THE DARK KNIGTH RISES
Las mentiras dentro de las mentiras dentro de las mentiras...
Jorge Antonio Díaz
Miranda
28 de julio de 2012
A caballo del
apocalipsis que golpea la deteriorada Hélade de la modernidad, el mito del
héroe se disuelve lenta pero inexorablemente. La historia del murciélago llega
a su fin teniendo como trasfondo la demente risa de Jocker, que aún en las
tinieblas, sigue acumulando trofeos en honor de las múltiples debilidades
sentimentales del murciélago que van sembrando cadáveres bienintencionadamente en
las mismísimas cloacas de Gotham City. En esta nueva entrega, Christopher Nolan
se ha encargado de tecnificar la debacle de Batman en una espiral interminable
de pequeñas muertes que se van sumando a la creciente ola de fango, violencia y
locura. El nuevo villano que emerge, cual terrible pesadilla de destrucción y
fuego, toca incesante las puertas maltrechas de la mansión Wayne para llevarse
en su ordalía de venganza a ambos; al hombre y al súper héroe, caídos en
desgracia. Pero no hay debilidad más terrible que vivir con el remordimiento de
la duda, la cual, martillea hasta la agonía, una y otra vez ensimismada en el
vacío y descolocada de todo a todo del sentido de la vida, pues esta se ha
convertido en una larga pesadilla de angustia y depresión. El telón teatral cae
estrepitosamente en el devenir de la sinrazón que derriba una tras otra todas
las mentiras escénicas tras la parafernalia denominada Batman. Una mentira
dentro de mil mentiras más en una arquitectura siniestra de locura y terror, donde la revelación es dolor en una cadena
interminable de crímenes sin expiación. La acción sucede en vértigos cada vez
más arriesgados, el enfrentamiento de Batman con su soberbia e imponente
némesis anuncia el mausoleo y la cripta, la desolación en vida que sólo puede
dirimirse en el manicomio Arkham, donde están recluidos todos aquelloss
fantasmas que escaparon del espejo para perseguir con gasolina y dinamita la
saga del murciélago. La velocidad es fulgurante en medio de las horas más
oscuras de la noche en que los padres drogadictos golpean a sus hijos para
desterrar de ellos la tentación del infierno, continuando por otros medios, la
heredad de las culpas y el asesinato de la inocencia. Batman no puede solo
morir, pues debe tanto a la maldad desde que se auto propuso como el nuevo
mesías a torturar y sacrificar en la cruz. Más el reino del dolor sí es de este
mundo y el murciélago tendrá que pagar con esa divisa la esquizofrenia de ser
un hombre rico y pretender parar el fuego en que este mundo ha de arder. El
desdén humano hacia la naturaleza y la negación que supone de ella la ciudad,
ha de revertir al hombre una sistemática deshumanización, que en la danza del
carnaval parece un delirio de máscaras y armas. Nada más irreal y decadente,
compulsiones fugitivas que huyen de la tormenta, mientras el sol es anulado por
concentraciones masivas de nubes químicas. La venganza de los proscritos
devuelve golpe por golpe la caída furiosa de los primeros ángeles caídos y dan
un giro al plan político-institucional de criminalizar la maldad ajena pero no la propia o la de los amigos ricos, introduciendo el
virus mortal de la codicia en los hilos más oscuros del corazón humano, que
cual vuelta de tuerca a la Joseph Conrad, se interna en las modernas selvas de
hierro para perder el juicio en un perverso ciclo de complicidades y corrupción. ¿Sátira de
la densidad urbana o vuelta sofisticada a la barbarie, empleando el argumento
ontológico de mentirnos para comenzar de nuevo y hacerlo mejor? Puro egocentrismo reactivo es, si cabe, esta teología desechable del sujeto racional
y asertivo, en medio de la monumental crisis de despersonalización y al mismo
tiempo ser muchos sin saber exactamente quién: “vengo aquí, al lugar
donde mis padres murieron para silenciar las voces que claman en mi interior disputándose
mi alma, queriendo salir, queriendo invadir mi juicio, deseando que Batman cruce
la línea y se una al festín de sangre
donde se confabula la tumba de las víctimas”. Bane es la respuesta de Nolan a
la exégesis de los malos augurios, la nueva peste social que acecha furtiva en
el morbo de cada quien, “porque la esperanza se perdió. La fe está rota y hasta
la mierda (la droga) nos quitan en estos días. Se encenderá un fuego (Hope is
lost. Faith is broken. A fire will rise)”. Ya no hay pues refugio ni siquiera
en el zeitgeist de nuestro tiempo. El
ocaso del murciélago tiene verificativos precisos en una tierra de nadie, y comienza y termina con un acto de magia negra,
Bane piensa que la mejor forma de atraer a la víctima alada es haciéndole saber
que él intentará algo que podría significar la muerte, como en los mejores
tiempos de Houdini. Esta vez, Nolan emplea una narrativa épica de encuadre
multi causal, al estilo de un Fritz Lang. Nolan quiere hacernos creer que aún en el show business hay lugar para la
introspección y la recreación intuitiva, aunque todo esté planteado en el plano
de las secuencias, close up y el
panorama que revela su incesante dirección de cámara. Encontramos a Bruce Wayne
siendo una piltrafa demasiado humana, ejerciendo las lamentaciones en los límites de un psico-patológico hakikomori, por todas aquellas decisiones del pasado que empiezan
a pesarle, en el punto de quiebre cuando se da cuenta que hay heridas físicas y
espirituales que no cicatrizaran. El punto en que tener propósitos y ejecutar
acción se vuelve adicción. Hay una frontera muy tenue entre ser Batman y ser el
psicópata que tiene en frente, pues ambos tienen el potencial de infringir el
dolor, no importando las distintas causas. Depredadores eficaces de una raza
beligerante que empuja al límite de la desesperación las frustraciones de sus
respectivos enemigos. Bane, a diferencia de Jocker, es un villano meticuloso
que difícilmente deja al azar el devenir de sus decisiones, no hay actos
innecesarios ni planes dejados al azar, todo en él es de una precisa
funcionalidad militar prusiana en la línea implacable de un solo objetivo y un
conjunto de acciones que van de a a z, en sincronía espacio-temporal. Es por
eso que el nuevo villano es capaz de demoler a Batman con fuerza, inteligencia
y anticipación. Frente a esta fortaleza de vicio, Batman no tiene ninguna
oportunidad pues se halla postrado, vacilante, agotado y derrotado, y ello
mucho antes de entrar a combate. Ecce
homo aeternum. Así las cosas, el argumento ilustra la caída del héroe
venido a menos, devaluado por sus propias dudas, escarnecido y exhibido en su
insalvable fragilidad, quebrantado física y espiritualmente, derrotado por sí
mismo y recluido en la sombra royendo las hilachas de un pasado que no puede
ser distinto al dolor y la desolación. La música también es algo digno de
mencionarse, las composiciones ominosas, densas, oscuras, laberínticas de Hans
Zimmer desdoblan la narrativa visual del fin de una era y aportan angustia al
universo espeleológico de maldad y zozobra.
Así, en medio de la
duda, estalla el carnaval macabro, desfile interminable de ausencias, de ojos
inundados por lágrimas, la ruina de un sol oscuro, el fuego que asciende y los
vertederos de porquería fluyendo a un mar envenenado… no hay nadie que salve a
nadie, no hay nadie que responda los llamados de auxilio, no hay nadie en casa,
Batman ha partido en el narrenschiff
del ritualizado exilio, para arder en altamar como los antiguos reyes paganos,
en compañía de su séquito de freaks y
clowns dementes.
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