas mismas y Dios sabe de qué más.

Las acciones se pondrán a la venta tres días después, el jueves 17 de mayo, a las 11 a.m. Para entonces, se habían preparado y tamizado 82 millones de ofertas contra los primeros bloques. Zuckerberg había contratado a cinco bancos de inversión para que se ocuparan a su nombre de la mecánica de la oferta pública inicial: JPMorgan Chase, Goldman Sachs, Bank of America, Barclays Capital, y el banco principal, encargado de supervisar toda la operación, Morgan Stanley, representado por James Gorman, su director ejecutivo, y Michael Grimes. Grimes había sido nombrado el “intermediario” no. 1 de Wall Street en la Lista Midas de Forbes durante cuatro años consecutivos, de 2004 a 2007. A las 11 a.m. en punto, ¡Zas! Los 82 millones de ofertas salieron al mercado. Nuestros banqueros de inversión de la vieja línea están ansiosos. ¡Nunca habían visto nada parecido a las hordas de compradores corriendo en estampida hacia ellos con miles de millones de dólares (¡miles de millones!) en el bolsillo, desesperados por poner las manos sobre las acciones de Facebook a un precio de IPOffering de US$38 por acción antes de que se disparen a US$76 y quién sabe a cuánto más. ¡Increíbles multitudes de ellos! Nuestros viejos entran en pánico. Se resbalan, se deslizan, se tambalean. Sin tener idea de lo que están haciendo, empiezan a ahogar la oferta pública inicial más grande y más publicitada de la historia bajo una ola de incompetencia tras otra. Desconcertados, los viejos dicen que se trata de un “error técnico” cuando la arremetida de ofertas los agobia en tal forma que millones de transacciones se registran con precios equivocados. El jefe del banco principal, Gorman, de Morgan Stanley, culpa de todo a la Asociación Nacional de Corredores de Cotizaciones Automatizadas de Valores (NASDAQ), la Bolsa que maneja las transacciones. En tales circunstancias, concretamente, la oferta pública inicial más grande de la historia, es como si Napoleón echara la culpa de Waterloo al cuerpo de mayordomos por no entregar ropa interior limpia en el momento oportuno.

En las horas que siguieron, el mercado se convirtió en un caos. Un número no revelado de inversionistas que habían llegado, listos para gastar millones, echaron un vistazo a este retorcido y grotesco desbarajuste y volvieron a casa. Morgan Stanley y el resto de los Viejos Ayudantes Contratados y Cía. se las arreglaron para mantener el precio de la oferta pública inicial en US$38 por acción (sin cargo para ellos mismos), apuntalándolo hasta el final del primer día. Durante los siguientes 10 días, el precio se hundió casi 25 por ciento. Después de 18 días cayó hasta US$25.75, dos tercios del precio inicial. Para el 2 de septiembre, se había hundido hasta US$17.79, menos la mitad del precio de oferta inicial.

Encima de todo, se produjo un aluvión de acusaciones que indicaban que, en realidad, Facebook había tenido un mal desempeño en el primer trimestre y que no había mejorado en el segundo, una noticia que Morgan Stanley no había dado a conocer al público, conocido como compradores “minoristas”, sino solamente a aquellas personas que contaban con información privilegiada y que habían invertido en Facebook antes de la oferta pública inicial. “No hicimos nada malo”, declaró Morgan Stanley. Pero grandes organizaciones con información privilegiada como Goldman Sachs, Accel Partners y Greylock Partners volcaron sus acciones en el mercado en cuanto NASDAQ abrió la bolsa. De algún modo, si usted es un minorista, esto quiere decir que hay otra persona en el juego, llamada mayorista, y es… trampa. Se deshicieron de millones de acciones, suficientes para bajar los precios por sí mismas. Un analista de Cowen Group llamado Peter Cohen dijo, “En 43 años, nunca había visto algo tan jod..”.

Pero resultó ser más que una oferta pública inicial increíblemente jod... El 17 de mayo fue el día en que el Wall Street se evaporó. Después del Día de Facebook, todo aquello por lo que “Wall Street” había sido una metonimia, el abundante dinero, el panorama general de la economía de EE UU, la emoción, el sentido de que es allí donde las cosas pasan, había desaparecido.

Hasta 2006, un espíritu de arrojo varonil se había extendido entre los banqueros de inversión de Wall Street. Comerciar acciones y valores de renta fija era lo más parecido al combate armado. Los guerreros, es decir, los intermediarios financieros y los vendedores, conocedores de cómo luchar, enfrentando no a un enemigo armado sino a un conjunto de pantallas de computadora distribuidas en forma de abanico, generaban una euforia más estimulante que cualquier otro estado de ánimo concebible. Era el más excitante de todos los “viajes”, y gracias no sólo al exorbitante éxtasis de la batalla. También estaba el no poco importante hecho de que estos Hijos de la Época del Boom, muchos de ellos con apenas dos décadas de vida, aún lo suficientemente jóvenes como para ruborizarse, obtenían un millón de dólares más al año en bonos, año tras año...

La victoria, registrada en esas pantallas, los hacía sentirse los Amos del Universo. La frase provenía de una novela de 1987, La hoguera de las vanidades, cuyo personaje principal, Sherman McCoy, es un vendedor de acciones de 38 años que trabaja para un banco de inversión, que gana un promedio de un millón dólares al año en bonificaciones y vive en la zona más exclusiva de Park Avenue. Un día, suena su teléfono en el piso de operaciones, y al contestarlo, recibe una orden de compra de tantos valores de renta fija de cupón cero que su comisión será de US$50 000. La operación le toma 20 segundos, tal vez 30, y así como así, ¡ya era US$50 000 más rico! Las palabras destellaron repentinamente en el área de Broca de su cerebro: “¡Soy uno de los Amos del Universo!” ¡Jesucristo!, y provenían del juego de figurillas de plástico de su hija de 6 años, “Los Amos del Universo”, que tenían nombres como Ahor, Blutong, y Thonk y lucían como dioses escandinavos que levantaban pesas y bebían sorbetes de creatina y hormona del crecimiento humano.

En la vida real, los jóvenes de los pisos de cotizaciones en todo Wall Street leyeron ese libro y les gustó el nombre, los Amos del Universo. Lo decían en voz alta sólo en forma jocosa (después de todo, no eran tontos) y nunca mencionaban la ola de júbilo que les sacudía el alma misma: soy uno de los Amos del Universo...

La caída de la bolsa de noviembre de 1987 no disminuyó esa dicha sublime por más tiempo que lo que duraron algunos tragos de saliva. Igual que la caída de las empresas “punto com” de 2000-2002. Incluso después de 2002, los Amos del Universo resultaban tan fascinantes que aproximadamente 40 por ciento del 10 por ciento superior de los graduados de Harvard, Yale y Princeton deseaban trabajar en Wall Street.

En 2004, un conocido intermediario financiero del Deutsche Bank, el canadiense John Coates, desconcertó totalmente a sus compañeros, a sus colegas guerreros de las pantallas de lucha, al abandonar Wall Street y dirigirse a Inglaterra para volver a inscribirse en su alma mater, la Universidad de Cambridge, en un posgrado en neurociencias. ¡¿Neurociencias?! ¡¿En Inglaterra, un país de segunda?!

En realidad, Coates nunca sacó a Wall Street de su mente. Le intrigaba el hecho de que un grupo de jóvenes impulsivos, eufóricos, aullantes e irresponsables tuvieran en sus manos miles de millones de dólares todos los días. Recurrió a las neurociencias con la esperanza de encontrar algo que pudiera explicar a... los Amos del Universo.

Tras haber formado parte de ese grupo hasta hacía muy poco, logró convencer a 17 intermediarios financieros de “The City”, la versión londinense de Wall Street, de que le permitiera registrar sus niveles endocrinos en tiempo real, mientras trabajaban en el piso de operaciones, justo antes de que comenzara la acción y por la tarde, justo después de que terminara. La tecnología era muy simple. Lo único que los 17 tenían que hacer era escupir 3 mm de saliva, equivalentes a la mitad del 1 por ciento de un escupitajo, 2.1 por ciento de una flema y tres gotitas, en ampolletas de poliestireno. Si no podían salivar, se les daban tabletas de goma de mascar sin azúcar. Antes de iniciar, digamos, una subasta de valores de renta fija del gobierno a 20 años con un valor de 10 mil millones libras, el cuerpo de un intermediario financiero, sus entrañas mismas, daban un giro hacia atrás, se reiniciaban, se recargaban para tomar decisiones rápidas que tenían que ver con miles de millones de libras.

En palabras de Coates, “El metabolismo [del intermediario financiero] se acelera, listo para descomponer reservas de células hepáticas, musculares y adiposas”... la respiración se acelera... el corazón empieza a latir frenéticamente... Las células del sistema inmunológico toman sus puestos en los “puntos vulnerables..”. Su sistema nervioso desvía la sangre del estómago, “haciéndole sentir mariposas” y de los genitales (no va a necesitarlos sino hasta más tarde) y la dirige hacia los músculos grandes de brazos y muslos. Su testosterona ha aumentado rápidamente, y ahora sus testículos comienzan a bombear esteroides, junto con adrenalina y cortisol, hacia su torrente sanguíneo, lo que, a su vez, produce la liberación de dopamina, “la droga más adictiva conocida por el cerebro humano”. Esta emoción convence a los intermediarios financieros de que “No existe ningún otro trabajo en el mundo”. El intermediario se convierte en una persona diferente, no solo segura, sino dominante... un Amo. Está listo para asumir los riesgos que aterrorizarían a un hombre común. “Se inclina ante su pantalla con las pupilas dilatadas, respirando rítmicamente, los músculos tensos, el cuerpo y el cerebro unidos para la acción inminente”.

Lo cual quiere decir que se convierte en el doble endocrinológico de un tigre macho o de un toro salvaje o de un Comando Delta, un SEAL de la infantería de marina, un piloto de combate de la Fuerza Aérea, un pandillero del este de Nueva York, preparándose para un combate mortal. Al principio, la testosterona, la adrenalina y los demás estimulantes endocrinos están a su servicio para prepararse para la refriega. De hecho, Coates descubrió que los intermediarios financieros con concentraciones de testosterona inusitadamente altas al inicio del día bursátil seguramente obtendrían una ganancia al final del día. Aparentemente, la testosterona y todos sus complementos endocrinos hacían que un intermediario financiero pudiera descubrir más rápidamente una oportunidad y fuera más audaz al aprovecharla. Coates deseaba que este pequeño estudio (compuesto sólo por 17 sujetos) fuera el preludio de uno mucho más grande. Pero su “testosteronorama” y sus otras conclusiones fueron tan sorprendentes y tan constantes en los 17 sujetos, que la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos la publicó en línea (14 de abril de 2008) antes de imprimirla como “Esteroides endógenos y asunción de riesgos financieros en un piso de operaciones de Londres”. (Más adelante, llevó a cabo un estudio más grande, con 250 sujetos, y el año pasado publicó un libro al respecto, The Hour Between Dog and Wolf.)

La excitación del intermediario financiero es tal que no puede dejarla en la oficina por la noche. Ahora, después de la batalla, una “euforia irracional” sale a la cuidad con ella... Y todavía está con ella, debajo de su piel, cuando vuelve a la oficina por la mañana. Su exaltación de sí mismo, al igual que su testosterona, está en un nivel más alto que nunca. Empieza a actuar como si fuera parte de una unidad de élite de Fuerzas Especiales. Nunca espera a que algún superior en la cadena de mando imponga la disciplina. Se cuida a sí mismo... a voz en grito. ¡Usted! ... ¡Sí, usted! ... ¡No se permiten holgazanes en el piso de operaciones! ... No pierde el tiempo yendo a un almuerzo “de negocios”. Si realmente tiene que comer, cobarde, pídalo a la tienda de comestibles preparados... No hay que leer material irrelevante como The Economist (cuyas noticias ya son viejas para cuando sale a la venta), mucho menos The Racing Form o revistas de tetas y traseros, como grita Sherman McCoy en La hoguera de las vanidades.

Eran como guerreros, excepto por un detalle: las probabilidades de que un Amo del Universo muera en cumplimiento del deber eran estadísticamente nulas. La mayoría de ellos tenían menos de 40 años, y la probabilidad incluso de sufrir un ataque cardíaco mientras maldicen al destino con las manos a los lados de la cabeza sacudiéndose espasmódicamente... era muy remota.

En el piso de operaciones, ellos eran versiones ligeramente más viejas e infinitamente más ricas del chico universitario. En los universitarios, detrás de las épocas salvajes, las borracheras, la cocaína, las bromas pesadas, las borracheras, el sexo, las charlas sobre el sexo, las prostitutas, las charlas sobre prostitutas, las borracheras, los chistes sarcásticos clasificados como Sarc I, Sarc II, Sarc III, las disertaciones sobre temas tan esotéricos como el tamaño del excremento y el alcance del vómito a propulsión, las borracheras... se encontraba un solo y simple deseo: presentar la visión de un varón acerca del mundo.

Al Amo del Universo no le preocupa la virilidad. Es varonil. Tiene masculinidad para dar y regalar. Su problema es el contrario. Tiene una euforia irracional bajo la piel misma. Ahora, después de la batalla, cuando lo rodea la oscuridad, su exaltación de sí mismo, al igual que su testosterona, está en un nivel más alto que nunca. Permea todas las áreas de su vida, notablemente su apetito sexual.

Con un poco de suerte, algún equipo de antropólogos emprendedores reunirá los miles de historias populares sobre la vida amorosa de los Amos del Universo, algunas de las cuales han alcanzado el nivel de leyenda. Invariablemente, se trata de historias contadas por chicas, ya que los Amos siempre logran conseguirlas a todas... las chicas. A una chica le dijeron que todas las citas con el Amo del Universo se componían de tan sólo dos temas: Mi Carrera y el sexo. Ellas calificaban sus discursos sobre Mi Carrera como interminables interminables interminables aburridos aburridos aburridos ¡no aguanto más! ¡VOY A PRENDERLE FUEGO A MI CABELLO PARA MATAR EL ABURRIMIENTO!

Cuando se trataba del sexo, por otro lado, su explicación nunca era demasiado locuaz, nunca se iba por la tangente, y su demostración pocas veces tomaba más de 60 segundos. Era mete-saca mete-saca mete-saca mete-saca mete-saca oo-oo-oo-oo-oo-ooooh uh oo agghhh, y a roncar como un oso.

Naturalmente, al ser tan varoniles, tan decididos, tan... bueno... tan Amos, los Amos del Universo no pueden evitar sentirse superiores a la gente común y corriente con la que debían tratar todos los días. Trataban de no mostrarlo... pero cuando los guerreros estaban entre sus iguales, en el piso de operaciones por ejemplo, ¿cómo podían evitar reírse un poco de todas las almas simples con las que se topaban en el transcurso de su trabajo? Era como la forma en que los policías de Nueva York llamaban “pueblerinos” a los ciudadanos despistados con los que se encontraban.

Los Amos del Universo tenían el mismo tipo de terminología para referirse a los ciudadanos despistados en su mundo, pero ¿quiénes eran? De acuerdo con Michael Lewis, un ex vendedor de Salomon Brothers, había una broma en Salomon que decía:

“¿Cuál es la segunda forma humana más baja?”

“No sé, ¿cuál?”

“Un comerciante de acciones ordinarias en Dallas”. Éste era el sub-remate. En esa época, la década de 1980, la emoción, las grandes sumas de dinero, no estaba en las acciones ordinarias, sino en el mercado de valores de renta fija e indudablemente, no en Texas.

“Entonces, ¿cuál es la forma humana más baja?”

“Un cliente”.
Así era en Salomon Brothers. En Goldman Sachs, a los clientes los llamaban muppets. Otros bancos de inversión llamaban sus clientes “guppys”, “imbéciles”, “mugre”, “borregos”, “tarados”, “corderos”, “focas bebé”... Sin duda, palabras como imbéciles, mugre y borregos eran considerablemente más mordaces que “pueblerinos”. Después de todo, ¿adónde van los corderos? Al matadero.

Los Amos del Universo siempre habían considerado a sus clientes como personas a las que nunca se debió dejar salir de su casa con dinero en el bolsillo. Pero ya que ocurrió, alguien tenía que sacar ventaja de ello. Para mostrar las manos vacías, encogerse de hombros y ver cómo se alejan, usted tendría que ser tan ignorante como ellos. Eran ignorantes, no estúpidos. Tenían dinero y un CI por encima de 98. Así que usted tenía que preguntarse por qué invertirían en un banco de inversión. En un fondo de cobertura, usted tenía por lo menos una mínima posibilidad de lucha. El director invertía su propio dinero en la misma forma que usted. Bueno... seamos justos. No todos los bancos de inversión llevarían a sus clientes al matadero. Por otro lado, ¿qué hay de malo en trasquilar a las ovejas de vez en cuando?

Nuestros varoniles Amos, aún atiborrados con tanta testosterona y dopamina, simplemente no lo entendían todavía en 2009, ni siquiera cuando ocurrió lo más improbable del mundo: un grupo de debiluchos, un grupo de nerds conocido como quants, les cerró la puerta dorada en las narices.

Nerds... El nerd nunca ha sido definido con precisión debido a la complejidad psicológica de la criatura. La palabra indica cierto nivel de inteligencia. El típico nerd es un varón con inteligencia pero sin la intención de darle un rostro varonil. No practica ningún deporte, no se parte de risa automáticamente al escuchar bromas sobre chicas con pinta de rameras, no refuerza su masculinidad con descargas frecuentes de la bomba P2, no se da cuenta de lo mal que se ve cuando lanza su brazo al aire y agita la mano como una bandera, ansioso por que el profesor le pida a él primero que responda la pregunta, no responde los insultos de sus colegas masculinos en el patio de la escuela; ¡Oh!, el patio de la escuela... El patio de la escuela... Es allí donde aprende que no es un Amo del Universo y nunca lo será... nunca en toda su vida... y así desarrolla intereses que no son ni masculinos ni no masculinos, sino simplemente obsesivos, como capturar bichos por la noche y sujetarlos con alfileres en un tablero, clasificándolos concienzudamente según su género, especie y subespecie. No hay nada de malo en ello… es simplemente un poquito raro e intelectual; en pocas palabras, digno de un nerd. Si un nerd era un poco raro y nada inteligente, se le conocía como dork (baboso). No había ninguna connotación que indicara un comportamiento sexual desviado. El Amo del Universo suponía que todas las clases de nerds (quants, dorks y simples nerds) eran asexuadas.

Un quant era el rango inmediato superior al que un nerd podía aspirar si resultaba ser un genio matemático. Su nombre era la condescendiente contracción utilizada por los varoniles intermediarios financieros y vendedores del término real: analista cuantitativo. Los quants empezaron a aparecer en los pisos de operaciones a fines de la década de 1980 para instalar computadoras que podían obtener información y ordenarla más rápidamente que cualquier intermediario financiero, liberando así al Amo del Universo de una gran cantidad del tedioso trabajo de oficina. Al principio, los intermediarios financieros despreciaban a los quants, considerándolos como nerds que carecían, utilizando el lenguaje de los Amos, de “las pelotas” necesarias para pararse en el piso de operaciones y asumir los grandes riesgos que se requerían si verdaderamente querían hacer dinero. Fue a comienzos de la década de 1990 cuando los Amos acuñaron realmente la palabra quant, posiblemente porque ese era el sonido que se producía cuando alguien aplastaba con el pulgar una chinche hinchada de sangre. No tenían ni la más ligera sospecha de lo que esos debiluchos perdedores sin pelotas iban a lograr.

En 1942, Joseph Schumpeter escribió que los valores de renta fija y las acciones eran “propiedad evaporada”. Todo el mundo consideró esta frase como un ingenioso aforismo, pero para Schumpeter era un lamento. “El hecho de sustituir las paredes y las máquinas de una fábrica con un simple paquete de acciones”, dijo, “le quita la vida a la idea de la propiedad”. Los nuevos propietarios, es decir, los accionistas, pierden la voluntad del emprendedor, del fundador, de “pelear, económicamente, físicamente, políticamente, por ‘su’ fábrica y su control sobre ella y para morir si es necesario sobre sus pasos”. En lugar de ello, a la primera señal de problemas, los accionistas saltan en paracaídas y venden en el mercado de valores su participación en la propiedad a quienquiera que desee adquirirla... y les importa muy poco de quién se trate.

Fue así como los valores de renta fija y las acciones evaporaron la propiedad. Lo que los quants tenía en mente era un salto cuántico (por así decirlo) hacia adelante, a la siguiente etapa: evaporar los valores de renta fija y las acciones... no la propiedad (esa ya había desaparecido desde hace mucho) sino los valores de renta fija y las acciones mismas, y ganar algo de dinero real.

No era una idea nueva, pero muy pocos quants sabían de dónde provenía. En 1962 un joven catedrático de matemáticas del MIT (de apenas 30 años), Edward O. Thorp, publicó una forma matemáticamente infalible de ganar en el black-jack contando los números de las cartas ya jugadas. Lo demostró en vivo, jugando en varios casinos de Nevada... con el dinero de un apostador profesional. El libro, y Thorp mismo, enfurecieron a la industria del juego. Ahora, cualquier pueblerino despistado podía entrar en un casino y vaciar la casa. Los casinos tuvieron que cambiar las reglas de un antiguo (y lucrativo) juego. Naturalmente, el público se lo tragó todo, y Beat the Dealer (Venza al dealer) se convirtió en un gran éxito de ventas. Para la mayoría de los matemáticos, era ingenioso (deseaban fervientemente que se les hubiera ocurrido a ellos mismos) aunque muy simple cuando se profundizaba en él. Sin embargo, cinco años después, en 1967, Thorp captó toda su atención con un segundo libro, Beat the Market (Venza al mercado). En el libro se describía una forma infalible de ganar mucho dinero en los mercados bursátiles y de valores de renta fija. Sus colegas matemáticos de ese tiempo quedaron embelesados... hace 45 años. Sin embargo, este libro desconcertó a los ciudadanos corrientes. Trataba acerca de la asignación incorrecta de precios a los valores de renta fija y las acciones en comparación con sus derivados (futuros, derechos de suscripción de nuevas acciones, obligaciones, forwards, opciones, swaps, convertibles... y vender los valores de renta fija y acciones esperando que su precio caiga en el futuro, y comprar los derivados esperando que su precio aumente, o viceversa. Tampoco importaba qué acciones o valores de renta fija. Sus nombres, historias, reputaciones, posibilidades… todo ello era irrelevante. Lo único que importaba eran las extensiones, los períodos, y no tenían que ser muy grandes. De hecho, una diferencia de 2 centavos era…

¡Espere! ¡Espere! ... ¡¿Dijo derivados?! ¡¿Y obligaciones o algo?! ¡¿Y vender esperando que el precio baje?! ¡¿O viceversa?! Todo esto les provocaba jaqueca a los pueblerinos. Al igual que su teoría del black-jack, Thorp probó su teoría del mercado en vivo y en directo. En 1974 lanzó un fondo de cobertura denominado Convertible Hedge Associates y pronto le cambió el nombre a Princeton-Newport Partners. La sede administrativa se encontraba en Princeton, Nueva Jersey. Thorp mismo y un equipo de quants realizaba las transacciones y creaba nuevas estrategias en un apartado laboratorio monetario en Newport Beach, California. En 1983 estableció algunos StarStreamers en Wall Street cuando el monopolio de la Bell Telephone Company se dividió en ocho partes, siete nuevos “Baby Bells”, como se les conocía, además de la empresa matriz “Ma Bell”, cuyo nombre cambió a AT&T. Estas empresas lanzaron nuevas acciones. Cada nueva acción era una mezcla de acciones de Baby Bell y acciones de AT&T, o acciones que eran totalmente de AT&T. Sus precios en IPOffering eran idénticos. Pero la emoción la provocaban las nuevas Baby Bells y por tanto, el entusiasmo estaba en las acciones combinadas. Como resultado, se vendían por tres cuartos de 1 por ciento, 75 centavos por US$100, más que las acciones de AT&T solas. En 1983 nadie más que un quant como Thorp abrió tanto los ojos como un niño ante esta emocionante visión. En un momento, vendió simultáneamente acciones combinadas por un valor de US$332.5 que incluían a los emocionantes Baby Bells y adquirió acciones de AT&T por un valor de US$330 millones, obteniendo una ganancia de US$2.5 millones. Fue la mayor transacción realizada hasta ese momento en la historia de Wall Street. Los no enterados no podían creerlo. Había apostado US$332.5 millones, prácticamente la tercera parte de mil millones de dólares, vendiendo acciones esperando que su precio bajara, y había apostado otro tercio de esa cantidad adquiriendo las mismas acciones para obtener una ganancia de una centésima de 1 por ciento. ¡Imagínese arriesgar un total de cerca de dos tercios de mil millones de dólares para ganar US$2.5 millones! Demencia absoluta.

Thorp meneó la cabeza y rio. ¿Cómo había podido no verlo cualquier persona que se considerara a sí misma un financiero? ¡No se trataba de ninguna apuesta! ¡Era una certeza matemática! Vender las acciones de alto perfil esperando que su precio baje y simultáneamente adquirir un número igual de acciones de bajo perfil era la
cobertura perfecta. Usted se embolsaba la comparativamente pequeña diferencia. Comparativamente pequeña, sí... Pero hey, US$2.5 millones aquí y US$2.5 millones allá, y en poco tiempo, tendría lo suficientes millones para hacer parpadear a Warren Buffett. Y una transacción completa podría tomar unos 10 segundos. Era comercio cuantitativo. No tenía nada que ver con el valor de ninguna acción o valor de renta fija. Era una manera puramente matemática de jugar en los mercados. Bell se convirtió en una de las compañías mejor conocidas en EE UU. Pero también pudo haber sido RadioShack en lo que respecta a Thorp. No compraba y vendía acciones. Jugaba un juego con los números que estaban detrás de ellas, y evaporaba a todo el instrumento.

Todo el tiempo fue claro que la verdadera ambición de Thorp no consistía en ganar dinero, aunque su fondo de cobertura ha acumulado ganancias promedio de 20 por ciento al año desde entonces, ganancias que él ha cobrado; asimismo ha amasado una fortuna personal de US$800 millones en los últimos 30 años. Estaba mucho más interesado en exhibir el genio matemático de Edward O. Thorp en las más importantes marquesinas disponibles. Otros quants que jugaban en el mercado solían esconder sus estrategias como algo sagrado. Thorp no... No podía esperar a mostrar ante el asombrado mundo exactamente cómo había derrotado al dealer y al mercado. Era un jugador ansioso de sorprender al mundo con demostraciones de la vida real de las acrobacias matemáticas más elevadas.

Su opuesto en este nuevo deporte de moda de apostar en los mercados de acciones y valores de renta fija, evaporándolos, desintegrando su candorosa premisa (comprar barato, vender caro), fue un tal James Simons. Simons era otro swami de las matemáticas que había salido del ámbito académico para incursionar en los mercados. Cuando era estudiante en la Universidad, tuvo una brillante carrera en el MIT, estudiando matemáticas como asignatura principal durante tres años y tomando cursos de posgrado porque los cursos de licenciatura lo hacían bostezar... obtuvo su doctorado en Berkeley... Se convirtió en descifrador de códigos de la División de Análisis de Inteligencia del gobierno estadounidense, interpretando claves hasta que pudieran leerse como si fueran cajas de cereal... En 1974, hizo equipo con otro matemático de Berkeley, Shiing-Shen Chern, para crear el teorema de Chern-Simons, que de algún modo resultó útil en la teoría de las cuerdas y en la hipótesis del Big Bang. La frase “de algún modo” es clave. Sólo los matemáticos consumados podían empezar siquiera a comprenderlo. Simons ganó el cotizado Premio Oswald Veblen en Geometría de la Sociedad Matemática Estadounidense en 1976... y lo llevaron a la Universidad Stony Brook en Long Island como una estrella que atraería a otros matemáticos de alto nivel para incorporarse al cuerpo docente... Se frustró al tratar de resolver problemas de geometría aún más elevados para la edificación de los matemáticos consumados... Y empezó a asociarse con otros quants que experimentaban con fondos de cobertura... Y en 1988 estableció su propio fondo, el Fondo Medallion... que dio como resultado el surgimiento de diversos fondos aglutinados bajo el nombre de Renaissance Technologies.

Simons ocultó tan bien su operación que tuvo que pasar más de una década antes de que Wall Street despertara ante lo que Simons tenía allí. Para empezar, se asoció con un equipo de otros quants, casi todos ellos ajenos a Wall Street, en un pueblo en la ribera norte de Long Island en las afueras de Suffolk County, llamado East Setauket. East Setauket era el tipo de pueblo tan pequeño en tamaño y en el que abundaban tantos pequeños edificios de estilo colonial de Nueva Inglaterra (los primeros habitantes habían navegado a través del estrecho de Long Island desde Nueva Inglaterra hacía tres siglos) que hacía decir a las personas, ¡Oh, qué pintoresco!”. East Setauket tenía dos ventajas: estaba muy cerca de la oficina de Simons en Stony Brook —y nadie, nadie, en el mundo financiero de Wall Street, había oído hablar jamás de él. Muy bueno. Simons no quería que nadie de Wall Street se acercara al sitio.

Con una excepción, no contrató a ninguna persona que hubiera sido corrompida por la experiencia en Wall Street o incluso por las ambiciones de Wall Street... como egresados de la facultad de negocios, licenciados en Administración de Empresas. Sus jóvenes mentes ya habían sido retorcidas en exceso. Habían sido expertamente educados para convertirse en lerdos y jactanciosos perdedores machistas. Simons sólo quería matemáticos y científicos. Más de un tercio de sus empleados tenía doctorados. Compartimentó sus tareas de manera que nadie conocía su gran estrategia. Solo un valorado grupo de miembros de su círculo interno la conocían. Si en algún momento uno de estos Elegidos salía de East Setauket y mostraba señales de usar sus estrategias en el negocio de otra persona, él no dudaba en entablar una demanda. En realidad, Renaissance Technologies tenía una rotación de personal excepcionalmente baja. Simons había establecido un fondo de cobertura exclusivo para empleados, el cual ponía mucho dinero en sus bolsillos durante todo el año, todos los años.

En sus primeros 24 años, Renaissance Technologies proporcionó a sus inversionistas (y a sus empleados) una rentabilidad anual de 38.5 por ciento en promedio... descontando tarifas y cobros, y sus honorarios eran los más rígidos del ramo: 5 por ciento de cada cuenta cada año y 36 por ciento de las ganancias del fondo. Los propios ingresos anuales de Simons rondaban los cientos de millones de dólares. En su tercer año, 1990, el fondo Medallion produjo una ganancia de 55.9 por ciento, también en este caso, descontando tarifas y cobros. En 2000, durante la burbuja de las empresas punto com, el índice de Standard & Poor 500 cayó 10.1 por ciento, mientras que el fondo Medallion tuvo un crecimiento neto de 98.5 por ciento.

Las oficinas centrales de Renaissance Technologies en East Setauket se convirtieron en un campus común, con gimnasio, salas de billar, comedor, biblioteca, auditorio, y enormes y silenciosas oficinas para todo el mundo. El auditorio se usaba principalmente para presentar conferencias de eruditos en las ciencias, para quienes los mercados de inversión no podrían tener menos importancia. Simons había convertido su operación en una cuasi-universidad... Una cuasi-universidad amurallada y de acceso controlado, con guardias de seguridad de aspecto adusto.

Para 2007, él era, con mucho, el jugador más importante que había en los mercados. Junto a James Simons, Warren Buffett y George Soros eran simples duendes de la antigüedad. Sin embargo, los reportajes sobre Simons eran poco frecuentes. Las entrevistas eran aún más infrecuentes, e incluso en ellas, no respondía a las preguntas, sino que se burlaba de ellas:

¿Qué puede decir acerca de la estrategia mercantil de Medallion?

“No mucho”.

¿Qué clase de instrumentos comercia?

“Todos”.

¿Cuántas estrategias diferentes usa?

“Muchas”.

Tras su sorprendente desempeño en el peor momento de la burbuja de las empresas punto com, Simons y sus quants dejaron de esconderse tras las puertas de East Setauket. Comenzó una fiebre desenfrenada. Nadie parecía conocer las estrategias exactas de Simons, pero obviamente eran de carácter cuantitativo y requerían inmensas habitaciones llenas de computadoras y servidores para hacer los cálculos. A partir de ese momento, los quants, estos nerds graduados con honores, y no un grupo de ruidosos intermediarios financieros graduados con enormes piedras, era las estrellas a quienes había que contratar.

Hasta fines de la década de 1990, Thorp y Simons tenían la Gran Montaña de Caramelo casi para ellos solos. Solo unos cuantos fondos de cobertura y bancos de inversión usaban su sistema puramente matemático para descubrir asignaciones erróneas de precios y aprovecharse de ellas. En 1983, 10 segundos habían sido más que suficientes para vender caro y comprar barato, y terminar una transacción. Pero con varios miles de fondos y bancos realizando análisis cuantitativos para aprovechar este nuevo truco de jugar en los mercados al detectar retrasos en la fijación de precios, la velocidad sería aún mayor... especialmente ahora que la SEC había prescindido de la regla de que las ofertas tenían que hacerse a través de un teclado. Todo el tiempo, el fondo de cobertura de Thorp había usado tantas computadoras y servidores que llenaban toda una habitación tan grande como su oficina misma. Para el año 2000, Simons necesitaba tal potencia informática que la maquinaria ocupaba el equivalente de un depósito pequeño. Y este fue sólo el comienzo.

¡Adelante! ¡Adelante! ¡Más rápido! ¡Más rápido! En mil, dos mil, tres mil operaciones bancarias, fondos de inversión y operaciones, los quants seguían añadiendo computadoras y servidores y servidores y computadoras fila sobre fila sobre fila en estantes de piso a techo que se extendían al infinito como las repisas de la biblioteca más grande del mundo... envueltos en kilómetros de cables de fibra óptica de color blanco que interconectaban las máquinas... Pero estas repisas no eran de ninguna manera tan silenciosas como las de una biblioteca. Había pasillos entre las repisas con el propósito de que alguien, presumiblemente un empleado del área de TI, pudiera llegar a cualquier máquina y a cualquier conexión de cable si tenía que hacerlo. Pero cualquier ser humano que entraba, incluso un miembro de TI o un quant, era rodeado, oprimido, turbado, asustado por un zumbido monótono y abrumador y una lámpara fluorescente de rayos X de color azul que hacían que su piel pareciera la de un muerto. El zumbido parecía generar una presión sobre el cráneo. A veces, el zumbido aumentaba ligeramente, luego bajaba... y aumentaba... y volvía a bajar. Hacía pensar que este enorme robot-monstruo respiraba... Si una persona poseía los conocimientos suficientes para que se le permitiera entrar en una de estas inmensas salas de servidores, sabía que la mayor parte del zumbido era producido por las unidades de aire acondicionado tan altas como una pared... que funcionaban constantemente para evitar que esta concentración de máquinas se derritiera debido a su propio e impío calor. En algunas instalaciones gigantescas, permitían que ese calor subiera a través de una tubería de ventilación hacia una cámara, y de ahí lo distribuían para calentar todo el edificio. Usted podía saber todo esto, pero el robot-monstruo montaría a su cabeza tan duro que usted se volvería antropomórfico a pesar de su cerebro superior... El robot-monstruo respiraba... comienza a moverse... Me ha tomado de la cabeza... piensa con su mente de CPU (unidad central de procesamiento), pensando en algoritmos, secuencias de decisiones programadas como “Si A261, entonces G1432, y por lo tanto B5556 o QQ42”, descubriendo discrepancias, tomando decisiones de compraventa, e incluso realizando fintas engañosas para embaucar a robot-cerebros de la competencia para que realicen cálculos erróneos. El monstruo es humano... No, no es humano... Ningún cerebro humano podría pensar o actuar tan rápido, con tal exactitud, tan astutamente como un robot-cerebro.

Las transacciones de 10 segundos de Thorp durante la división de Bell habrían sido una eternidad en el robot-mundo. Los bancos de inversión de los fondos (y las transacciones) empezaron a añadir acres de robot-estantes en la carrera por descubrir primero las oportunidades de asignación errónea de precios y ejecutar las transacciones en el mismo instante. Ya no se trataba de las anticuadas fracciones de segundo. Se reducía a millonésimas de segundo. Esto llegó a conocerse como Transacciones de Alta Frecuencia.

Para 2006, el robot-monstruo era inmenso —no sólo en el sentido metafórico de su impacto, sino también literal y físicamente, en su abrumador tamaño. Knight Capital construyó un robot-monstruo que ocupaba 5665 metros cuadrados en Jersey City, Nueva Jersey. Equinix construyó uno que abarcaba 29 946 metros cuadrados en Secaucus, Nueva Jersey. La Bolsa de Valores de Nueva York, que era ahora una corporación privada denominada NYSE Euronext, construyó una instalación de Transacciones de Alta Frecuencia de 39 762 metros cuadrados en Mahwah, Nueva Jersey: 39 762 metros cuadrados. Esto es 3.9 hectareas de maquinaria interconectada y su alojamiento, dedicados no a invertir en los mercados sino a estafarlos. La NYSE era ahora una sociedad privada y también realizaba operaciones “privadas”, es decir, se convirtió también en un jugador y adquirió su propio mercado y otros. Si se apilaban unas sobre otras, estas máquinas de estafar habrían creado una estructura del tamaño de dos edificios tan altos como el Empire State, uno encima del otro, con 204 pisos en total. Cada riñón en el centro de Manhattan estaría vibrando con el zumbido zumbido zumbido las 24 horas del día, todos los días. Todo esto se añadía a nuevos sistemas que abarcaban grandes distancias. La Hibernia Atlantic Corporation intentaba tender cables de fibra óptica por todo el fondo del Océano Atlántico, lo cual reduciría en seis milésimas de segundo (0.006 segundos) el tiempo que tardaba una señal en viajar de Nueva York a Londres. Los tiburones estaban misteriosamente robot-enloquecidos por los cables de fibra óptica y trataban de comérselos, lo que significó otro gasto de millones de dólares para cubrir los cables con protecciones antitiburones.

La Perseus Corporation construía un robot-sistema que transmitiría robot-datos de Nueva York a Chicago en línea recta. Los cables del telégrafo y del teléfono siempre habían sido colocados al lado de las vías férreas. La transmisión en línea recta sería una milésima de segundo más rápida. ¡Una milésima de un segundo ahorrado de Nueva York a Chicago! ¡Seis milésimas de segundo ahorradas de Nueva York a Londres! Piense en ello: una milésima aquí y seis milésimas allá; tal velocidad era el sueño de un quant hecho realidad. El sueño máximo era transmitir los datos del mercado más rápido que la velocidad de la luz. ¿Más rápido que la velocidad de la luz? ¿Cómo?

¡Neutrinos! Los neutrinos (los académicos insisten en que son reales) se describen como “partículas subatómicas”, frágiles pero rápidas, rápidas, rápidas como polvo de hada. En 2011, un equipo de 170 ingenieros y científicos italianos llamado OPERA declaró con una certeza casi total, si no es que absoluta, que los neutrinos viajaban 0.002 nanosegundos más rápido que la velocidad de la luz. Si eso era así, eso reducía a Einstein, el amado equivalente a Darwin de la física moderna, a un viejo y solemne charlatán como Freud, Mesmer o Nostradamus. Cinco grupos diferentes de académicos ortodoxos se alzaron en un arrebato de ira para detectar inconsistencias en la metodología del equipo OPERA, y la discusión sigue. Sin embargo, ¡neutrinos! Los quants deseaban desesperadamente que todo esto fuera real... Significaba que sus robot-monstruos podían descubrir y aprovechar anomalías en los mercados bursátiles y de valores de renta fija incluso antes de que ocurrieran.

El robot-monstruo realizó 10 por ciento de todas las operaciones financieras en 2000. De allí en adelante, la cifra aumentó de manera pronunciada y firme hasta llegar al punto máximo de 73 por ciento en 2009, cerca de tres de cada cuatro operaciones, ¡y ninguna persona del mundo exterior, ni siquiera la prensa, había oído hablar de ello! La primera mención de esto en la prensa no se produjo sino hasta el 23 de julio de 2009, en el New York Times.

La mayoría de los hombres que trabajaban a tiempo completo aquí mismo en Wall Street no sabían mucho más. Eran tan inocentes como los imbéciles, los guppys, los muppets. Se enteraban tan poco a poco que no lograron ver el panorama completo sino hasta que fue demasiado tarde en el juego. Su primer indicio se produjo cuando los pisos de operaciones de los bancos de inversión empezaron a calmarse... cada vez menos intermediarios financieros gritándose unos a otros, o al teléfono, o maldiciendo al Destino. Pronto estuvieron sentados en escritorios detrás de bancos de pantallas de computadora y comunicándose entre sí mediante mensajes de texto.

Los robots le costaron el trabajo a algunos viejos intermediarios financieros y vendedores pero, de nueva cuenta, en forma gradual e intermitente, alguien tenía que seguir atendiendo a los muppets y a la mugre que seguía acudiendo a Wall Street para invertir (para los quants, la palabra parecía tan arcaica), para “invertir” su dinero. Lo que los Amos no lograron ver fue que sus muppets, mugre, guppys e imbéciles proporcionaban sólo la liquidez, es decir, el efectivo... que es útil principalmente para abastecer a los robot-estafadores de los quants con números para jugar, con discrepancias con las que la maquinaria de lucha robot podía apostar y aprovechar. Los Amos no empezaron a intuir que algo estaba ocurriendo sino hasta que los directores de varias mesas comenzaron a asignarles tareas extrañas como invitar a comer a los clientes grandes o a los clientes potenciales. ¿Invitar a comer? ¿Dejar el piso de operaciones en medio del día bursátil? ¿Ya no era válido aquello de, ‘Usted... Sí, usted... Si realmente tiene que comer, cobarde, pídalo a la tienda de comestibles preparados?’ ... ¿Qué era esto? Pero incluso entonces, nunca fue tan evidente como para hacerlos darse cuenta del nuevo nombre del juego. 

Actualmente, el mismo tipo de estudiantes de primer nivel de la Ivy League (Liga de Universidades Prestigiosas de EE UU) que tanto deseaban trabajar en Wall Street hace apenas seis años... ahora se dirigen a Silicon Valley, porque es ahí donde está la acción. Y lo que ocurre allí es parte de unos EE UU más viejos y más típicos. Un Mark Zuckerberg y su Facebook y la industria de su Facebook, TI para la tecnología de la información... Y, capucha o no capucha, son perfectamente tradicionales en los lustrosos anales económicos de Estados Unidos.

Dos cosas mostraron muy concretamente cuán bajo habían caído los intermediarios financieros y los vendedores. Por un buen candidato a quant, los empleadores pagarían hasta cinco veces más que por un Amo del Universo. O como se lee en un reciente encabezado del New York Post: “Pulidos chicos de ‘Wall Street’ desbancados por geeks de US$1M”. Y el solitario algoritmo de un quant para una sola acción podía derrumbar a todo el mercado, como en el “flash crash” de 2010 y la caída en picada de 1000 puntos de 2012. Esta caída costó US$440 millones al Knight Capital Group. Nunca se recuperaron.

Los Amos del Universo nunca pudieron explicar a sus hijos a qué se dedicaban. La explicación estándar: “Bueno, creamos mercados”, parecía tan emocionante como ver crecer el césped artificial.

La forma más simple de ver cuánto han caído nuestros Amos dentro de nuestro Universo consiste en imaginar cómo se desarrollarían hoy las aventuras de Sherman McCoy. Hace 25 años, la gran verdad que comprendió en ese momento lo llenó de júbilo: “¡Soy un Amo del Universo!”

Si John Coates hubiera estado disponible para escupir en las ampolletas de poliestireno, Sherman habría superado a la tabla endocrina. Estaba sobrecargado de testosterona. John Coates podía haber pronosticado fácilmente lo que ocurriría después. McCoy se pone caliente, caliente, más caliente en el piso de operaciones. Está tan cargado de testosterona que está convencido de merecer aquello de lo que ahora se sirve: una chica candente, candentísima llamada María, 15 años más joven que su esposa, de 40. ¡Zas! Emprende una de sus acostumbradas juergas de emocionantes asignaciones y de relaciones peligrosas con María y sus frondosas caderas, sus lindas, jóvenes y frondosas, frondosas caderas, rezumando libidinosamente en cada cita.

Una noche, en el Mercedes deportivo de McCoy, dan un giro equivocado y serpentean por el Bronx hasta que son obligados a detenerse por una tosca barricada de botes de basura que bloquea una rampa. De la nada, surgen dos jóvenes negros que se dirigen hacia ellos. Asustados, McCoy y su chica hacen chirriar los neumáticos del Mercedes para salir de la trampa, golpeando de refilón a uno de los chicos, lanzándolo de cabeza contra el pavimento, sin la menor intención de detenerse. La policía localiza McCoy por su matrícula. El joven negro está hospitalizado en estado crítico. McCoy es arrestado bajo el cargo de agresión con daños físicos graves provocados con un arma peligrosa (su auto) y por abandonar el lugar de un accidente. Un grión de raza negra, el Reverendo Bacon, y un viejo “abogado de derechos civiles” marxista de raza blanca al estilo de la década de 1960, reclutan a un reportero de tabloides alcohólico y convierten el accidente en un atentado racista. Hordas de manifestantes protestan frente al edificio de apartamentos de McCoy en la parte más elegante de Park Avenue.

¿Cómo le iría a McCoy si John Coates lo examinara hoy? Existe una vieja locución, “No podría ser arrestado”.

Para empezar, actualmente no tendría un nivel alto de testosterona. Tendría niveles altos de cortisol, indicadores de estrés. En el caso de McCoy, no sería el tipo de interés de luchar o huir, que aumenta al máximo los niveles de cortisol. Pero sería un tipo de estrés suficientemente malo: estrés de estatus. ¡Dios mío!... Piense en los viejos tiempos, cuando estos pisos de operaciones rugían con el sonido de jóvenes machos como él aullando por dinero en el mercado de valores de renta fija... jóvenes de pie, bramando en teléfonos desenvainados en una mano mientras la otra forma un puño y hace agujeros en el aire... piense en la forma en que solíamos gritar y maldecimos unos a otros; no era muy agradable, y ciertamente, no era elegante, pero realmente hacía fluir la adrenalina y mantenía la testosterona a tope. ¡Lo necesitábamos! Todo dependía de nosotros y de nuestras agallas y de nuestra disposición de ponerlo al borde de la Tragantona Halusiana y asumir enormes riesgos ¡ahora! ¡Al momento! ¡Nosotros, nosotros y nadie más! Y no entregar nuestra masculinidad a los robo-monstruos que se baten en duelo con impulsos eléctricos tan rápidamente que no tenemos ni idea de lo que hacen, y mucho menos de cómo lo hacen.

Mírenos ahora, casi quebrados en nuestras sillas, mudos, tratando de mirar seis pantallas a la vez, seis pantallas que forman un abanico de tres sobre tres, oscureciendo cualquier conexión que pudiéramos tener con el mundo real. ¡No hay ni un sonido aquí! Es como una oficina de seguros. No luchamos por nada ni contra nadie.

¡No podemos ser arrestados! No tenemos las secreciones endócrinas que se requieren para perseguir lindas jóvenes y lograr esas peligrosas reuniones. No tenemos la testosterona, pero tenemos más que suficientes litros de cortisol para garantizar que nos preocupemos, nos preocupemos, nos preocupemos todo el tiempo. Pero suponga que hoy hubiéramos hecho algo en el Bronx que en 1987 hubiera logrado que un viejo abogado de derechos civiles de raza blanca y un gritón de raza negra fueran tras nosotros con falsas y escandalosas muestras de cólera. Hoy ni se tomarían la molestia. Hoy, un Sherman McCoy no podría darse el lujo de vivir en Park Avenue y sería difícil mostrarlo como un capitalista despiadado —y ni siquiera valdría la pena demandarlo (a nombre de la familia de la víctima y tomar los dos tercios de la enorme indemnización del jurado, como planeaban hacerlo en 1987). Además, hoy los gritones han salido del negocio. Durante la campaña electoral de 2008, el presidente Obama nunca dijo, “¡Levántense! ¡Rompan sus cadenas y tomen lo que por derecho les pertenece!” No, manteniendo la cabeza erguida, dijo: “Todos nosotros debemos revisar cuidadosamente nuestras propias vidas y ver cómo podemos mejorarlas”. Esto enfureció tanto al reverendo Jesse Jackson que durante una pausa comercial de un programa de Fox TV dijo, sin saber que había un micrófono encendido, “Quisiera cortarle las bolas a Obama”. Pero pronto negó la declaración, dándose cuenta de que su desafío al primer presidente negro carecía absolutamente de posibilidades. Desde entonces, no ha dicho más que cosas amigables y educadas. El Reverendo Al Sharpton lo comprendió de inmediato y, de hecho, se unió al gobierno de Obama como Ministro sin portafolios.

En cuanto a la crisis de 2008... En términos de orgullo absoluto, fue un regalo del cielo para los pobres Amos del Universo. En números redondos, 460 000 miembros de la industria financiera, empleados de alto y bajo nivel, perdieron su empleo en la espantosa caída que comenzó en 2008. En medio de tantos escombros, no pareció tan malo, desde el punto de vista del orgullo, cuando los intermediarios financieros, vendedores, directores de escritorios, e incluso algunos quants aquí y allá, perdieron el suyo. La basura cubrió la farsa, la comedia, la estafa, la simulación de la que los Amos del Universo habían formado parte.

Sherman McCoy se mordió la lengua, pero se dijo a sí mismo, “¡Ah, vosotros, los Eunucos del Universo!”


Nota y selección y adaptación de texto para la película by Jorge Antonio Díaz

Nota: Tom Wolfe es autor de más de una docena de libros, entre ellos, varios clásicos como The Electric Kool-Aid Acid Test (Ponche de ácido lisérgico), The Right Stuff (Lo que hay que tener), The Bonfire of the Vanities (La hoguera de las vanidades), y, más recientemente, Back to Blood (Regreso a la sangre). Vive en Nueva York.
    

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