Después de ver esta película me queda una impresión ambigua. Una sensación de ver muchas cosas que ya antes se han dicho, con un montón de lugares comúnes y personajes que se repiten ad nauseam como freaks autocomplacientes. Repetir un elenco de grandes actores y la fórmula medianamente exitosa del film La Ley de Herodes, no dice mucho a favor de la originalidad. Acercar la nota roja a la pantalla grande con el lente deformante de los detalles morbosos a todo color, nos habla de recursos baratos, efectistas y grotescos. Multicitar e invocar la denuncia de la corrupción sin inscribirla adecuadamente en el contexto actual, nos habla de una falta de comprensión global, desde la cual, la realidad se comprime en una burda ecuación: pobreza = propensión al crimen. Los balazos abundan en esta película de Luis Estrada, el miserabilismo, la pobreza, la porfía y el sexo mundano, pero también la falta de recursos creativos y la inteligencia para tratar de forma más fina el complejo problema del narcotráfico y del Estado fallido que nos gobierna, sin dejar a un lado la intervención estadounidense que con su doble moral empuja a naciones como México a contener la violencia y el consumo dentro de su territorio. Los narquitos que se muestran estan de risa loca: provincianos brutos que matan con sadismo a pobres sicarios que nunca salen de su tierra; dejando de lado el pequeño detalle que el negocio de las drogas ilegales es, en nuestros dias, un negocio de empresas multinacionales. Sin duda se despliegan buenas actuaciones en medio de una historia repetitiva y demasiado mal contada que, cuando cae argumentalemente, recurre a la matanza y a los detalles grotescos. Si Luis Estrada quería poner al día la visión del bicentenario en la perpectiva de los problemas actuales de nuestra sociedad, sus recursos cinematográficos muestran una visión de esos problemas, ingenua, provinciana y desactualizada. Esa es la impresión que me deja esta película: efectista, hueca y con un montón de lugares comúnes citados gratuitamente sin que vengan al caso.
JORGE ANTONIO DÍAZ MIRANDA
SEPTIEMBRE DE 2010
¿Alguna vez escuchó la palabra sátira?
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