LA DOLCE IRMA.
EL CASO DE LA MUJER NIÑA O LO QUE FREUD ENTENDÍA POR REPRESIÓN
JORGE ANTONIO DÍAZ MIRANDA
2008
Sobre el adulterio: “he salido a tu encuentro, ansiosa de verte y al fin te hallo.
Tengo tendida mi cama sobre cordones, la he cubierto con colchas recamadas de Egipto.
He rociado mi alcoba con mirra y áloe, y cinamomo. Ven pues, empapémonos en deleites,
y gocemos de los amores tan deseados, hasta que amanezca.
Porque mi marido se halla ausente de casa,
ha ido a un viaje muy largo y no piensa regresar hasta el día del plenilunio.
Cita bíblica.
Tengo tendida mi cama sobre cordones, la he cubierto con colchas recamadas de Egipto.
He rociado mi alcoba con mirra y áloe, y cinamomo. Ven pues, empapémonos en deleites,
y gocemos de los amores tan deseados, hasta que amanezca.
Porque mi marido se halla ausente de casa,
ha ido a un viaje muy largo y no piensa regresar hasta el día del plenilunio.
Cita bíblica.
LA AMBIVALENCIA COMO DESTINO
Con referencia a la subcultura erótica de la Viena finisecular (siglo XIX) y de las controvertidas historias gestadas en el seno de la elite intelectual, nada como las memorias juveniles del psicoanalista austriaco Fritz Wittels (1) publicadas recientemente en inglés. Y es que, más allá de los sucesos de escándalo que ahí se documentan profusamente, nos permiten comprender hasta qué punto la doble moral constreñía no solo a los estratos aristocráticos sino también a las elites intelectuales que se erigían como bastiones progresistas que, supuestamente, combatían los oscuros tiempos que corrían, caracterizados por un intolerante victorianismo. Fundamentalismo victoriano impuesto como ideología dominante que era en su reflejo individual, como la ha demostrado Michel Foucault (2), un conjunto de prácticas autoimpuestas incrustadas en las creencias y los cánones científicos de la época. Sin duda, las memorias del joven Wittels poseen una significación histórica sin precedente que enriquecerá la visión de la amplísima bóveda del universo psicoanalítico, pues, como se verá más adelante, gran parte de la discusión sobre la sexualidad femenina se desprende de la reflexión sobre el arte y las teorías psicológicas generadas por la novedosa teoría psicoanalítica. Pero las memorias de Wittels no solo aportan lo anterior, nos ofrecen además un testimonio de fuente primaria, de naturaleza vivencial, sobre el pensamiento intelectual de la Viena del alegre apocalipsis: contradictorio, conservador, festivo, satírico, simulador, ebrio, cínico, nihilista y contumaz. Si se quiere, se trata de una paradoja de sistemas de pensamiento a la medida de una sociedad heredera de la Contrarreforma y del desbordante malestar posromántico. La doble mentalidad de Viena no es como Freud nos ha querido convencer un indicio de desconexión con la realidad, sino una conducta perfectamente racional, cuyo contenido intencional se escinde para ocultar, simular o engañar. Wilhelm Steckel describió con claridad esta precondición conductual como un Síndrome de Adicción Compulsiva a Mentir, sin embargo, nadie le otorgó la atención debida, y algunos como Arthur Schnitzler prefirieron ampararse bajo la mistificación freudiana mal entendida de un supuesto trauma original y la represión subsecuente de un hipotético Super Yo (3). Haciendo mofa de la candidez de los pacientes del Dr. Freud, el puritano Karl Kraus define el psicoanálisis como la única enfermedad que se cree el remedio. Precisamente las memorias implican a estas tres principales figuras del clima intelectual vienés saturado y contradictorio, tres contrincantes cuya influencia es innegable en la constitución del imaginario cultural del siglo XX (4), en el marco de una historia de impostaciones e infidelidades lúbricas y sin embargo no exenta de gazmoñerías, veleidades y superficialidades hipócritas.
Las memorias de Wittels demuestran que durante la primera mitad del siglo XX las investigaciones de la hermética Sociedad Psicoanalítica de Viena estaban estrechamente vinculadas con los cuestionables cultos eróticos que rodeaban a Irma Karcewska, La Mujer Niña. Edward Timms editor de las memorias de Wittels, señala, en el prólogo que escribió específicamente para estas, que, las interacciones entre Irma, Freud, Stekel, Wittels y el indefinible Kraus, constituía el secreto más celosamente guardado por los involucrados y ello para atenuar la “afrenta” de reconocerse seducidos por una adolescente de una desmesurada hermosura pero escandalosamente simple, carente de inteligencia y ostentosamente vulgar. Ambivalencia de este grupo selecto de intelectuales si la hay, reflejada en el mercurial estado de ánimo que les asiste: desde el amor, la pasión y el enamoramiento, hasta la vergüenza ajena, el odio y las tribulaciones por los excesos de la nobel musa, Irma la dulce, la mujer niña, la joven prostituta de corazón de oro. La joven piel de Irma es el manjar de este banquete dialéctico de adultos jocosos y socarrones que asisten morbosos al espectáculo de la liberalidad sexual de una adolescente, para tratar de ejercer sobre la dúctil mente de la joven sus tendencias autoritarias.
Si la infancia es destino la ambivalencia es la propensión de una vida marcada por las segundas o terceras intenciones no declaradas. En los dados del destino hay un metal insertado que minimiza el azar y dirige el resultado hacía parámetros precisos de ocultación. La sensibilidad dual de la sociedad vienesa se orientaba en lo externo al cuidado de las formas y en lo interno a las debilidades inconfesables de la carne. Ese era el espíritu del aura mediocritas del ser aristocrático vienés durante casi todo el siglo XIX. Ese espíritu imperante del ser prusiano imponía el silencio, el secreto y la negación para un tema tan enigmático, y no como gesto de reconocimiento de su propia ignorancia sino como una expresión de soberbia y desprecio. Ante este pesado marco de formas rígidas, la interrogante pública sobre el erotismo femenino producía en los sujetos una reacción inmediata de evasión o fuga, pues se consideraba como una cuestión remitida al secreto del consultorio, los círculos familiares o el confesionario, rebosante de prescripciones clínicas o religiosas que impedían cualquier crítica al papel del hombre. Sin embargo, esta situación cambia hacia la segunda mitad del siglo XIX hasta la humillante desaparición del imperio en 1914. En ese segundo período de renovación y cambio, dentro del universo cosmopolita de la capital del imperio austrohúngaro el tema del papel de la mujer forma parte de una discusión más amplia relacionada con el carácter político de los derechos de las minorías y el acceso a un ejercicio democrático limitado pero más incluyente. Más aún, pocos años antes del episodio de la Mujer Niña (1901), se venía desarrollando una discusión en la capital cultural, la denominada Atenas del Danubio (así era conocida la ciudad de Viena a principios del siglo XX) sobre el nuevo papel de la mujer en la incipiente modernidad. Algunos estetas como Adolf Loos opinaban que una mujer sexualmente liberada podría servir de mejor manera al artista pues en su compañía se fomentaría una especie de inter-curso incorruptible, sin histrionismos o dramas, emancipado de tantas pesadas atribuciones sociales, donde las corrientes del deseo podrían al fin encontrar su propio curso para alimentar la creatividad del artista. En tanto Freud y otros con él escogían a la psicología del sexo femenino como la Cenicienta del Psicoanálisis, y desde La Centralidad Fálica suscriben la femineidad a un estado de constante sobresalto por una supuesta envidia generada por la ausencia de un pene integrado naturalmente dentro del repertorio fisiológico de la mujer. De esta manera poco natural, los sabios hombres acuñan la psychopathia sexualis del género femenino y lo vinculan a las manifestaciones afásicas, disociativas, escindidas, esquizoides, frígidas, peripatéticas, catalépticas, ninfomaníacas o mayestáticas del Teatro de las Histéricas, en los papeles clásicos de Isis, Elektra, Ofelia, Lilith, María de Magdala o Lady Macbeth. Las únicas soluciones del Complejo de Castración serían dos: por un lado, una sublimación neurótica como resultado de someter el instinto y su consiguiente adaptación a la sociedad, o bien, por el otro lado, una compulsión desenfrenada de los instintos con su proyección libertina en el ejercicio de la sexualidad. En el fondo de toda esta sofistería hay toda una concepción muy simple de la psicología femenina, a saber: criaturas de naturaleza sexual cuyo aparato psiquico se individualiza a partir de la empatia o identificación con un rol pasivo ad hoc a las necesidades masculinas, y lo anterior a costa de supuestas sublimación y desplazamiento de los instintos. En otras palabras se trata de una radicalización de la crítica para proyectar ideológicamente el mismo mensaje del stablishment de la supremacía fálica. Cuesta pensar que este modo de abordar la psicología femenina se derivara de conversaciones de café y la insistente concurrencia de cabarets donde los expertos departían con herinas que poco entendían de complejidades teóricas, pero que a la luz de una transacción de nmercancias con valor de cambio y valor de uso se ajustaban a todas las prescripciones conductuales que los sabios proyectaban en el flexible libro de su ardiente piel (Peter Greenaway dixit). El evidente sesgo de genéro que estos sabios ostentan en sus teorías se pone de manifiesto cuando su astuta clarividencia desaparecía al voltear su mirada analítica hacia figuras institucionalizadas como la esposa, la prometida, o bien, símbolos conciliadores asociados a valores idealizados como el amor y el respeto hacia una madre anciana, como en el caso de Freud.
Las memorias de Wittels demuestran que durante la primera mitad del siglo XX las investigaciones de la hermética Sociedad Psicoanalítica de Viena estaban estrechamente vinculadas con los cuestionables cultos eróticos que rodeaban a Irma Karcewska, La Mujer Niña. Edward Timms editor de las memorias de Wittels, señala, en el prólogo que escribió específicamente para estas, que, las interacciones entre Irma, Freud, Stekel, Wittels y el indefinible Kraus, constituía el secreto más celosamente guardado por los involucrados y ello para atenuar la “afrenta” de reconocerse seducidos por una adolescente de una desmesurada hermosura pero escandalosamente simple, carente de inteligencia y ostentosamente vulgar. Ambivalencia de este grupo selecto de intelectuales si la hay, reflejada en el mercurial estado de ánimo que les asiste: desde el amor, la pasión y el enamoramiento, hasta la vergüenza ajena, el odio y las tribulaciones por los excesos de la nobel musa, Irma la dulce, la mujer niña, la joven prostituta de corazón de oro. La joven piel de Irma es el manjar de este banquete dialéctico de adultos jocosos y socarrones que asisten morbosos al espectáculo de la liberalidad sexual de una adolescente, para tratar de ejercer sobre la dúctil mente de la joven sus tendencias autoritarias.
Si la infancia es destino la ambivalencia es la propensión de una vida marcada por las segundas o terceras intenciones no declaradas. En los dados del destino hay un metal insertado que minimiza el azar y dirige el resultado hacía parámetros precisos de ocultación. La sensibilidad dual de la sociedad vienesa se orientaba en lo externo al cuidado de las formas y en lo interno a las debilidades inconfesables de la carne. Ese era el espíritu del aura mediocritas del ser aristocrático vienés durante casi todo el siglo XIX. Ese espíritu imperante del ser prusiano imponía el silencio, el secreto y la negación para un tema tan enigmático, y no como gesto de reconocimiento de su propia ignorancia sino como una expresión de soberbia y desprecio. Ante este pesado marco de formas rígidas, la interrogante pública sobre el erotismo femenino producía en los sujetos una reacción inmediata de evasión o fuga, pues se consideraba como una cuestión remitida al secreto del consultorio, los círculos familiares o el confesionario, rebosante de prescripciones clínicas o religiosas que impedían cualquier crítica al papel del hombre. Sin embargo, esta situación cambia hacia la segunda mitad del siglo XIX hasta la humillante desaparición del imperio en 1914. En ese segundo período de renovación y cambio, dentro del universo cosmopolita de la capital del imperio austrohúngaro el tema del papel de la mujer forma parte de una discusión más amplia relacionada con el carácter político de los derechos de las minorías y el acceso a un ejercicio democrático limitado pero más incluyente. Más aún, pocos años antes del episodio de la Mujer Niña (1901), se venía desarrollando una discusión en la capital cultural, la denominada Atenas del Danubio (así era conocida la ciudad de Viena a principios del siglo XX) sobre el nuevo papel de la mujer en la incipiente modernidad. Algunos estetas como Adolf Loos opinaban que una mujer sexualmente liberada podría servir de mejor manera al artista pues en su compañía se fomentaría una especie de inter-curso incorruptible, sin histrionismos o dramas, emancipado de tantas pesadas atribuciones sociales, donde las corrientes del deseo podrían al fin encontrar su propio curso para alimentar la creatividad del artista. En tanto Freud y otros con él escogían a la psicología del sexo femenino como la Cenicienta del Psicoanálisis, y desde La Centralidad Fálica suscriben la femineidad a un estado de constante sobresalto por una supuesta envidia generada por la ausencia de un pene integrado naturalmente dentro del repertorio fisiológico de la mujer. De esta manera poco natural, los sabios hombres acuñan la psychopathia sexualis del género femenino y lo vinculan a las manifestaciones afásicas, disociativas, escindidas, esquizoides, frígidas, peripatéticas, catalépticas, ninfomaníacas o mayestáticas del Teatro de las Histéricas, en los papeles clásicos de Isis, Elektra, Ofelia, Lilith, María de Magdala o Lady Macbeth. Las únicas soluciones del Complejo de Castración serían dos: por un lado, una sublimación neurótica como resultado de someter el instinto y su consiguiente adaptación a la sociedad, o bien, por el otro lado, una compulsión desenfrenada de los instintos con su proyección libertina en el ejercicio de la sexualidad. En el fondo de toda esta sofistería hay toda una concepción muy simple de la psicología femenina, a saber: criaturas de naturaleza sexual cuyo aparato psiquico se individualiza a partir de la empatia o identificación con un rol pasivo ad hoc a las necesidades masculinas, y lo anterior a costa de supuestas sublimación y desplazamiento de los instintos. En otras palabras se trata de una radicalización de la crítica para proyectar ideológicamente el mismo mensaje del stablishment de la supremacía fálica. Cuesta pensar que este modo de abordar la psicología femenina se derivara de conversaciones de café y la insistente concurrencia de cabarets donde los expertos departían con herinas que poco entendían de complejidades teóricas, pero que a la luz de una transacción de nmercancias con valor de cambio y valor de uso se ajustaban a todas las prescripciones conductuales que los sabios proyectaban en el flexible libro de su ardiente piel (Peter Greenaway dixit). El evidente sesgo de genéro que estos sabios ostentan en sus teorías se pone de manifiesto cuando su astuta clarividencia desaparecía al voltear su mirada analítica hacia figuras institucionalizadas como la esposa, la prometida, o bien, símbolos conciliadores asociados a valores idealizados como el amor y el respeto hacia una madre anciana, como en el caso de Freud.
Fue precisamente Wittels quien, en 1907, inicia el culto de la mujer niña, según el detallado registro de sus memorias, y esta fascinación le mueve a escribir un extenso artículo que primero le leyó a Freud en privado, luego lo presenta ante la Sociedad Psicoanalítica de Viena y finalmente, lo publica en la revista Die Fackel (La Antorcha) la revista de Kraus. las motivaciones de Wittels para desarrollar un trabajo de naturaleza interpretativa sobre la psicología de Irma, y darlo a conocer, tiene un doble trasfondo de exhibición y provocación. La suposición del rompimiento de moldes a través de un instrumento masivo de comunicación como lo era en efecto la revista de Kraus, nos indica de Wittels una muy sútil intención de escarceo humorístico, pero llevada al extremo del lenguaje refinado y de un carácter impostado que se autosupone serio(5).
NOTAS.
(1) Fritz Wittels (1997) Freud and the child woman. The Memoirs of Fritz Wittels. 1997, for New York Pshychoanalitic Institute.
(2) Michel Foucault (1976) Historia de la sexualidad (3 volúmenes). Trad. Ulises Guiñazú. Siglo XXI editors. México 1991. ISBN 968-23-0118.
(3) Edward Timms (1986) Karl Kraus: apocaliptic satirist. Culture and catastrophe in Habsburg Austria. 1986, New Haven.
(4) Peter Gay (1988) Freud: A life for our time. Londres, 1988.
(5) Nuestra interpretación se basa en algunos hechos que no conviene olvidar: Kraus funda Die Fackel como una especie de némesis del Neue Frei Presse. En efecto, la revista krausiana fue en su día un poderoso instrumento de comunicación, con el cual, el escritor satírico ejerce su derecho de cuestionar, con un estilo sarcástico, la pretendida del influyente diario identificado con grupos de poder político y financiero. La intención manifiesta de Kraus era la de denunciar las tendencia conservadurista, mentiras impuestas y las prácticas de corrupción editorial que en muchas ocasiones ocultaban la verdadera naturaleza de los hechos que se informaban en las páginas lustrosas de Neue Frei Presse. Todo lo que era publicado en Die Fackel era una copia burlona que subrayaba las ligeresas, errores, superficialidades y pifias en la información cometidas por plumas acreditadas de intelectuales, periodistas y reporteros que hacían el Neue Frei Presse, y que, a la luz de los acontecimientos futuros resultaron ser partes de tendencias ideológicas más amplias identificadas con movimientos radicales como el facismo del demagogo Karl Lueguer, los movimientos separatistas de los Balcanes, el sionismo de Teodorl Herszl y el nacionalismo exacerbado de los Magiares en Hungría. Sobre el tema de la prensa asociada con grupos de poder político y económico, veáse el hermoso texto de Barbara W. Tuchman (1962) La torre del orgullo 1890 - 1914, una semblanza del mundo antes de la Primera Guerra Mundial, Trad. Fernando Corripio, Península, Barcelona 2007.
Lo que intriga y sorprende de esta recensión de estos escritos de Fritz Wittels "Freud and the child woman", es constatar que en el marco histórico de la "Atenas del Danubio" se gestaba un profundo desprecio hacia las mujeres que se concedían sin reservas a las degenerados deseos de estos depravados escritores.
ResponderBorrarPor lo tanto: "La joven piel de Irma es el manjar de este banquete dialéctico de adultos jocosos y socarrones que asisten morbosos al espectáculo de la liberalidad sexual de una adolescente, para tratar de ejercer sobre la dúctil mente de la joven sus tendencias autoritarias".
De manera que a una mirada atenta no se le puede escapar que en el centro mismo de la fría cultura mitteleuropea" se ejercía lo que se ha venido achecando a los latinos, es decir, un recalcitrante machismo, del que nadie puede estar orgulloso, a menos de compartir las mismas tendencias retrógradas y apostólicas.
En la Vien imperialista se escondía a toda luz una profunda ignorancia del ser humano. Lástima que los ineptos no conocieron a la musa de México, Sor Juana Inés les hubiera contestado a tono: "Con el favor o el desdén tenéis condición igual, quejándoos, si os tratan mal, bulándoos, si os quieren bien....Bien con muchas armas fundo que lidia vuestra arrogancia,
pues en promesa e instancia
juntáis diablo, carne y mundo".
Esta recensión tuya delata en efecto que "los tres contrincantes cuya influencia es innegable en la constitución del imaginario cultural del siglo XX (4), en el marco de una historia de impostaciones e infidelidades lúbricas y sin embargo no exenta de gazmoñerías, veleidades y superficialidades hipócritas".
Una vez más la hipocresía masculina se desfraza bajo el pretexto de una
superioridad sólo aparente respecto del otro sexo.
Su ignorancia no les permitía reconocer que se ha tratado de un atropello milenario en contra del "sexo débil"... Abuso de siglos, múltiples vejaciones que se han traducido en estigam de inteligencias inferiores, y otras barbaridades por el estilo...
Pero, aún dejando de lado el problema del género, queda siempre esta "doble mentalidad de Viena... como una "conducta perfectamente racional, cuyo contenido intencional se escinde para ocultar, simular o engañar".
HE AHÍ QUE AFLORA EL PROBLEMA ÉTICO FUNDAMENTAL DE LA ATENAS DEL DANUBIO: "esta precondición conductual como un Síndrome de Adicción Compulsiva a Mentir".
A prescindir de mis comentarios, (ésta es una reflexión al margen), tu recensión permite poner en su justo lugar a varios mitos del siglo XIX y XX... y que, desafortunadamente, siguen rondando en el incipiente XXI° siglo...
MIT LIEBE
Marina Julia