Un seguimiento puntual de las declaraciones del rector de la UNAM José Narro Robles concernientes a la fallida toma del edificio de la rectoría por parte de estudiantes del Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH), pone de manifiesto la necesidad de introducir cambios en la máxima casa de estudios tendientes a democratizar realmente su funcionalidad y la forma de cómo es administrada. La intolerancia mostrada en las últimas semanas por el titular de la rectoría hacia cualquier signo de disentimiento, no puede ni debe admitirse. La renovación debe orientarse a introducir contrapesos efectivos y no simulados, para cuestionar y actualizar en todo momento el rumbo y sentido de la universidad pública. Un buen principio es dotar al Consejo Universitario de autonomía respecto de la rectoría, además de introducir en la aplicación de normas, procesos y procedimientos, criterios de transparencia y rendición de cuentas que anulen cualquier intento de centralizar las decisiones. No es deseable que la figura del rector sólo sea utilizada para alinearse con el oficialismo y adapte el rumbo de la universidad a criterios burocráticos fijados por el Estado mexicano. La vida de la Universidad debe moverse hacia caminos alternativos defendiendo su autonomía intelectual y el derecho a la crítica, volviendo a los principios de promover el desarrollo social a través del conocimiento, la docencia, la investigación y la aplicación de las ciencias.
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