viernes, abril 09, 2010

CONVOY NOCTURNO


Absoluta reserva. Discreción total. Nada de comunicaciones previas. Sin autorización para preguntar. Un lugar y una hora indefinida. De noche bajo un cielo agitado por fulgurantes relámpagos. Ordenes breves. Súbanse al camión. Bajen del camión. Un camino de terracería hacia la montaña. Un largo insomnio en estado de alerta esperando el siguiente movimiento. Nada de luz, nada de fuego, que revelen nuestra posición. Todos agazapados en la oscuridad confinados a la verde dimensión que nos muestran los lentes de visión nocturna. Allá lejos varias aeronaves artilladas se mueven de un punto a otro señalando con luz infrarroja distintos lugares. En tierra, todo el mundo sigue atento los movimientos de la vanguardia. De vez en cuando el haz de luz de los relámpagos revela la vastedad del terreno que vamos pisando con cuidado, un paisaje que se eleva y baja abruptamente hacia una garganta de montañas. La orden silenciosa es avanzar en línea recta por una ladera escarpada, rodear un promontorio de rocas y luego alojarse en un llano que es seccionado por otra carretera de tierra apisonada. Repentinamente brota de la oscuridad una luz iridiscente, pero ésta vez no proviene de los relámpagos, es un estallido que cambia violentamente la presión del aire y el olor del viento. Por momentos no puedo respirar el humo del queroseno. Ahora todo mundo corre tras los camiones para esperar que termine la penetración de los vehículos blindados artillados. En el horizonte se perfila una extensa línea de estallidos intermitentes que parecen fuegos artificiales que dejan tras de sí nubes en forma de flores ardientes. Una larga carrera de 200 metros a toda velocidad. Nuestro guía nos pide mantener nuestra posición detrás de todas las formaciones de combate. Hay en esa sugerencia una intención de advertencia por el peligro de tropezarnos con minas antipersonales de fabricación casera... Hemos llegado a una cerca de tecorrales de piedra, alambradas y trancas de acceso y arboledas. Penetramos estas demarcaciones y entramos a cobertizos y covachas desvencijadas. Dentro de éstas construcciones improvisadas con palma y chinamitl, se encuentran restos de comida, bolsas plásticas, bidones, vidrios rotos, latas y miles de cartuchos vacíos, presumiblemente percutidos. En las paredes un mensaje borroneado en una cartulina destartalada, MORIRÁN LOS TRAIDORES... Más silencio. Otra luz en el horizonte, la luna que trepa y se filtra por el resquicio de árboles y laderas, revela una belleza extraordinaria en medio de éste carnaval de la muerte. Llega la última orden, retirada inmediata. Algo salió mal en el ataque nocturno. Tal vez una filtración de información con todo lo que eso implica en costos humanos y materiales. Todas las formaciones retroceden hacia los linderos del bosque. El guía nos dice que un helicóptero vendrá por nosotros en cualquier momento, así que debemos estar listos para salir de inmediato. Otra vez mutismo, secreto, hermetismo. Más aeronaves sobrevolando la montaña, pero ahora en círculos que en cada vuelta su trayectoria se hace más grande. Formaciones tándem con los rotores de suspensión silenciosa. Nuevos disparos desde el cielo generados por los sistemas de armas guiadas por láser. Tenemos que salir inmediatamente de la zona de conflicto.


El guía nos solicita en tono imperativo, escribir sin ubicar ni describir detalles de las unidades de combate, no precisar fechas ni tomar fotografías, se autoriza solo una crónica de una larga noche en medio de la nada, dentro de una frontera de guerra oculta por bosques densos y montañas escarpadas.


Jorge Antonio Díaz Miranda

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