Todo un bodrio por donde quiera que se le vea, con un argumento de pena ajena supuestamente crítico del futbolitito nacional, malas actuaciones, pésimas caracterizaciones, una fotografía de aficionado y para colmo la destemplada voz de canto (¿?) de Gael García Bernal (¡que hasta se atrevió a grabar un disco¡). Esta es la historia –es un mero decir- de dos carnales que son estrellas en las canchas llaneras de un exótico y bananero paraíso tropical, descubiertos más tarde por un sudaca –de sobadísimo estereotipo grandilocuente-, que se los lleva a supuestos equipos de primera división, que tienen en común contar con barras de aficionados cavernícolas. Cruza transversal la narración en off del sudaca, que formula metaforones futbolísticos para describir los avatares de las vidas de los dos pobres diablos, protagonistas. Santas paradojas autocomplacientes, dos chilangos actuando como ellos mismos: groserotes, egocéntricos, acríticos y soberanamente pendejos. Es decir. Más de lo mismo de lo que ya nos tienen acostumbrados García Bernal y su partener Diego Luna. Estos malos aprendices de Pedro Weber Chatanooga, Alfonso Zayas o Cesar Bono, siguen acumulando dislates cinematográficos, demostrando que algunos actores no serían tales sin la mano de exigentes directores. A cada minuto el film acumula lugares comunes, bluff e histeria gratuita, que nomás no convencen. ¿Rudo y cursi? ¡mis huevos¡, mejor Crudo y Cutre.
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