miércoles, octubre 01, 2008

SOBRE LA MUERTE

BY
JORGE DÍAZ MIRANDA
2008
A Nestor, en memoria de mi amigo caído.
Flores negras sobre mi tumba blanca, eso quedará después de mi breve paso por el mundo.
Despojado de todo caminaré por un sendero de esqueletos a la luz de un sol negro... extraviado, vacío, roto.
La muerte dentro de una acepción amplia es una molesta probabilidad que, según todos los indicios, golpea repentinamente la vida de la gente. Su presencia real o no, es indiscutible, una sombra gélida que amenaza nuestro trémulo horizonte, dice Xavier Villaurrutia[1]. Una cierta sensación de fragilidad, un fantasma que entra y sale de nuestro campo perceptivo, furtivo, agazapado en los sueños, "un hálito nocturno de ausencia" según el escritor michoacano José Rubén Romero [2] en su libro Anticipación a la Muerte (1943; p.56). Con todo, la muerte no sólo abarca la desaparición física de la persona, es también la supresión definitiva de vínculos y relaciones afectivas que familiares, amigos, padres, hijos y pareja sentimental mantenían con el desaparecido. Igor Caruso [3] dirá que la muerte es una catástrofe que afecta más a vivos que a muertos, porque en su acontecer se va parte de nosotros, esos sentimientos que no volverán a emerger jamás sino como la sensación de un vacío, de un inescapable rictus de fatalidad. Pero la desaparición fisica de personas queridas no es la única forma de experiencia cercana de la muerte, los cambios de la vida durante el desarrollo, por ejemplo los cambios de la pubertad cuando el sujeto pierde su cuerpo de niño y adquiere su cuerpo “maduro”, el desafio mental que representa el envejecimiento, o bien, la separación sentimental producto de una ruptura de vínculos de amistad o amor; son sólo algunos ejemplos de la presencia de la muerte: el lado oscuro de la vida que torna lo familiar en siniestro[4]. La orfandad en que nos deja éste fenómeno tajante y doloroso provoca en todos los sujetos, incluyendo al autor de estas líneas, reacciones conductuales diversas, algunas manifiestas como estrategias de defensa como la negación, la evasión, la burla, la ironía, hasta expresiones conductuales tan graves como el duelo, la depresión o la melancolía. Expresiones todas que pueden ser reflejadas tanto en lo individual como lo colectivo. Desde un punto de vista cultural, la muerte es fundación de una conciencia de la temporalidad en nuestro paso por este mundo. Los ritos y ceremonias a los muertos pueden ser entendidos como la preservación de la memoria de los caídos y la veneración por la vida, aunque esta sea sólo un breve sueño y la muerte su triste despertar[5]. Vladimir Yankélévitch (1977) nos dice que la filosofía y la literatura sobre la muerte constituyen una meditación sobre la vida. La muerte es desmesurada e inconmensurable en relación con los demás fenómenos naturales, indefinible, fuera del alcance de toda aprehensión y explicación racional, meta empírico. Como taumaturgia[6] letal no es positiva ni favorable, sino desaparición y negación, la irrupción brusca de una pérdida: “la muerte es un vacío que se abre bruscamente en plena continuidad del ser…vuelto de repente invisible como por efecto de una prodigiosa ocultación…” (Yankélévitch 1977:19). Drama personalísimo que escapa a toda generalización cosmológica u ontológica, la muerte esta más allá de cualquier orden conceptual. Cuando la filosofía trata de suscribirlo a un modelo gnoseológico banaliza su significación pues hace de la tragedia absoluta un fenómeno relativo, del aniquilamiento total una desaparición parcial; pretendiendo quizá encubrir el vacío, amplificando el recurso de la consolación de la filosofía, tal como lo pretendía Boecio, naturalizando lo sobrenatural, racionalizando lo irracional, introduciendo lógica a lo que en esencia no es ni será lógico. Pese a todo lo anterior en realidad aún estamos lejos de poder abarcar la totalidad conceptual del fenomeno de la muerte, aunque desde el arte los creadores han intuido de una forma sorprendente algunos aspectos trascendentales de su significación. Por ejemplo, en El caballero, la muerte y el demonio, Albrecht Dürer (Durero) (1471-1528) nos revela la epifanía que niega la afirmación del ser, desde su doble negación sobrenatural. El rostro impasible del caballero, su gesto estoico, su mirada decidida no son más que recursos del histrión ante el poder de lo absoluto, si se quiere una toma de posición desde la ingenuidad y la estulticia. La armadura simboliza la religión, el caballo su intelecto, sus ojos claros y entornados muestra la claridad de quien aun ostenta una pálida esperanza... Es plausible que, con esta triple puesta en escena, Dürer quiera ilustrar la idea de que paralelo al curso de la vida corre el difuso río caudaloso y profundo de la muerte y en algún momento imprevisto se crucen; también es posible que con ese gesto gallardo del caballero Dürer nos brinde una lección de vida: la muerte llega en cualquier momento, no importa si la felicidad o la amargura te acompañan, no importa si eres un niño o un viejo, no importa si estás haciendo el bien o el mal, ni importa si eres piadoso o impío, la muerte golpea a todos repentinamente y sin aviso.
Con todo aún quedará el recurso de preservar la memoria a través del recuerdo de los que han caído en la lucha de esta vida, lo que a la postre asegura el dialogo perenne entre las nuevas generaciones y un mundo fantasmagórico que no volverá jamás. Magro consuelo aunque el comentario de lo inefable, su crónica o testimonio directo, seguirá siendo un ejercicio sano de reflexión sobre las posibilidades que tenemos mientras sigamos vivos, para decidir qué hacer y cómo trascender el tiempo que nos ha otorgado el destino.
Notas [1] Xavier Villaurrutia, Nostalgia de la muerte, Lecturas Mexicanas, México 1932. [2] José Ruben Romero (1890-1952), Diplomático mexicano y escritor, conocido dobre todo por su novela picaresca La Vida inútil de Pito Pérez (1938). Su ríquisima obra literaria ha brindado a las letras mexicanas obras costumbristas en torno y alrededor de Michoacán durante el período previo, durante y posterior a la Revolución Mexicana de 1910: El pueblo inocente (1934), Desbandada (1934), Una vez fuí rico (1939), Rostros (1942), Anticipación a la muerte (1943), Mi caballo, mi mujer y mi rifle (1945), Apuntes de un lugareño (1945), Rosenda (1946).
[2] Igor Caruso, La separación de los amantes, Siglo XXI editores, México, 1985. p. 25. [4] Vladimir Jankèlèvitch, La muerte, Pre-textos, Valencia 2002, Trad. Manuel Arranz. Cabe precisar que la frase no es de Jankèlèvitch sino de Sigmund Freud y proviene de su artículo “Lo siniestro”. [5] Pedro Calderón de la Barca, La vida es sueño. Porrúa, México, 1934. [6] Taumaturgia: facultad de realizar milagros o hechos extraordinarios y prodigiosos.

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