La desaparición de Osama Bin Laden es la reiteración de la apuesta estadounidense por la mediocre política energética para Oriente Medio, a través de uno de los recursos más primitivos y reaccionarios: el asesinato. El hecho mismo desnuda la limitada visión estratégica de Barak Obama y es un guiño innegable que legitima directamente las acciones ilegales de su antecesor George W. Bush. En adelante podemos olvidar las promesas de terminar con la verguenza de Abu Grhaib, Kandahar y Guantánamo, pues se han convertido por voluntad directa del flamante premio nobel de la Paz, en símbolos de la eficacia de los servicios de inteligencia de los Navy Seals. La otra pinza metálica de la opresión sin honor, del depredador estadounidense lo conforma el equipo de combate áereo robotizado denominado drones. La cacería de más de díez años significa en términos de política adversiva el lapso de las negociaciones con los socios sauditas que canjearon el permiso para defenestrar a su pariente por jugosos contratos petroleros e inmobiliarios, que indiscutiblemente perpetuaran a la CASA SAUD en el poder. En realidad las condiciones para multiplicar los grupos radicales, no desaparecen con el aniquilamiento de Osama Bin Laden, ni el fundamentalismo se agotará, ya que la presencia del poder estadounidense conserva su capacidad de envilecimiento, corrupción y perversión.
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