Detrás de la faceta seria y pro documental se oculta una profunda ironía en este film que aborda la vida loca de los nuevos amos del universo que rigen desde su burbuja de oro en Wall Street. Recomendamos que previo a que Ud. vea la película, lea, amable lector o lectora (¡faltaba más primor¡),el delicioso texto de Tom Wolfe que consignamos a continuación para contextualizar el sentido y vigencia del film dirigido por el genio cinematográfico Martin Scorsese. Se trata de una versión actualizada,condensada y corregida de su libro The Bonfire of the Vanities (La Hoguera de las Vanidades), en el que se ilustra magistralmente hasta qué punto la fama y el dinero son inútiles cuando circunstancias desfavorables rodean a un individuo.
EUNUCOS DEL
UNIVERSO
TOM WOLFE
2013
EE UU se tambalea
al borde del abismo, y Tom Wolfe hace una mordaz acusación de nuestra
inescrupulosa cultura financiera
Venga con
nosotros; retrocedamos siete meses hasta la cúspide de la historia del
capitalismo estadounidense del siglo XXI. Nos encontramos entre un enjambre de
almas tan deslumbradas como nosotros en las afueras del hotel Sheraton en la
Séptima Avenida en Manhattan, arremolinándose y retorciéndose para esquivar a
un batallón de policías y un pelotón de agentes de seguridad enfundados en
trajes grises y con pequeños tecno-pólipos blancos en los oídos, conectados a
bobinas de cables de intercomunicación de color blanco tratando de mantenernos
bajo control... mientras casi pisoteamos a los andrajosos miembros de los
equipos de televisión y a cualquier otro perdedor que se interponga en nuestro
camino.
¡Estamos
ardiendo! —ardiendo de emoción, encendidos, anhelando poder ver al John Jacob
Astor, el Andrew Carnegie, el E.H. Harriman, el John D. Rockefeller, el Henry
Ford, el Bill Gates de nuestro siglo... ¡Y ahí está! ¡Mírelo! No lleva el
cuello de ala de Astor, del que emergía una corbata de seda impecablemente anudada,
ni tampoco el rígido sombrero de copa de seda, el chaqué con un clavel rojo en
el ojal de la solapa izquierda y el par de pantalones rayados de John D., y ni
siquiera el traje de chaqueta holgada de Joseph A. Bank que usa Bill Gates. No,
nuestro hombre tiene apenas 27 años y viste como un magnate de nuestro
tiempo... En lugar de camisa, lleva una camiseta gris, una de las
aproximadamente 30 camisetas grises que tiene a mano para asegurarse de usar
todos los días la misma vestimenta adolescente para desafiar a la moda... Y
sobre ella, una chaqueta deportiva de color gris oscuro con capucha, una prenda
conocida comúnmente como hoodie. A partir de ese día, el 7 de mayo de 2012, el
hoodie se convirtió en su símbolo, su marca de fábrica, su estandarte de
batalla.
Quince minutos
después, estará dentro del salón de baile entre una exclusiva multitud de
corbatas que sólo pudieron acceder por invitación y que conforman al grupo de
posibles inversionistas más ricos de EE UU y, de hecho, del mundo entero, en la
oferta pública inicial de un conjunto de acciones con un valor aproximado de
US$104 mil millones en su compañía, una nueva adición a nuestra industria más
moderna, conocida como TI, “Tecnología de la información”.
Como ya lo sabrá
cualquiera que haya leído hasta aquí, su compañía se llama Facebook, y él es el
primer magnate de la TI de nuestro siglo, Mark Zuckerberg. Hasta el 14 de mayo,
Facebook tenía 901 millones de clientes, una de cada ocho personas sobre la
tierra (y pronto tendrá mil millones, una de cada siete). Nadie había soñado
nunca nada semejante, una “red social” que permitiría que personas de todo el
mundo contacten gratuitamente unas con otras y compartan imágenes de ellas
mismas y Dios sabe de qué más.
Las acciones se
pondrán a la venta tres días después, el jueves 17 de mayo, a las 11 a.m. Para
entonces, se habían preparado y tamizado 82 millones de ofertas contra los
primeros bloques. Zuckerberg había contratado a cinco bancos de inversión para
que se ocuparan a su nombre de la mecánica de la oferta pública inicial:
JPMorgan Chase, Goldman Sachs, Bank of America, Barclays Capital, y el banco
principal, encargado de supervisar toda la operación, Morgan Stanley,
representado por James Gorman, su director ejecutivo, y Michael Grimes. Grimes
había sido nombrado el “intermediario” no. 1 de Wall Street en la Lista Midas
de Forbes durante cuatro años consecutivos, de 2004 a 2007. A las 11 a.m. en
punto, ¡Zas! Los 82 millones de ofertas salieron al mercado. Nuestros banqueros
de inversión de la vieja línea están ansiosos. ¡Nunca habían visto nada
parecido a las hordas de compradores corriendo en estampida hacia ellos con
miles de millones de dólares (¡miles de millones!) en el bolsillo, desesperados
por poner las manos sobre las acciones de Facebook a un precio de IPOffering de
US$38 por acción antes de que se disparen a US$76 y quién sabe a cuánto más.
¡Increíbles multitudes de ellos! Nuestros viejos entran en pánico. Se resbalan,
se deslizan, se tambalean. Sin tener idea de lo que están haciendo, empiezan a
ahogar la oferta pública inicial más grande y más publicitada de la historia
bajo una ola de incompetencia tras otra. Desconcertados, los viejos dicen que
se trata de un “error técnico” cuando la arremetida de ofertas los agobia en
tal forma que millones de transacciones se registran con precios equivocados.
El jefe del banco principal, Gorman, de Morgan Stanley, culpa de todo a la
Asociación Nacional de Corredores de Cotizaciones Automatizadas de Valores
(NASDAQ), la Bolsa que maneja las transacciones. En tales circunstancias,
concretamente, la oferta pública inicial más grande de la historia, es como si
Napoleón echara la culpa de Waterloo al cuerpo de mayordomos por no entregar
ropa interior limpia en el momento oportuno.
En las horas que siguieron,
el mercado se convirtió en un caos. Un número no revelado de inversionistas que
habían llegado, listos para gastar millones, echaron un vistazo a este
retorcido y grotesco desbarajuste y volvieron a casa. Morgan Stanley y el resto
de los Viejos Ayudantes Contratados y Cía. se las arreglaron para mantener el
precio de la oferta pública inicial en US$38 por acción (sin cargo para ellos
mismos), apuntalándolo hasta el final del primer día. Durante los siguientes 10
días, el precio se hundió casi 25 por ciento. Después de 18 días cayó hasta
US$25.75, dos tercios del precio inicial. Para el 2 de septiembre, se había
hundido hasta US$17.79, menos la mitad del precio de oferta inicial.
Encima de todo,
se produjo un aluvión de acusaciones que indicaban que, en realidad, Facebook
había tenido un mal desempeño en el primer trimestre y que no había mejorado en
el segundo, una noticia que Morgan Stanley no había dado a conocer al público,
conocido como compradores “minoristas”, sino solamente a aquellas personas que
contaban con información privilegiada y que habían invertido en Facebook antes
de la oferta pública inicial. “No hicimos nada malo”, declaró Morgan Stanley.
Pero grandes organizaciones con información privilegiada como Goldman Sachs,
Accel Partners y Greylock Partners volcaron sus acciones en el mercado en
cuanto NASDAQ abrió la bolsa. De algún modo, si usted es un minorista, esto
quiere decir que hay otra persona en el juego, llamada mayorista, y es… trampa.
Se deshicieron de millones de acciones, suficientes para bajar los precios por
sí mismas. Un analista de Cowen Group llamado Peter Cohen dijo, “En 43 años,
nunca había visto algo tan jod..”.
Pero resultó ser
más que una oferta pública inicial increíblemente jod... El 17 de mayo fue el
día en que el Wall Street se evaporó. Después del Día de Facebook, todo aquello
por lo que “Wall Street” había sido una metonimia, el abundante dinero, el
panorama general de la economía de EE UU, la emoción, el sentido de que es allí
donde las cosas pasan, había desaparecido.
Hasta 2006, un
espíritu de arrojo varonil se había extendido entre los banqueros de inversión
de Wall Street. Comerciar acciones y valores de renta fija era lo más parecido
al combate armado. Los guerreros, es decir, los intermediarios financieros y
los vendedores, conocedores de cómo luchar, enfrentando no a un enemigo armado
sino a un conjunto de pantallas de computadora distribuidas en forma de
abanico, generaban una euforia más estimulante que cualquier otro estado de
ánimo concebible. Era el más excitante de todos los “viajes”, y gracias no sólo
al exorbitante éxtasis de la batalla. También estaba el no poco importante
hecho de que estos Hijos de la Época del Boom, muchos de ellos con apenas dos
décadas de vida, aún lo suficientemente jóvenes como para ruborizarse, obtenían
un millón de dólares más al año en bonos, año tras año...
La victoria,
registrada en esas pantallas, los hacía sentirse los Amos del Universo. La
frase provenía de una novela de 1987, La hoguera de las vanidades, cuyo
personaje principal, Sherman McCoy, es un vendedor de acciones de 38 años que
trabaja para un banco de inversión, que gana un promedio de un millón dólares
al año en bonificaciones y vive en la zona más exclusiva de Park Avenue. Un
día, suena su teléfono en el piso de operaciones, y al contestarlo, recibe una
orden de compra de tantos valores de renta fija de cupón cero que su comisión
será de US$50 000. La operación le toma 20 segundos, tal vez 30, y así como
así, ¡ya era US$50 000 más rico! Las palabras destellaron repentinamente en el
área de Broca de su cerebro: “¡Soy uno de los Amos del Universo!” ¡Jesucristo!,
y provenían del juego de figurillas de plástico de su hija de 6 años, “Los Amos
del Universo”, que tenían nombres como Ahor, Blutong, y Thonk y lucían como
dioses escandinavos que levantaban pesas y bebían sorbetes de creatina y
hormona del crecimiento humano.
En la vida real,
los jóvenes de los pisos de cotizaciones en todo Wall Street leyeron ese libro
y les gustó el nombre, los Amos del Universo. Lo decían en voz alta sólo en
forma jocosa (después de todo, no eran tontos) y nunca mencionaban la ola de
júbilo que les sacudía el alma misma: soy uno de los Amos del Universo...
La caída de la
bolsa de noviembre de 1987 no disminuyó esa dicha sublime por más tiempo que lo
que duraron algunos tragos de saliva. Igual que la caída de las empresas “punto
com” de 2000-2002. Incluso después de 2002, los Amos del Universo resultaban
tan fascinantes que aproximadamente 40 por ciento del 10 por ciento superior de
los graduados de Harvard, Yale y Princeton deseaban trabajar en Wall Street.
En 2004, un
conocido intermediario financiero del Deutsche Bank, el canadiense John Coates,
desconcertó totalmente a sus compañeros, a sus colegas guerreros de las pantallas
de lucha, al abandonar Wall Street y dirigirse a Inglaterra para volver a
inscribirse en su alma mater, la Universidad de Cambridge, en un posgrado en
neurociencias. ¡¿Neurociencias?! ¡¿En Inglaterra, un país de segunda?!
En realidad,
Coates nunca sacó a Wall Street de su mente. Le intrigaba el hecho de que un
grupo de jóvenes impulsivos, eufóricos, aullantes e irresponsables tuvieran en
sus manos miles de millones de dólares todos los días. Recurrió a las
neurociencias con la esperanza de encontrar algo que pudiera explicar a... los
Amos del Universo.
Tras haber
formado parte de ese grupo hasta hacía muy poco, logró convencer a 17
intermediarios financieros de “The City”, la versión londinense de Wall Street,
de que le permitiera registrar sus niveles endocrinos en tiempo real, mientras
trabajaban en el piso de operaciones, justo antes de que comenzara la acción y
por la tarde, justo después de que terminara. La tecnología era muy simple. Lo
único que los 17 tenían que hacer era escupir 3 mm de saliva, equivalentes a la
mitad del 1 por ciento de un escupitajo, 2.1 por ciento de una flema y tres
gotitas, en ampolletas de poliestireno. Si no podían salivar, se les daban
tabletas de goma de mascar sin azúcar. Antes de iniciar, digamos, una subasta
de valores de renta fija del gobierno a 20 años con un valor de 10 mil millones
libras, el cuerpo de un intermediario financiero, sus entrañas mismas, daban un
giro hacia atrás, se reiniciaban, se recargaban para tomar decisiones rápidas
que tenían que ver con miles de millones de libras.
En palabras de
Coates, “El metabolismo [del intermediario financiero] se acelera, listo para
descomponer reservas de células hepáticas, musculares y adiposas”... la
respiración se acelera... el corazón empieza a latir frenéticamente... Las
células del sistema inmunológico toman sus puestos en los “puntos
vulnerables..”. Su sistema nervioso desvía la sangre del estómago, “haciéndole
sentir mariposas” y de los genitales (no va a necesitarlos sino hasta más
tarde) y la dirige hacia los músculos grandes de brazos y muslos. Su testosterona
ha aumentado rápidamente, y ahora sus testículos comienzan a bombear
esteroides, junto con adrenalina y cortisol, hacia su torrente sanguíneo, lo
que, a su vez, produce la liberación de dopamina, “la droga más adictiva
conocida por el cerebro humano”. Esta emoción convence a los intermediarios
financieros de que “No existe ningún otro trabajo en el mundo”. El
intermediario se convierte en una persona diferente, no solo segura, sino
dominante... un Amo. Está listo para asumir los riesgos que aterrorizarían a un
hombre común. “Se inclina ante su pantalla con las pupilas dilatadas,
respirando rítmicamente, los músculos tensos, el cuerpo y el cerebro unidos
para la acción inminente”.
Lo cual quiere
decir que se convierte en el doble endocrinológico de un tigre macho o de un
toro salvaje o de un Comando Delta, un SEAL de la infantería de marina, un
piloto de combate de la Fuerza Aérea, un pandillero del este de Nueva York,
preparándose para un combate mortal. Al principio, la testosterona, la
adrenalina y los demás estimulantes endocrinos están a su servicio para
prepararse para la refriega. De hecho, Coates descubrió que los intermediarios
financieros con concentraciones de testosterona inusitadamente altas al inicio
del día bursátil seguramente obtendrían una ganancia al final del día.
Aparentemente, la testosterona y todos sus complementos endocrinos hacían que
un intermediario financiero pudiera descubrir más rápidamente una oportunidad y
fuera más audaz al aprovecharla. Coates deseaba que este pequeño estudio
(compuesto sólo por 17 sujetos) fuera el preludio de uno mucho más grande. Pero
su “testosteronorama” y sus otras conclusiones fueron tan sorprendentes y tan
constantes en los 17 sujetos, que la Academia Nacional de Ciencias de Estados
Unidos la publicó en línea (14 de abril de 2008) antes de imprimirla como
“Esteroides endógenos y asunción de riesgos financieros en un piso de
operaciones de Londres”. (Más adelante, llevó a cabo un estudio más grande, con
250 sujetos, y el año pasado publicó un libro al respecto, The Hour Between Dog
and Wolf.)
La excitación del
intermediario financiero es tal que no puede dejarla en la oficina por la
noche. Ahora, después de la batalla, una “euforia irracional” sale a la cuidad
con ella... Y todavía está con ella, debajo de su piel, cuando vuelve a la
oficina por la mañana. Su exaltación de sí mismo, al igual que su testosterona,
está en un nivel más alto que nunca. Empieza a actuar como si fuera parte de
una unidad de élite de Fuerzas Especiales. Nunca espera a que algún superior en
la cadena de mando imponga la disciplina. Se cuida a sí mismo... a voz en
grito. ¡Usted! ... ¡Sí, usted! ... ¡No se permiten holgazanes en el piso de
operaciones! ... No pierde el tiempo yendo a un almuerzo “de negocios”. Si
realmente tiene que comer, cobarde, pídalo a la tienda de comestibles
preparados... No hay que leer material irrelevante como The Economist (cuyas
noticias ya son viejas para cuando sale a la venta), mucho menos The Racing
Form o revistas de tetas y traseros, como grita Sherman McCoy en La hoguera de
las vanidades.
Eran como
guerreros, excepto por un detalle: las probabilidades de que un Amo del
Universo muera en cumplimiento del deber eran estadísticamente nulas. La
mayoría de ellos tenían menos de 40 años, y la probabilidad incluso de sufrir
un ataque cardíaco mientras maldicen al destino con las manos a los lados de la
cabeza sacudiéndose espasmódicamente... era muy remota.
En el piso de
operaciones, ellos eran versiones ligeramente más viejas e infinitamente más ricas
del chico universitario. En los universitarios, detrás de las épocas salvajes,
las borracheras, la cocaína, las bromas pesadas, las borracheras, el sexo, las
charlas sobre el sexo, las prostitutas, las charlas sobre prostitutas, las
borracheras, los chistes sarcásticos clasificados como Sarc I, Sarc II, Sarc
III, las disertaciones sobre temas tan esotéricos como el tamaño del excremento
y el alcance del vómito a propulsión, las borracheras... se encontraba un solo
y simple deseo: presentar la visión de un varón acerca del mundo.
Al Amo del
Universo no le preocupa la virilidad. Es varonil. Tiene masculinidad para dar y
regalar. Su problema es el contrario. Tiene una euforia irracional bajo la piel
misma. Ahora, después de la batalla, cuando lo rodea la oscuridad, su
exaltación de sí mismo, al igual que su testosterona, está en un nivel más alto
que nunca. Permea todas las áreas de su vida, notablemente su apetito sexual.
Con un poco de
suerte, algún equipo de antropólogos emprendedores reunirá los miles de
historias populares sobre la vida amorosa de los Amos del Universo, algunas de
las cuales han alcanzado el nivel de leyenda. Invariablemente, se trata de
historias contadas por chicas, ya que los Amos siempre logran conseguirlas a
todas... las chicas. A una chica le dijeron que todas las citas con el Amo del
Universo se componían de tan sólo dos temas: Mi Carrera y el sexo. Ellas
calificaban sus discursos sobre Mi Carrera como interminables interminables
interminables aburridos aburridos aburridos ¡no aguanto más! ¡VOY A PRENDERLE
FUEGO A MI CABELLO PARA MATAR EL ABURRIMIENTO!
Cuando se trataba
del sexo, por otro lado, su explicación nunca era demasiado locuaz, nunca se
iba por la tangente, y su demostración pocas veces tomaba más de 60 segundos.
Era mete-saca mete-saca mete-saca mete-saca mete-saca oo-oo-oo-oo-oo-ooooh uh
oo agghhh, y a roncar como un oso.
Naturalmente, al
ser tan varoniles, tan decididos, tan... bueno... tan Amos, los Amos del
Universo no pueden evitar sentirse superiores a la gente común y corriente con
la que debían tratar todos los días. Trataban de no mostrarlo... pero cuando
los guerreros estaban entre sus iguales, en el piso de operaciones por ejemplo,
¿cómo podían evitar reírse un poco de todas las almas simples con las que se
topaban en el transcurso de su trabajo? Era como la forma en que los policías
de Nueva York llamaban “pueblerinos” a los ciudadanos despistados con los que
se encontraban.
Los Amos del
Universo tenían el mismo tipo de terminología para referirse a los ciudadanos
despistados en su mundo, pero ¿quiénes eran? De acuerdo con Michael Lewis, un
ex vendedor de Salomon Brothers, había una broma en Salomon que decía:
“¿Cuál es la
segunda forma humana más baja?”
“No sé, ¿cuál?”
“Un comerciante
de acciones ordinarias en Dallas”. Éste era el sub-remate. En esa época, la
década de 1980, la emoción, las grandes sumas de dinero, no estaba en las
acciones ordinarias, sino en el mercado de valores de renta fija e
indudablemente, no en Texas.
“Entonces, ¿cuál
es la forma humana más baja?”
“Un cliente”.
Así era en
Salomon Brothers. En Goldman Sachs, a los clientes los llamaban muppets. Otros
bancos de inversión llamaban sus clientes “guppys”, “imbéciles”, “mugre”,
“borregos”, “tarados”, “corderos”, “focas bebé”... Sin duda, palabras como
imbéciles, mugre y borregos eran considerablemente más mordaces que
“pueblerinos”. Después de todo, ¿adónde van los corderos? Al matadero.
Los Amos del
Universo siempre habían considerado a sus clientes como personas a las que
nunca se debió dejar salir de su casa con dinero en el bolsillo. Pero ya que
ocurrió, alguien tenía que sacar ventaja de ello. Para mostrar las manos
vacías, encogerse de hombros y ver cómo se alejan, usted tendría que ser tan
ignorante como ellos. Eran ignorantes, no estúpidos. Tenían dinero y un CI por
encima de 98. Así que usted tenía que preguntarse por qué invertirían en un
banco de inversión. En un fondo de cobertura, usted tenía por lo menos una
mínima posibilidad de lucha. El director invertía su propio dinero en la misma
forma que usted. Bueno... seamos justos. No todos los bancos de inversión
llevarían a sus clientes al matadero. Por otro lado, ¿qué hay de malo en
trasquilar a las ovejas de vez en cuando?
Nuestros
varoniles Amos, aún atiborrados con tanta testosterona y dopamina, simplemente
no lo entendían todavía en 2009, ni siquiera cuando ocurrió lo más improbable
del mundo: un grupo de debiluchos, un grupo de nerds conocido como quants, les
cerró la puerta dorada en las narices.
Nerds... El nerd
nunca ha sido definido con precisión debido a la complejidad psicológica de la
criatura. La palabra indica cierto nivel de inteligencia. El típico nerd es un
varón con inteligencia pero sin la intención de darle un rostro varonil. No
practica ningún deporte, no se parte de risa automáticamente al escuchar bromas
sobre chicas con pinta de rameras, no refuerza su masculinidad con descargas
frecuentes de la bomba P2, no se da cuenta de lo mal que se ve cuando lanza su
brazo al aire y agita la mano como una bandera, ansioso por que el profesor le
pida a él primero que responda la pregunta, no responde los insultos de sus
colegas masculinos en el patio de la escuela; ¡Oh!, el patio de la escuela...
El patio de la escuela... Es allí donde aprende que no es un Amo del Universo y
nunca lo será... nunca en toda su vida... y así desarrolla intereses que no son
ni masculinos ni no masculinos, sino simplemente obsesivos, como capturar
bichos por la noche y sujetarlos con alfileres en un tablero, clasificándolos
concienzudamente según su género, especie y subespecie. No hay nada de malo en
ello… es simplemente un poquito raro e intelectual; en pocas palabras, digno de
un nerd. Si un nerd era un poco raro y nada inteligente, se le conocía como
dork (baboso). No había ninguna connotación que indicara un comportamiento
sexual desviado. El Amo del Universo suponía que todas las clases de nerds
(quants, dorks y simples nerds) eran asexuadas.
Un quant era el
rango inmediato superior al que un nerd podía aspirar si resultaba ser un genio
matemático. Su nombre era la condescendiente contracción utilizada por los
varoniles intermediarios financieros y vendedores del término real: analista
cuantitativo. Los quants empezaron a aparecer en los pisos de operaciones a
fines de la década de 1980 para instalar computadoras que podían obtener
información y ordenarla más rápidamente que cualquier intermediario financiero,
liberando así al Amo del Universo de una gran cantidad del tedioso trabajo de
oficina. Al principio, los intermediarios financieros despreciaban a los quants,
considerándolos como nerds que carecían, utilizando el lenguaje de los Amos, de
“las pelotas” necesarias para pararse en el piso de operaciones y asumir los
grandes riesgos que se requerían si verdaderamente querían hacer dinero. Fue a
comienzos de la década de 1990 cuando los Amos acuñaron realmente la palabra
quant, posiblemente porque ese era el sonido que se producía cuando alguien
aplastaba con el pulgar una chinche hinchada de sangre. No tenían ni la más
ligera sospecha de lo que esos debiluchos perdedores sin pelotas iban a lograr.
En 1942, Joseph
Schumpeter escribió que los valores de renta fija y las acciones eran
“propiedad evaporada”. Todo el mundo consideró esta frase como un ingenioso
aforismo, pero para Schumpeter era un lamento. “El hecho de sustituir las
paredes y las máquinas de una fábrica con un simple paquete de acciones”, dijo,
“le quita la vida a la idea de la propiedad”. Los nuevos propietarios, es
decir, los accionistas, pierden la voluntad del emprendedor, del fundador, de
“pelear, económicamente, físicamente, políticamente, por ‘su’ fábrica y su
control sobre ella y para morir si es necesario sobre sus pasos”. En lugar de
ello, a la primera señal de problemas, los accionistas saltan en paracaídas y
venden en el mercado de valores su participación en la propiedad a quienquiera
que desee adquirirla... y les importa muy poco de quién se trate.
Fue así como los
valores de renta fija y las acciones evaporaron la propiedad. Lo que los quants
tenía en mente era un salto cuántico (por así decirlo) hacia adelante, a la
siguiente etapa: evaporar los valores de renta fija y las acciones... no la
propiedad (esa ya había desaparecido desde hace mucho) sino los valores de
renta fija y las acciones mismas, y ganar algo de dinero real.
No era una idea
nueva, pero muy pocos quants sabían de dónde provenía. En 1962 un joven
catedrático de matemáticas del MIT (de apenas 30 años), Edward O. Thorp,
publicó una forma matemáticamente infalible de ganar en el black-jack contando
los números de las cartas ya jugadas. Lo demostró en vivo, jugando en varios
casinos de Nevada... con el dinero de un apostador profesional. El libro, y
Thorp mismo, enfurecieron a la industria del juego. Ahora, cualquier pueblerino
despistado podía entrar en un casino y vaciar la casa. Los casinos tuvieron que
cambiar las reglas de un antiguo (y lucrativo) juego. Naturalmente, el público
se lo tragó todo, y Beat the Dealer (Venza al dealer) se convirtió en un gran
éxito de ventas. Para la mayoría de los matemáticos, era ingenioso (deseaban
fervientemente que se les hubiera ocurrido a ellos mismos) aunque muy simple
cuando se profundizaba en él. Sin embargo, cinco años después, en 1967, Thorp
captó toda su atención con un segundo libro, Beat the Market (Venza al
mercado). En el libro se describía una forma infalible de ganar mucho dinero en
los mercados bursátiles y de valores de renta fija. Sus colegas matemáticos de
ese tiempo quedaron embelesados... hace 45 años. Sin embargo, este libro
desconcertó a los ciudadanos corrientes. Trataba acerca de la asignación
incorrecta de precios a los valores de renta fija y las acciones en comparación
con sus derivados (futuros, derechos de suscripción de nuevas acciones,
obligaciones, forwards, opciones, swaps, convertibles... y vender los valores
de renta fija y acciones esperando que su precio caiga en el futuro, y comprar
los derivados esperando que su precio aumente, o viceversa. Tampoco importaba
qué acciones o valores de renta fija. Sus nombres, historias, reputaciones,
posibilidades… todo ello era irrelevante. Lo único que importaba eran las
extensiones, los períodos, y no tenían que ser muy grandes. De hecho, una
diferencia de 2 centavos era…
¡Espere! ¡Espere!
... ¡¿Dijo derivados?! ¡¿Y obligaciones o algo?! ¡¿Y vender esperando que el precio
baje?! ¡¿O viceversa?! Todo esto les provocaba jaqueca a los pueblerinos. Al
igual que su teoría del black-jack, Thorp probó su teoría del mercado en vivo y
en directo. En 1974 lanzó un fondo de cobertura denominado Convertible Hedge
Associates y pronto le cambió el nombre a Princeton-Newport Partners. La sede
administrativa se encontraba en Princeton, Nueva Jersey. Thorp mismo y un
equipo de quants realizaba las transacciones y creaba nuevas estrategias en un
apartado laboratorio monetario en Newport Beach, California. En 1983 estableció
algunos StarStreamers en Wall Street cuando el monopolio de la Bell Telephone
Company se dividió en ocho partes, siete nuevos “Baby Bells”, como se les
conocía, además de la empresa matriz “Ma Bell”, cuyo nombre cambió a AT&T.
Estas empresas lanzaron nuevas acciones. Cada nueva acción era una mezcla de
acciones de Baby Bell y acciones de AT&T, o acciones que eran totalmente de
AT&T. Sus precios en IPOffering eran idénticos. Pero la emoción la
provocaban las nuevas Baby Bells y por tanto, el entusiasmo estaba en las
acciones combinadas. Como resultado, se vendían por tres cuartos de 1 por
ciento, 75 centavos por US$100, más que las acciones de AT&T solas. En 1983
nadie más que un quant como Thorp abrió tanto los ojos como un niño ante esta
emocionante visión. En un momento, vendió simultáneamente acciones combinadas
por un valor de US$332.5 que incluían a los emocionantes Baby Bells y adquirió
acciones de AT&T por un valor de US$330 millones, obteniendo una ganancia de
US$2.5 millones. Fue la mayor transacción realizada hasta ese momento en la
historia de Wall Street. Los no enterados no podían creerlo. Había apostado
US$332.5 millones, prácticamente la tercera parte de mil millones de dólares,
vendiendo acciones esperando que su precio bajara, y había apostado otro tercio
de esa cantidad adquiriendo las mismas acciones para obtener una ganancia de
una centésima de 1 por ciento. ¡Imagínese arriesgar un total de cerca de dos
tercios de mil millones de dólares para ganar US$2.5 millones! Demencia
absoluta.
Thorp meneó la
cabeza y rio. ¿Cómo había podido no verlo cualquier persona que se considerara
a sí misma un financiero? ¡No se trataba de ninguna apuesta! ¡Era una certeza
matemática! Vender las acciones de alto perfil esperando que su precio baje y
simultáneamente adquirir un número igual de acciones de bajo perfil era la
cobertura
perfecta. Usted se embolsaba la comparativamente pequeña diferencia.
Comparativamente pequeña, sí... Pero hey, US$2.5 millones aquí y US$2.5 millones
allá, y en poco tiempo, tendría lo suficientes millones para hacer parpadear a
Warren Buffett. Y una transacción completa podría tomar unos 10 segundos. Era
comercio cuantitativo. No tenía nada que ver con el valor de ninguna acción o
valor de renta fija. Era una manera puramente matemática de jugar en los
mercados. Bell se convirtió en una de las compañías mejor conocidas en EE UU.
Pero también pudo haber sido RadioShack en lo que respecta a Thorp. No compraba
y vendía acciones. Jugaba un juego con los números que estaban detrás de ellas,
y evaporaba a todo el instrumento.
Todo el tiempo
fue claro que la verdadera ambición de Thorp no consistía en ganar dinero,
aunque su fondo de cobertura ha acumulado ganancias promedio de 20 por ciento
al año desde entonces, ganancias que él ha cobrado; asimismo ha amasado una
fortuna personal de US$800 millones en los últimos 30 años. Estaba mucho más
interesado en exhibir el genio matemático de Edward O. Thorp en las más
importantes marquesinas disponibles. Otros quants que jugaban en el mercado
solían esconder sus estrategias como algo sagrado. Thorp no... No podía esperar
a mostrar ante el asombrado mundo exactamente cómo había derrotado al dealer y
al mercado. Era un jugador ansioso de sorprender al mundo con demostraciones de
la vida real de las acrobacias matemáticas más elevadas.
Su opuesto en
este nuevo deporte de moda de apostar en los mercados de acciones y valores de
renta fija, evaporándolos, desintegrando su candorosa premisa (comprar barato,
vender caro), fue un tal James Simons. Simons era otro swami de las matemáticas
que había salido del ámbito académico para incursionar en los mercados. Cuando
era estudiante en la Universidad, tuvo una brillante carrera en el MIT,
estudiando matemáticas como asignatura principal durante tres años y tomando
cursos de posgrado porque los cursos de licenciatura lo hacían bostezar...
obtuvo su doctorado en Berkeley... Se convirtió en descifrador de códigos de la
División de Análisis de Inteligencia del gobierno estadounidense, interpretando
claves hasta que pudieran leerse como si fueran cajas de cereal... En 1974,
hizo equipo con otro matemático de Berkeley, Shiing-Shen Chern, para crear el
teorema de Chern-Simons, que de algún modo resultó útil en la teoría de las cuerdas
y en la hipótesis del Big Bang. La frase “de algún modo” es clave. Sólo los
matemáticos consumados podían empezar siquiera a comprenderlo. Simons ganó el
cotizado Premio Oswald Veblen en Geometría de la Sociedad Matemática
Estadounidense en 1976... y lo llevaron a la Universidad Stony Brook en Long
Island como una estrella que atraería a otros matemáticos de alto nivel para
incorporarse al cuerpo docente... Se frustró al tratar de resolver problemas de
geometría aún más elevados para la edificación de los matemáticos consumados...
Y empezó a asociarse con otros quants que experimentaban con fondos de
cobertura... Y en 1988 estableció su propio fondo, el Fondo Medallion... que
dio como resultado el surgimiento de diversos fondos aglutinados bajo el nombre
de Renaissance Technologies.
Simons ocultó tan
bien su operación que tuvo que pasar más de una década antes de que Wall Street
despertara ante lo que Simons tenía allí. Para empezar, se asoció con un equipo
de otros quants, casi todos ellos ajenos a Wall Street, en un pueblo en la
ribera norte de Long Island en las afueras de Suffolk County, llamado East
Setauket. East Setauket era el tipo de pueblo tan pequeño en tamaño y en el que
abundaban tantos pequeños edificios de estilo colonial de Nueva Inglaterra (los
primeros habitantes habían navegado a través del estrecho de Long Island desde
Nueva Inglaterra hacía tres siglos) que hacía decir a las personas, ¡Oh, qué
pintoresco!”. East Setauket tenía dos ventajas: estaba muy cerca de la oficina
de Simons en Stony Brook —y nadie, nadie, en el mundo financiero de Wall
Street, había oído hablar jamás de él. Muy bueno. Simons no quería que nadie de
Wall Street se acercara al sitio.
Con una
excepción, no contrató a ninguna persona que hubiera sido corrompida por la
experiencia en Wall Street o incluso por las ambiciones de Wall Street... como
egresados de la facultad de negocios, licenciados en Administración de
Empresas. Sus jóvenes mentes ya habían sido retorcidas en exceso. Habían sido
expertamente educados para convertirse en lerdos y jactanciosos perdedores
machistas. Simons sólo quería matemáticos y científicos. Más de un tercio de
sus empleados tenía doctorados. Compartimentó sus tareas de manera que nadie
conocía su gran estrategia. Solo un valorado grupo de miembros de su círculo
interno la conocían. Si en algún momento uno de estos Elegidos salía de East
Setauket y mostraba señales de usar sus estrategias en el negocio de otra
persona, él no dudaba en entablar una demanda. En realidad, Renaissance
Technologies tenía una rotación de personal excepcionalmente baja. Simons había
establecido un fondo de cobertura exclusivo para empleados, el cual ponía mucho
dinero en sus bolsillos durante todo el año, todos los años.
En sus primeros
24 años, Renaissance Technologies proporcionó a sus inversionistas (y a sus
empleados) una rentabilidad anual de 38.5 por ciento en promedio... descontando
tarifas y cobros, y sus honorarios eran los más rígidos del ramo: 5 por ciento
de cada cuenta cada año y 36 por ciento de las ganancias del fondo. Los propios
ingresos anuales de Simons rondaban los cientos de millones de dólares. En su
tercer año, 1990, el fondo Medallion produjo una ganancia de 55.9 por ciento,
también en este caso, descontando tarifas y cobros. En 2000, durante la burbuja
de las empresas punto com, el índice de Standard & Poor 500 cayó 10.1 por
ciento, mientras que el fondo Medallion tuvo un crecimiento neto de 98.5 por
ciento.
Las oficinas
centrales de Renaissance Technologies en East Setauket se convirtieron en un
campus común, con gimnasio, salas de billar, comedor, biblioteca, auditorio, y
enormes y silenciosas oficinas para todo el mundo. El auditorio se usaba
principalmente para presentar conferencias de eruditos en las ciencias, para
quienes los mercados de inversión no podrían tener menos importancia. Simons
había convertido su operación en una cuasi-universidad... Una cuasi-universidad
amurallada y de acceso controlado, con guardias de seguridad de aspecto adusto.
Para 2007, él
era, con mucho, el jugador más importante que había en los mercados. Junto a
James Simons, Warren Buffett y George Soros eran simples duendes de la
antigüedad. Sin embargo, los reportajes sobre Simons eran poco frecuentes. Las
entrevistas eran aún más infrecuentes, e incluso en ellas, no respondía a las
preguntas, sino que se burlaba de ellas:
¿Qué puede decir
acerca de la estrategia mercantil de Medallion?
“No mucho”.
¿Qué clase de
instrumentos comercia?
“Todos”.
¿Cuántas
estrategias diferentes usa?
“Muchas”.
Tras su
sorprendente desempeño en el peor momento de la burbuja de las empresas punto
com, Simons y sus quants dejaron de esconderse tras las puertas de East
Setauket. Comenzó una fiebre desenfrenada. Nadie parecía conocer las
estrategias exactas de Simons, pero obviamente eran de carácter cuantitativo y
requerían inmensas habitaciones llenas de computadoras y servidores para hacer
los cálculos. A partir de ese momento, los quants, estos nerds graduados con
honores, y no un grupo de ruidosos intermediarios financieros graduados con
enormes piedras, era las estrellas a quienes había que contratar.
Hasta fines de la
década de 1990, Thorp y Simons tenían la Gran Montaña de Caramelo casi para
ellos solos. Solo unos cuantos fondos de cobertura y bancos de inversión usaban
su sistema puramente matemático para descubrir asignaciones erróneas de precios
y aprovecharse de ellas. En 1983, 10 segundos habían sido más que suficientes
para vender caro y comprar barato, y terminar una transacción. Pero con varios
miles de fondos y bancos realizando análisis cuantitativos para aprovechar este
nuevo truco de jugar en los mercados al detectar retrasos en la fijación de
precios, la velocidad sería aún mayor... especialmente ahora que la SEC había
prescindido de la regla de que las ofertas tenían que hacerse a través de un
teclado. Todo el tiempo, el fondo de cobertura de Thorp había usado tantas
computadoras y servidores que llenaban toda una habitación tan grande como su
oficina misma. Para el año 2000, Simons necesitaba tal potencia informática que
la maquinaria ocupaba el equivalente de un depósito pequeño. Y este fue sólo el
comienzo.
¡Adelante!
¡Adelante! ¡Más rápido! ¡Más rápido! En mil, dos mil, tres mil operaciones
bancarias, fondos de inversión y operaciones, los quants seguían añadiendo
computadoras y servidores y servidores y computadoras fila sobre fila sobre
fila en estantes de piso a techo que se extendían al infinito como las repisas
de la biblioteca más grande del mundo... envueltos en kilómetros de cables de
fibra óptica de color blanco que interconectaban las máquinas... Pero estas
repisas no eran de ninguna manera tan silenciosas como las de una biblioteca.
Había pasillos entre las repisas con el propósito de que alguien,
presumiblemente un empleado del área de TI, pudiera llegar a cualquier máquina
y a cualquier conexión de cable si tenía que hacerlo. Pero cualquier ser humano
que entraba, incluso un miembro de TI o un quant, era rodeado, oprimido,
turbado, asustado por un zumbido monótono y abrumador y una lámpara
fluorescente de rayos X de color azul que hacían que su piel pareciera la de un
muerto. El zumbido parecía generar una presión sobre el cráneo. A veces, el
zumbido aumentaba ligeramente, luego bajaba... y aumentaba... y volvía a bajar.
Hacía pensar que este enorme robot-monstruo respiraba... Si una persona poseía
los conocimientos suficientes para que se le permitiera entrar en una de estas
inmensas salas de servidores, sabía que la mayor parte del zumbido era
producido por las unidades de aire acondicionado tan altas como una pared...
que funcionaban constantemente para evitar que esta concentración de máquinas
se derritiera debido a su propio e impío calor. En algunas instalaciones
gigantescas, permitían que ese calor subiera a través de una tubería de
ventilación hacia una cámara, y de ahí lo distribuían para calentar todo el
edificio. Usted podía saber todo esto, pero el robot-monstruo montaría a su
cabeza tan duro que usted se volvería antropomórfico a pesar de su cerebro
superior... El robot-monstruo respiraba... comienza a moverse... Me ha tomado
de la cabeza... piensa con su mente de CPU (unidad central de procesamiento),
pensando en algoritmos, secuencias de decisiones programadas como “Si A261,
entonces G1432, y por lo tanto B5556 o QQ42”, descubriendo discrepancias,
tomando decisiones de compraventa, e incluso realizando fintas engañosas para
embaucar a robot-cerebros de la competencia para que realicen cálculos erróneos.
El monstruo es humano... No, no es humano... Ningún cerebro humano podría
pensar o actuar tan rápido, con tal exactitud, tan astutamente como un
robot-cerebro.
Las transacciones
de 10 segundos de Thorp durante la división de Bell habrían sido una eternidad
en el robot-mundo. Los bancos de inversión de los fondos (y las transacciones)
empezaron a añadir acres de robot-estantes en la carrera por descubrir primero
las oportunidades de asignación errónea de precios y ejecutar las transacciones
en el mismo instante. Ya no se trataba de las anticuadas fracciones de segundo.
Se reducía a millonésimas de segundo. Esto llegó a conocerse como Transacciones
de Alta Frecuencia.
Para 2006, el
robot-monstruo era inmenso —no sólo en el sentido metafórico de su impacto,
sino también literal y físicamente, en su abrumador tamaño. Knight Capital
construyó un robot-monstruo que ocupaba 5665 metros cuadrados en Jersey City,
Nueva Jersey. Equinix construyó uno que abarcaba 29 946 metros cuadrados en
Secaucus, Nueva Jersey. La Bolsa de Valores de Nueva York, que era ahora una
corporación privada denominada NYSE Euronext, construyó una instalación de
Transacciones de Alta Frecuencia de 39 762 metros cuadrados en Mahwah, Nueva
Jersey: 39 762 metros cuadrados. Esto es 3.9 hectareas de maquinaria
interconectada y su alojamiento, dedicados no a invertir en los mercados sino a
estafarlos. La NYSE era ahora una sociedad privada y también realizaba
operaciones “privadas”, es decir, se convirtió también en un jugador y adquirió
su propio mercado y otros. Si se apilaban unas sobre otras, estas máquinas de
estafar habrían creado una estructura del tamaño de dos edificios tan altos
como el Empire State, uno encima del otro, con 204 pisos en total. Cada riñón
en el centro de Manhattan estaría vibrando con el zumbido zumbido zumbido las
24 horas del día, todos los días. Todo esto se añadía a nuevos sistemas que
abarcaban grandes distancias. La Hibernia Atlantic Corporation intentaba tender
cables de fibra óptica por todo el fondo del Océano Atlántico, lo cual
reduciría en seis milésimas de segundo (0.006 segundos) el tiempo que tardaba
una señal en viajar de Nueva York a Londres. Los tiburones estaban
misteriosamente robot-enloquecidos por los cables de fibra óptica y trataban de
comérselos, lo que significó otro gasto de millones de dólares para cubrir los
cables con protecciones antitiburones.
La Perseus
Corporation construía un robot-sistema que transmitiría robot-datos de Nueva
York a Chicago en línea recta. Los cables del telégrafo y del teléfono siempre
habían sido colocados al lado de las vías férreas. La transmisión en línea
recta sería una milésima de segundo más rápida. ¡Una milésima de un segundo
ahorrado de Nueva York a Chicago! ¡Seis milésimas de segundo ahorradas de Nueva
York a Londres! Piense en ello: una milésima aquí y seis milésimas allá; tal
velocidad era el sueño de un quant hecho realidad. El sueño máximo era
transmitir los datos del mercado más rápido que la velocidad de la luz. ¿Más
rápido que la velocidad de la luz? ¿Cómo?
¡Neutrinos! Los
neutrinos (los académicos insisten en que son reales) se describen como
“partículas subatómicas”, frágiles pero rápidas, rápidas, rápidas como polvo de
hada. En 2011, un equipo de 170 ingenieros y científicos italianos llamado
OPERA declaró con una certeza casi total, si no es que absoluta, que los
neutrinos viajaban 0.002 nanosegundos más rápido que la velocidad de la luz. Si
eso era así, eso reducía a Einstein, el amado equivalente a Darwin de la física
moderna, a un viejo y solemne charlatán como Freud, Mesmer o Nostradamus. Cinco
grupos diferentes de académicos ortodoxos se alzaron en un arrebato de ira para
detectar inconsistencias en la metodología del equipo OPERA, y la discusión
sigue. Sin embargo, ¡neutrinos! Los quants deseaban desesperadamente que todo
esto fuera real... Significaba que sus robot-monstruos podían descubrir y aprovechar
anomalías en los mercados bursátiles y de valores de renta fija incluso antes
de que ocurrieran.
El robot-monstruo
realizó 10 por ciento de todas las operaciones financieras en 2000. De allí en
adelante, la cifra aumentó de manera pronunciada y firme hasta llegar al punto
máximo de 73 por ciento en 2009, cerca de tres de cada cuatro operaciones, ¡y
ninguna persona del mundo exterior, ni siquiera la prensa, había oído hablar de
ello! La primera mención de esto en la prensa no se produjo sino hasta el 23 de
julio de 2009, en el New York Times.
La mayoría de los
hombres que trabajaban a tiempo completo aquí mismo en Wall Street no sabían
mucho más. Eran tan inocentes como los imbéciles, los guppys, los muppets. Se
enteraban tan poco a poco que no lograron ver el panorama completo sino hasta
que fue demasiado tarde en el juego. Su primer indicio se produjo cuando los
pisos de operaciones de los bancos de inversión empezaron a calmarse... cada
vez menos intermediarios financieros gritándose unos a otros, o al teléfono, o
maldiciendo al Destino. Pronto estuvieron sentados en escritorios detrás de
bancos de pantallas de computadora y comunicándose entre sí mediante mensajes
de texto.
Los robots le
costaron el trabajo a algunos viejos intermediarios financieros y vendedores
pero, de nueva cuenta, en forma gradual e intermitente, alguien tenía que
seguir atendiendo a los muppets y a la mugre que seguía acudiendo a Wall Street
para invertir (para los quants, la palabra parecía tan arcaica), para
“invertir” su dinero. Lo que los Amos no lograron ver fue que sus muppets,
mugre, guppys e imbéciles proporcionaban sólo la liquidez, es decir, el
efectivo... que es útil principalmente para abastecer a los robot-estafadores
de los quants con números para jugar, con discrepancias con las que la
maquinaria de lucha robot podía apostar y aprovechar. Los Amos no empezaron a
intuir que algo estaba ocurriendo sino hasta que los directores de varias mesas
comenzaron a asignarles tareas extrañas como invitar a comer a los clientes
grandes o a los clientes potenciales. ¿Invitar a comer? ¿Dejar el piso de
operaciones en medio del día bursátil? ¿Ya no era válido aquello de, ‘Usted...
Sí, usted... Si realmente tiene que comer, cobarde, pídalo a la tienda de
comestibles preparados?’ ... ¿Qué era esto? Pero incluso entonces, nunca fue
tan evidente como para hacerlos darse cuenta del nuevo nombre del juego.
Actualmente, el
mismo tipo de estudiantes de primer nivel de la Ivy League (Liga de
Universidades Prestigiosas de EE UU) que tanto deseaban trabajar en Wall Street
hace apenas seis años... ahora se dirigen a Silicon Valley, porque es ahí donde
está la acción. Y lo que ocurre allí es parte de unos EE UU más viejos y más
típicos. Un Mark Zuckerberg y su Facebook y la industria de su Facebook, TI
para la tecnología de la información... Y, capucha o no capucha, son
perfectamente tradicionales en los lustrosos anales económicos de Estados
Unidos.
Dos cosas
mostraron muy concretamente cuán bajo habían caído los intermediarios financieros
y los vendedores. Por un buen candidato a quant, los empleadores pagarían hasta
cinco veces más que por un Amo del Universo. O como se lee en un reciente
encabezado del New York Post: “Pulidos chicos de ‘Wall Street’ desbancados por
geeks de US$1M”. Y el solitario algoritmo de un quant para una sola acción
podía derrumbar a todo el mercado, como en el “flash crash” de 2010 y la caída
en picada de 1000 puntos de 2012. Esta caída costó US$440 millones al Knight
Capital Group. Nunca se recuperaron.
Los Amos del
Universo nunca pudieron explicar a sus hijos a qué se dedicaban. La explicación
estándar: “Bueno, creamos mercados”, parecía tan emocionante como ver crecer el
césped artificial.
La forma más
simple de ver cuánto han caído nuestros Amos dentro de nuestro Universo
consiste en imaginar cómo se desarrollarían hoy las aventuras de Sherman McCoy.
Hace 25 años, la gran verdad que comprendió en ese momento lo llenó de júbilo:
“¡Soy un Amo del Universo!”
Si John Coates
hubiera estado disponible para escupir en las ampolletas de poliestireno,
Sherman habría superado a la tabla endocrina. Estaba sobrecargado de
testosterona. John Coates podía haber pronosticado fácilmente lo que ocurriría
después. McCoy se pone caliente, caliente, más caliente en el piso de
operaciones. Está tan cargado de testosterona que está convencido de merecer
aquello de lo que ahora se sirve: una chica candente, candentísima llamada
María, 15 años más joven que su esposa, de 40. ¡Zas! Emprende una de sus
acostumbradas juergas de emocionantes asignaciones y de relaciones peligrosas
con María y sus frondosas caderas, sus lindas, jóvenes y frondosas, frondosas
caderas, rezumando libidinosamente en cada cita.
Una noche, en el
Mercedes deportivo de McCoy, dan un giro equivocado y serpentean por el Bronx
hasta que son obligados a detenerse por una tosca barricada de botes de basura
que bloquea una rampa. De la nada, surgen dos jóvenes negros que se dirigen
hacia ellos. Asustados, McCoy y su chica hacen chirriar los neumáticos del
Mercedes para salir de la trampa, golpeando de refilón a uno de los chicos,
lanzándolo de cabeza contra el pavimento, sin la menor intención de detenerse.
La policía localiza McCoy por su matrícula. El joven negro está hospitalizado
en estado crítico. McCoy es arrestado bajo el cargo de agresión con daños
físicos graves provocados con un arma peligrosa (su auto) y por abandonar el
lugar de un accidente. Un grión de raza negra, el Reverendo Bacon, y un viejo
“abogado de derechos civiles” marxista de raza blanca al estilo de la década de
1960, reclutan a un reportero de tabloides alcohólico y convierten el accidente
en un atentado racista. Hordas de manifestantes protestan frente al edificio de
apartamentos de McCoy en la parte más elegante de Park Avenue.
¿Cómo le iría a
McCoy si John Coates lo examinara hoy? Existe una vieja locución, “No podría
ser arrestado”.
Para empezar,
actualmente no tendría un nivel alto de testosterona. Tendría niveles altos de
cortisol, indicadores de estrés. En el caso de McCoy, no sería el tipo de
interés de luchar o huir, que aumenta al máximo los niveles de cortisol. Pero
sería un tipo de estrés suficientemente malo: estrés de estatus. ¡Dios mío!...
Piense en los viejos tiempos, cuando estos pisos de operaciones rugían con el
sonido de jóvenes machos como él aullando por dinero en el mercado de valores
de renta fija... jóvenes de pie, bramando en teléfonos desenvainados en una
mano mientras la otra forma un puño y hace agujeros en el aire... piense en la
forma en que solíamos gritar y maldecimos unos a otros; no era muy agradable, y
ciertamente, no era elegante, pero realmente hacía fluir la adrenalina y
mantenía la testosterona a tope. ¡Lo necesitábamos! Todo dependía de nosotros y
de nuestras agallas y de nuestra disposición de ponerlo al borde de la
Tragantona Halusiana y asumir enormes riesgos ¡ahora! ¡Al momento! ¡Nosotros,
nosotros y nadie más! Y no entregar nuestra masculinidad a los robo-monstruos
que se baten en duelo con impulsos eléctricos tan rápidamente que no tenemos ni
idea de lo que hacen, y mucho menos de cómo lo hacen.
Mírenos ahora,
casi quebrados en nuestras sillas, mudos, tratando de mirar seis pantallas a la
vez, seis pantallas que forman un abanico de tres sobre tres, oscureciendo
cualquier conexión que pudiéramos tener con el mundo real. ¡No hay ni un sonido
aquí! Es como una oficina de seguros. No luchamos por nada ni contra nadie.
¡No podemos ser
arrestados! No tenemos las secreciones endócrinas que se requieren para
perseguir lindas jóvenes y lograr esas peligrosas reuniones. No tenemos la
testosterona, pero tenemos más que suficientes litros de cortisol para
garantizar que nos preocupemos, nos preocupemos, nos preocupemos todo el
tiempo. Pero suponga que hoy hubiéramos hecho algo en el Bronx que en 1987
hubiera logrado que un viejo abogado de derechos civiles de raza blanca y un
gritón de raza negra fueran tras nosotros con falsas y escandalosas muestras de
cólera. Hoy ni se tomarían la molestia. Hoy, un Sherman McCoy no podría darse
el lujo de vivir en Park Avenue y sería difícil mostrarlo como un capitalista
despiadado —y ni siquiera valdría la pena demandarlo (a nombre de la familia de
la víctima y tomar los dos tercios de la enorme indemnización del jurado, como
planeaban hacerlo en 1987). Además, hoy los gritones han salido del negocio.
Durante la campaña electoral de 2008, el presidente Obama nunca dijo,
“¡Levántense! ¡Rompan sus cadenas y tomen lo que por derecho les pertenece!”
No, manteniendo la cabeza erguida, dijo: “Todos nosotros debemos revisar
cuidadosamente nuestras propias vidas y ver cómo podemos mejorarlas”. Esto
enfureció tanto al reverendo Jesse Jackson que durante una pausa comercial de
un programa de Fox TV dijo, sin saber que había un micrófono encendido,
“Quisiera cortarle las bolas a Obama”. Pero pronto negó la declaración, dándose
cuenta de que su desafío al primer presidente negro carecía absolutamente de posibilidades.
Desde entonces, no ha dicho más que cosas amigables y educadas. El Reverendo Al
Sharpton lo comprendió de inmediato y, de hecho, se unió al gobierno de Obama
como Ministro sin portafolios.
En cuanto a la
crisis de 2008... En términos de orgullo absoluto, fue un regalo del cielo para
los pobres Amos del Universo. En números redondos, 460 000 miembros de la
industria financiera, empleados de alto y bajo nivel, perdieron su empleo en la
espantosa caída que comenzó en 2008. En medio de tantos escombros, no pareció
tan malo, desde el punto de vista del orgullo, cuando los intermediarios
financieros, vendedores, directores de escritorios, e incluso algunos quants
aquí y allá, perdieron el suyo. La basura cubrió la farsa, la comedia, la
estafa, la simulación de la que los Amos del Universo habían formado parte.
Sherman McCoy se
mordió la lengua, pero se dijo a sí mismo, “¡Ah, vosotros, los Eunucos del
Universo!”
Nota y selección y adaptación de texto para la
película by Jorge Antonio Díaz
Nota: Tom Wolfe es
autor de más de una docena de libros, entre ellos, varios clásicos como The
Electric Kool-Aid Acid Test (Ponche de ácido lisérgico), The Right Stuff (Lo
que hay que tener), The Bonfire of the Vanities (La hoguera de las vanidades),
y, más recientemente, Back to Blood (Regreso a la sangre). Vive en Nueva York.
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