En diciembre de 2010 asistí al concierto de Gerardo Enciso en el Lunario del Auditorio Nacional, y amén de comentar en otro momento lo que ahí sucedió, ví entre el público a Rafael Catana y me acordé inmediatamente de Rodrigo González, conocido como el profeta del Nopal, Rockdrigo o Rockdrogo. Personaje mítixo si los hay en el pequeño olimpo del Rock nacional, líder caismático del llamado movimiento rupestre, músico, compositor, poeta, grueso y loco desmadroso, poseedor de una fuerza expresiva y de un lenguaje rico en metáforas humorísticas ingeniosas. Aún está pendiente de realizar un estudio serio de las contribuciones linguísticas y musicales en el ardiente crisol de la cultura urbana en México, pero es más que evidente que su visión era una síntesis amplia y enriquecida de sicodelia nacional, blues-huapango, intelectual-chico banda, realismo-mágico, folk-chilango-urbanisado, juglar-cronista-chismoso, sociologo-antropologo-freudiano-itinerante, viajero alucinado de la barriada defeña, etc. Más de veintiséis años sin Rodrigo González han sido más que suficientes para reiterar el sentido y la vigencia de una obra mínima que sigue siendo actual por su crítica corrosiva a los pontífices de la imagen y la clase política que sigue desangrando a este país. Rockdrigo tuvo una muerte indigna, como muchos otros ciudadanos de la ciudad de México, fue sepultado brutalmente por el sismo de 1987 y la terrible corrupción que permitió la construcción de grandes edificios con cemento y varillas de segunda...
En otro momento citaremos su música en todas sus letras.
Jorge Antonio Díaz Miranda
Viernes 25 de febrero de 2011
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