La película se desarrolla en medio de la vida cotidiana de seres normales, comunes y corrientes. Citadinos maduros desdoblando el péndulo de sus vidas entre el trabajo y el matrimonio, la vida líquida en medio de la urbe compulsiva, congestionada. El tema de la historia es la infidelidad, tratado de forma sobria, sin afectaciones ni exageraciones, directamente como lo que es, es decir, la voluntad de poder de dos adultos que deciden sostener una relación amorosa fuera de sus respectivos matrimonios. Directamente, como lo que es, es decir, un inter curso sexual con alguien distinto a la pareja matrimonial, ventilando presiones sociales, estrés, aburrimiento, falta de sentido, o todo junto. Para mi gusto ese es el acierto del trabajo de dirección de Silvio Soldini, quien rehúsa anteponer la prótesis del enjuiciamiento para etiquetar la conducta de los protagonistas en un patíbulo de lugares comunes. El inicio de la relación extramuros no presenta auto justificaciones ni atribuciones culposas, emerge indeterminada y ahí permanece con todo su cóctel sexual de feromonas y endorfinas. Si bien la casuística puede ser de tipo fenomenológica, renuncia a ser en todo caso una sentencia determinista de quién inicio o quién provocó el desliz. Luego, la disolución del empeño tampoco busca la frustración neurótica o el principio de realidad como base explicativa de exclusión, ni la histeria o la doble moral: se trata sólo de una suma sustractiva de obligaciones paternales puestas en la balanza del precio a pagar y el costo subsecuente. La predecible separación de los amantes tampoco se objeta como una solución ejemplar, o como el despliegue de fobias, prejuicios o pudores, al estilo de Jane Austen. No hay una solución moral a la medida de lo indeterminado, que es también fugitivo en su acontecer presente, siempre presente, sin un futuro visible más allá de las dos horas semanales de escapada. Una película ejemplar que no pretende enseñar nada, que renuncia a toda astucia moralizante, a toda trampa de militancia ética o moralina. Vale la pena verla con los ojos de la propia experiencia, pero sin generalizar, ponderar o definir.
Jorge Antonio Dìaz Miranda
01 de junio de 2011
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